Revista N.º 64
- ESPACIO DEL POETA
REVISTA
LITERARIA DE HABLA HISPANA
Marzo 2016
Vasili Vasílievich Kandinski (Kandinsky)
Caminos
ahuellados
Esta tarde, la lluvia tenue, ha debilitado la tierra del
camino. Deseo andar sobre el rosario de pasos que lo ahuecan. Voy a recorrer
esos atajos, con la serenidad que muy pocas veces habita en mi espíritu indómito
y desmadrado. La tarde se despide y me siento muy cansada, cansada de ser otra,
otra que trata de satisfacer a los demás, y se va convirtiendo, poco a poco, en
una desconocida ante mis ojos.
Cómo
saber quién soy, si para esconderme de la verdadera, he inventado mil máscaras
hipócritas. Me es más cómodo caminar sobre otras huellas, descubrir los amores,
los misterios, las traiciones, las historias de los otros, porque así me alejo
de mi propia historia, saturada de huracanes indomables.
Al
pisar otras huellas, solitarias como las mías, pude algunas veces habitar espacios vacíos, agujeros negros que
tantas muertes dejaron y esquivar el tropel de aflicciones que me sorprenden a
diario. Recorrer esas huellas quizás sea un indefinible recurso para encontrar
la luz que ilumine mis penumbras.
Sí, estas
caminatas me provocan de una manera que no deseo esquivar. El andar senderos
heridos por otros pasos aleja de mí, no sé porqué, ese sueño sin sueños, que yo
llamo muerte.
Abundantes
veces caminando confusa esos senderos, no logré llegar a ningún lugar, es
cierto, sin embargo obtuve tiempos de sosiego, de letargo, de albores que me
permitieron reflexionar.
Hoy, por la
inquietud y turbación que me envuelven, presiento que estoy andando un camino
que puede resultar arriesgado, amenazador, cerval. La búsqueda espiritual que
vivifica, es un viaje extenso, alegórico, poblado de dificultades.
Tantas
cavilaciones me agotan, mi andar se vuelve inseguro, mareada quiero asir una
rama que me sirva de apoyo, ésta se quiebra, y caigo al barro. Enlodada,
entristecida, desgajada, me pregunto: ¿Qué hago en este lugar? Agito mis dedos
embarrados buscando una respuesta y ésta no llega. Rebota, rebota cientos de
veces perdiéndose en la naciente penumbra. Trato de calmarme, de adormecer el
desorden de mi ánimo.
De pronto mi
mirada tan perdida, choca con un banal resplandor extraviado en tanto
estiércol. Me acerco, es el tenue reflejo de un anillo, un anillo enlazando una esmeralda de verde
intenso, diáfano, chispeante.
Miro a todos lados con sigilo, quiero
hacer cómplice al silencio. Coloco el anillo en el cuenco de mi mano empapada.
Inicio un mimo suave, acaricio la piedra, refriego con suavidad el lodo,
florecen entonces dos nombres: “Juan a María”. Dos nombres comunes que corporizan sus imágenes. Los concibo.
Ella, menuda, frágil, dominada; él, entrecano, varonil, dominante.
Sospecho que
las huellas que tanto me atrajeron, son las de esa mujer llamada María. Por lo
femeninas, por su tamaño pequeño, por sus pisadas de menguada profundidad. Me
perturba el intuir que puedo encontrarla en algún rincón del camino, entonces, aliviano mis pasos intentando serenarme.
Un tiempo de
desorientación y bruma me rodea, me apoyo en un tronco mortecino, entorno los
ojos y al volver a abrirlos, diviso en la lejanía una figura menuda. Sé que es
ella. Las manos sostienen su cabeza, como si los pensamientos le pesaran demasiado,
acurrucada, como si tuviera frío. Me voy acercando, no se perturba cuando me
aproximo, su mirada vacía y lluviosa me traspasa. Miro sus dedos desarmados
sobre los muslos, el anular izquierdo gimiendo la ausencia de un anillo.
Silencio emociones y aprisiono entre mis
manos la sortija. Nadie me la podrá quitar. El anillo es mío, lo encontré entre
el lodo, estaba oculto en medio del silencio y el vacío, como al acecho,
esperándome, asomado en el barro y el barro…, el barro no tiene dueño.
Oculto ambas manos
en mi espalda e intento colocarlo en cada uno de mis dedos, índice, anular,
meñique…, no, no puedo, es muy pequeño. La verdad inexorable me agobia. No soy
María, no es mi dedo el que añora ese anillo. Atontada por los pensamientos ya
ni me acuerdo de María, sólo me importa el anillo esmeraldino.
De pronto, como
una estela en tanta niebla, un fulgor ciñe el lugar. Percibo una cercanía, el
roce de unas alas leves. Ya sé, es mi ángel, él siempre surge cuando me avasallan las tinieblas. Un
susurro imperativo me estremece: ése no es tu anillo, ése no es tu anillo! Las
palabras rebotan y se hacen eco en el aire. Entonces sin titubeos, con enérgica decisión, me aproximo a María. Me
miran sus grandes ojos acuosos, su mirada infantil es afectiva, me siento a su
lado, tomo su mano frágil y coloco el anillo en la aureola blanquecina de su
anular izquierdo. Éste se acomoda con precisión milimétrica y el color de su
piedra se vuelve penetrante. Nos miramos con intensidad. En nuestros rostros,
sonrisas tímidas, ocupan el espacio de palabras inútiles. Ya no importa porqué
ese anillo estaba entre las huellas del sendero.
El atardecer desaloja el vacío y el
silencio. Pájaros azules trinan
una melodía envolvente, el aire se tiñe con pinceladas azules, el barro se convierte
en agua límpida y en mí se arraiga una paz que me armoniza. La vida una vez más, me acerca su mensaje,
arrebata de mi rostro la máscara impostora y deja al descubierto mi verdadera
esencia.
Estoy en
paz, regreso sobre mis pasos,
suaves soplos cimbran las ramas altas en este anochecer de ojos abiertos.
Contemplo el crepúsculo. El sol en su último fulgor, me hace un ligero guiño.-
Ada Gil
-Rosario- Santa Fe – Argentina
Una hora con el viento
(Poema
dedicado a la depresión ocasional)
Quiero ser la mujer helada que
viaje con el viento
Solo existiendo de agua y oxigeno
¡Nada de oro o corpiños!
Solo deseo ser escarcha en un
puño de viento
transparente y frágil
que ya no sienta nada
Algún día he de reírme de la
tristeza
cual gavilán sonriendo se burla
de mis figuras
cual acero sorprendido todo
llueve y nada grazna
Un día dejare de sentir las risas
a la mirada de mi cuerpo
los contemplare y ya no sentiré
ni vuelos ni caminos
ni aceros ni premios
Ya no quiero
ni tu cuero ni tu acero
ni lo que yo siento
ni lo que tu entiendes
sea el juguete de las penas y las
alegrías
Simplemente….
quiero vivir una hora como el
viento
Alejandrina Arias- México
Horas brujas 5
La quietud
se encrespa,
deja de ser el pan nuestro de cada día.
Ya no habita el carapacho
y se muestra;
saca sus brazos,
deja de ser montuna.
Es mucho más que un letargo,
es una luna redonda
crepitante
al ras de la penumbra.
Amanda Reverón- Venezuela
...Instrucciones
para planchar el alma…
El hubiese vivido siempre
arrugado
porque así era su vida........
triste,
sola,
vagabunda.......
se hartaba de hacerse la cama
todos los días....
de tener que limpiar el plato y
la cuchara que comía......
de asomarse al balcón y no ver
nada
sólo veía la calle vacía y las
plantas casi secas y sin flores
sentía el frío en la cama.....
y daba muchas vueltas para
buscar el calor,
pero eso le despabilaba
pensando siempre......
y quería conciliar el sueño....
pero tenía sueños raros,
pensamientos vagos.....
..durante el día ..
...daba vueltas al mercado para
comprarse la fruta....
y pensaba que tenía que coserse
el botón de la camisa......
luego veía volar a los pájaros
cantando con sus trinos....
y veía el cielo azul de la
vida....
con pequeñas nubes blancas...
que despacio se deslizaban
y creía ver entre ellas .....
todo lo que andaba buscando...
a ella...
…a ese amor que buscaba...
..con los besos de su boca ,
,,,con los brazos que de noche lo
abrazaban...
.. y cuando veía al vendedor de
las plantas....
quería comprarle una ....
una planta llenita de flores
blancas. ,,..
..porque a ella le gustaba
y la pondría en la mesita del
salón ...
..como un adorno muy cerca del
sillón verde...
..cuando miraba el espejo...
.dibujaba una sonrisa para ver si
le gustaba....-
y luego ya se afeitaba...
siempre pensando en ella ...
..cada momento del día....
y su cuerpo estallaba.....
y exhausto abría siempre los
brazos-.---
y unas lágrimas de oro....
recorrían por sus venas....
llenitas de vendavales.....
de fuego.....
y de preludios....
...y esperaba en el sillón ..
..y al ratito se dormía....
.escuchando los sonidos.....
de las viejas alambradas...
de las rosas y del río .....
donde siempre se bañaba
desnuda....
donde la tierra maldita.....
de mi cuerpo la alejaba.....
y siempre la recordaba.....
con mis manos en su cuerpo.....
con suavidad dorada,,,,
y hablábamos del amor que el
viento se lo llevaba....
y yo sin dormir
pensaba....
y pensaba....
y esperaba.....
Antonio Monzonís Guillén-Valencia-España
Mi máscara desnuda
Mientras
medito mi alegato
ante mi
máscara desnuda
el mundo sigue
andando
sin
confesiones valederas.
Sin otro sueño
que lograr ofrendas
fingiendo ante
mi misma
un mundo que
desvía mis creencias
emplazo a la
verdad en mi palestra.
Deseosa de
mirarme en el espejo
con mi rostro
sincero
encuentro que
el camino que he elegido
está siendo
poblado de mentiras.
Mentiras
disimulos y antifaces
en cada
contingencias que he vivido
montando una
obra de oropeles
que alcance a
ser vivida como cierta.
Y nada de lo
visto me contenta
he sido
descuidada en mi propuesta
descifro
las entrañas de los huecos
destierro
mi pantalla de apariencias.
Beatriz Ojeda-Montevideo-Uruguay
Entre principio y fin…
Dos escaleras existen
en el fondo de mi ser;
si por una al descender
me voy hundiendo en el suelo,
por la otra me elevo al cielo.
¡Entre ambas he de escoger!
Al final de la primera
todo es ya serenidad;
se terminó la ansiedad,
pero también la esperanza,
y en implacable alianza
con descarnada verdad,
para siempre se confunden
el helado pensamiento
y la nada. Un desaliento
todo el cerebro ha invadido
Benjamin Adolfo Araujo Mondragón.-Toluca-
México
y se cubre una
espera...
Y fui cubriendo mi espera con un negligé
en transparencias bermejas,
donde suavemente
tus manos descubrirían una
bandada de antojos…
Volarían los sueños, volaría
la seda
Volaría la oruga, vuelta
mariposa…
cadencia de palmeras, en una
firme cadera
que sinuosa espera, envuelta
en la dulce corteza
de un negligé con el calor de
mi boca…
Y la
espera se alarga donde el lazo
se suelta.
Y la
espera agoniza, presintiéndome un beso
a mitad de un “te quiero”,
cuando el enojo urge
de una larga sabana titilando
en nocturnos,
mil ” te amo “en deuda…
El reloj de esta luna no se
apiada de mi solaz anhelo,
sus manecillas siguen tañendo
campanadas
descontándome el tiempo
enamorando mi embelesado
negligé grana
que ya no reposa, en mi piel
de espera …
sino en mi antojada cama.
Oliendo a fuerte cedro, ya se
ocultó la luna,
y en briznas de nostalgia, me
enfundo una frazada
que si me arropa el cuerpo,
más no mitiga mi alma…
…y en un café cargado negro como mi noche
…fue el cálido mana que en un
largo suspiro
como brasa entibio, una
gélida sangre,
como negligé grana que a
solas…aguarda!
Carmen Guzmán C.-Cumana-Edo Sucre.-Venezuela
Somnium
Deslizar
el sueño útil de la noche
en el destino intransigente
que te luce
cada mañana
y
distraerlo
de tu lluvia y tu sequío
antes
de que alguna desgarrada
voz
lo alcance y lo inunde
de tristeza.
Concha
González- La Bañeza España
Hurgando en los días revueltos…
"Hurgando en los días
devueltos
rito del que va con sus propios
fantasmas
de compras a la memoria
encontré aquella taza vacía sobre
el piano
después de haber sido cómplice
preámbulo
del pose de mi mirada en tu
desnudo hombro
aún sin salir el sol.
Latía de frío la madrugada
con sus viejas manecillas de
reloj paralizadas
como voluntad de mariposa en
medio de un desierto milenario
Las metáforas que se encuentran
por casualidad
en el plumaje de los pájaros que
solo cantan
para armar la trama de los
ovillos
en voz baja recogían acentos de
los negros ceni
Intenté una sonata
con un juego estival en tus pies
descalzos
pero el silbido acucioso del tren
delataba inexorable distancia.
El alma se abría a beber a cantos
recuerdos
La aprehendida nostalgia quedó en
ascuas
frente al amanecer que ya se abría
para colgarse en las telas negras
donde bailotean los murciélagos
Detrás de la brevedad de tu
perfume
el deseo de tener una íntima luna
compartida por siempre
se montó en la azotea de lo
imposible
prohibiéndome el prodigioso arte
de ver caer tu vestido
De nada valió una cándida luz
girando como minuto tierno para
un milagro
acercándose espléndida a tu
espalda
insinuándole la resurrección
de la manzana del pretérito"
Dalmiro Durán- Ciudad Sonámbula-Cumaná-Venezuela
Oculta
¿Qué faceta
retiene tu
llanto?
¿Qué calamidad
talló esas
aristas mudas
con dolor mal
parido?
¿Qué silencio
maldice
tu destino de
aire y luz?
Belleza oculta
Mutilada
Con pico y pala
Diego Cazzaniga- Rafaela- Argentina
Las que no afloran
Lágrima que no asoma,
por su dolor queda muda,
cuando el alma se desploma;
duro amargor, sin aroma.....
Que en la garganta se anuda.
Sabor amargo.....Creciente.....
Borrasca, viento furtivo......
Lerdo sueño que se siente,
como locura en la mente,
luchando contra el olvido.
Preludio o fin de horas duras.....
¿ Porqué se lloran pa´dentro ?
Mientras el dolor perdura
y una rabia las apura,
oprimiendo hasta el aliento.
La lágrima seca es puñal
que mas grande hace la herida;
del seco arroyo es el umbral,
donde el orgullo es señal,
de una injusticia sufrida.
Es lágrima de soledad.......
Pena amarga del silencio;
aquella que la ansiedad,
hace cruel la verdad
y que se sufre al momento.
O aquel, que por fingimiento,
Hace escaso el manantial
y aún mas duro el sufrimiento......
Mientras gotean por dentro
y van agrandando el mal.
Enrique Palanca Sanchis- Burjasot, Valencia,
España.
No escribas más de mí
Amor, no escribas más de mí, siquiera extrañes.
El nuevo año trae
palabras nuevas.
Lava, pues, tu cuerpo y que las aguas
no se detengan
en el umbral de nuestra casa, donde buscamos
la vida nueva.
No te entierres conmigo pues mi tumba
es muy estrecha
y ya no estoy allí. Estoy guardada
para cuando Él venga.
Entonces ven a buscarme y nos hallaremos
junto al árbol de la vida,
la vida eterna.
Sólo pido que me recuerdes porque te he amado
y nada pudo cambiar esa promesa.
Ezequiel Feito- Buenos Aires- Argentina
Espinelas directas
Estoy en el espacio de un
suspiro
buscando del ayer frases
perdidas.
Estoy rebuscando por las
heridas
de días que se fueron al
olvido.
¡Como duelen los deseos y
el latido,
de un corazón que
late ya agotado!
¡Qué triste ir navegando
lado a lado
Por horas de ternezas
infinitas!
¡Mi pobre
corazón...! ¿Por qué tiritas
Por cosas que son agua
del pasado?
Granada Sandoval( Esperanza Martínez
Santander)- Granada España
En el Pireo
La pasión por lo imposible
construye lo posible,
no hay nada que perder,
si no se llega nunca.
En tiempos de destierro
Eurípides, escribió “Las vacantes”,
en Macedonia el juego con los dioses
ha terminado,
adoración y blasfemia
se unifican.
La aurora está en todas partes,
aún en la ciudad oscura
del Oriente
se percibe el madrigal del alba,
la locura es dulce al terminar la noche
y el amor duele menos.
Ataraxia, ataraxia
nadie sabe quien es
el extranjero.
Héctor Berenguer-Rosario-Santa Fe-Argentina
Dedicado a dos poetas (Luis Pastori. José L Panero)
Poeta ¿dónde vas?
Poeta ¿dónde estás?
-Entre los visillos…
esos que son natural,
parecen de espuma blanca
o ¿quizás de fino
algodón?
Entre las estrellas,
mirando
esas letras que subiendo
están.
Mientras sonrío recuerdo
una frase que ha poco
leí.
¡El poeta no muere,
quedan sus poemas…
y, su voz entre ellas!
Higorca Gómez- Barcelona- España
Underground blues para Jim Morrison
luna roja
y en la radio la
precisa melodía
proyecta tus
arpegios endiablados
viejo Jim Morrison
arqueas la cintura
la sensualidad de
tus labios
y entre filtros de
peyote
y vasos de
aguardiente
te diriges
peligrosamente
hacia el fin
- enciendes el
cigarro
alzas la copa de
vino
y brindas por ti,
por Blake
Artaud, tus
oscuros fantasmas -
la mirada
extraviada
el seco gemido
nadie entiende el
descarnado alarido
que parte el cielo
en pedazos
la muerte traidora
danzando
sobre tu cuerpo
la soledad desnuda
en medio del escenario
el baile
indio
el suicidio
anunciado
entregando en cada
concierto
tu más rotunda
agonía
rey de los
lagartos.
Leo Zelada-Lima –Perú
Tu
presencia
Tu presencia
se instalo en
mi alma
y eres, la
hoguera
donde mi piel
y mis entrañas
arderán
Quiero tenerte
donde duele mi
cuerpo
y amanece
con las heridas
del silencio
y la ausencia.
Donde el
corazón llora
en la
cárcel
de mi
habitación
y el ego se
disuelve
en la
arrolladora fuerza del amor,
en la fuerza de
la verdad
y, ser el aire
que respiramos
Tu y yo,
al unísono,
donde se
impregna todo
Mané Castro Videla- Argentina
Eran pobres
Tenía ocho años y murió de susto, dicen. Murió antes de la quema del
tifus, cuando muebles y enseres ardieron en la huerta y los niños fueron
secuestrados en el Lazareto.
Desde que la encontraron acurrucada bajo el paredón de las charcas dormía
sobre el cuerpo de la madre porque se le paraba el corazón cuando dejaba de
sentir el suyo. Se estiraba sobre ella, aferrada a su cintura con la orejita
pegada al pecho materno, aspirando cada poro el aliento de la mujer. Y sólo a
su calor, ahuyentando horrores, se entregaba a un sueño pobre, sobresaltado.
Nada habría ocurrido si ese día amargo no se hubiese separado de la fila
de hermanos para acudir a la llamada del croar de las charcas. Quiso verlas de
cerca, hinchadas y lustrosas, deslizándose sobre las rocas lisas hasta caer
como piedras rompiendo el espejo del agua; saltando y chapoteando en el fango
como grandes pulgas acuáticas. Y fue allí, al pie del paredón donde la
encontraron, ora sollozando, ora gritando, entre estertores, desnuda y con los
ojos como pequeñas ranitas de San Antonio a punto de estallar. Ya le habían
roto el corazón y mientras la devolvían al vientre materno para morir de
susto, el viejo sapo babeante que vigilaba las charcas engullía su
almuerzo.
María Gutiérrez-Islas Canarias España
La otra orilla
Un mástil con una vela
desde babor a estribor,
un ancla con su cadena,
capitán y timón.
El paisaje difumina
hilos de plata en la mar;
dirección a la otra orilla,
el barco navega ya.
La otra orilla se acerca,
buenos vientos le guían;
la otra orilla se aleja,
el barco va a la deriva.
A veces, en la tormenta,
pierde la vida misma
y desde lejos le llega,
la otra orilla es poesía.
Y se siente capitán
de su barco y de su vela;
el timón, su talismán,
y en la otra orilla, poeta.
Mavel
Zaves-Almería- España
Bajo el flamboyán
Meses después esto será una
anécdota más, de esas que gusta de contar en el patio de la casa, en su sillón
preferido, bajo la sombra del flamboyán. Silvita estará sobre sus piernas,
incitándolo a contar más, «¿y entonces qué pasó, papi», y él tendrá otra vez
que volver a inventar detalles a la historia, como siempre hace: poner abismos
donde había huecos, selva donde apenas había vegetación, leones y pumas en
lugar de unos pocos lagartos y serpientes de mala muerte, y Silvita abrirá los
ojos, muy grandes, esos ojos que son de su mamá, y dirá un ohhhh muy
prolongado, y lo abrazará y reirá y él será otra vez el hombre más feliz del
mundo, aunque Silvia le diga bajito «mira que inventas», y el beso le diga que
no es reclamo sino parte del juego al que invita una tarde bajo el flamboyán,
ese que el bisabuelo sembró con sus propias manos y siempre ha sido el lugar de
los cuentos, de las reuniones, del reencuentro luego de cada viaje. Porque de
este viaje también regresará, como de los otros, y otra vez será la botella de
ron debajo del brazo de Sergio, «¡eh, campeón!, ¿cómo dejaste la Patria
Grande?» y el ardor de la bebida al bajar por la garganta, ese ardor dulzón y
acogedor, distinto a este otro que le quema en la pierna y le siembra
escalofríos en todo el cuerpo. Pero de este no dirá nada, ni se quejará cuando
el cuerpo de Silvita, «¿verdad que ha crecido mucho?», presione allí donde la
piel es más sensible, donde quedó la marca, el recuerdo de esos segundos que
ahora tal vez parecen minutos, días, pero que entonces serán sólo eso, una
lágrima de dolor fácil de justificar con la brisa, o la alegría de saberse otra
vez entre los suyos, bajo la sombra del flamboyán del abuelo, narrando todas
las peripecias por esas tierras del mundo, por estos cerros que pueden ser tan
peligrosos, pero que en unos meses tal vez sean el lugar más hermoso del mundo
desde donde era posible ver toda la ciudad a sus pies, como emergiendo de entre
un gran abrazo de las colinas; «¡cómo en la Sierra Maestra, papi!», sí, como en
la Sierra Maestra, y volverá a contarle de sus tiempos de recién graduado,
cuando le tocó servir en un Consultorio Médico de un pueblito de la Sierra
Maestra, muy cerca de donde se estableció, en 1958, la Comandancia General el
Ejército Rebelde, en La Plata. Y llegarán a su mente los recuerdos de su
primera visita a aquel sitio donde estuvieron Fidel y el Che; tal vez sienta la
misma emoción de entonces, la que le asalta cada vez que lo cuenta y repita que
solo es comparable a la emoción que sintió allá en Vallegrande, en La Higuera,
frente al busto el Che, a los carteles que recuerdan al guerrillero, en las
paredes que lo vieron morir. Entonces asomará una lágrima y no tendrá que
justificarla, porque todos lo saben reviviendo esa visita, tantas veces contada
bajo el flamboyán. Silvita lo abrazará en silencio, y Sergio alzará el vaso en
salutación, antes de beber el trago, en mudo homenaje.
Ahora daría cualquier cosa por
probar un trago de esa botella con la que siempre Sergio lo recibe. Sentir el
dulce ardor del líquido bajar por su garganta, arroparse con su calor y dejarse
llevar por las brisas de la tarde y la voz de Silvia que le llega desde la
cocina, como un canto de ángeles. Pero la garganta le quema de otro ardor,
seco, como si todo el polvo de la carretera hubiera ido a parar allí. Y las
voces que escucha no se parecen a la de Silvia ni al canto de ángeles; es un
lamento, un quejido que se arrastra entre el pedregal y le sube por la pierna
como si brotara de la carne abierta, aunque adivina que viene de más allá, del
otro lado de esa nube de polvo que no parece posarse nunca, y le oculta a la
vista cómo ha quedado la camioneta en que viajaban, o quién de sus acompañantes
es el que llama, se lamenta.
Mucho después, junto a Silvia,
bajo el flamboyán, intentará recordar los detalles, pero no serán diferente a
esa sucesión desenfrenada de imágenes que ahora le acechan, esos segundos en
los que la risa despreocupada se rompe en un grito, una advertencia y luego
todo vueltas y más vueltas, golpes y más golpes; luego el silencio y, después,
¿cuánto tiempo después?, la conciencia del dolor y la quemazón en la pierna.
Entonces Silvia, le acariciará el cabello, le dará un beso en la frente y
llorará en silencio las lágrimas que ahora no puede llorar, allá, tan lejos de
todo, de estos cerros traicioneros, de este polvo que lo ahoga y se mete en
cada rincón de su cuerpo, en esa herida abierta en su pierna. Silvia, allá,
quizás camino a la escuela a buscar a Silvita, que saldrá corriendo con un
papel en la mano, el nuevo dibujo que hizo en la clase y Silvia escuchará la
explicación de la niña, «este es mi papá y estos son los niños que él cura para
que se pongan mejor», y Silvia lo adivinará en los trazos infantiles y quizás
piense en él y lo vea, como a través de los ojos de su hija, envuelto en su
bata, «creo que me enamoré la primera vez que te vi en bata», curando a los
niños de los cerros. Entonces madre e hija caminarán a casa, muy contentas,
despreocupadas, a escribirle un correo a papá «para que sepa que le hiciste
otro dibujo». Él sabe que será un dibujo lindo, lleno de colores, donde no
caben estos ocres lastimosos del polvo, donde el rojo no será el de la sangre
que le baña la pierna, sino el de la bandera que siempre Silvita gusta de poner
en sus manos, como para que no quepan dudas de dónde viene «su papito».
Se incorpora con dificultad. Ha
logrado calmar la hemorragia con un cabestrillo improvisado. El polvo se ha
asentado y logra ver unos metros adelante el perfil del auto. Muy cerca de él
los cuerpos inmóviles de algunos de sus acompañantes. Están cubiertos de polvo
y apenas puede identificar a Rosa, por el vestido que sobresale por debajo de
la bata, ahora confundidos en un mismo trozo de tela polvoriento y con huellas
de sangre. Vuelve a escuchar los lamentos, ahora más definidos. Provienen del
interior de la camioneta y hacia allí va, arrastrando la pierna. Al llegar ve
el rostro ensangrentado de Turiño, el chófer:
—¡Coño, flaco, discúlpenme! —se
lamenta Turiño cuando lo ve llegar.
—¡Calma, negro, calma! —dice,
mientras da un vistazo hacia el interior de la cabina. Al lado de Turiño está
Manrique, el Jefe de la Misión Médica; tiene la cabeza apoyada contra el
cristal de la ventanilla, salpicada de sangre.
—¡No me di cuenta de ese bache,
flaco, discúlpenme, coño!
—¡No te preocupes negro, esa
cosas pasan! Ahora necesito que te calmes y me digas dónde te duele —el negro
trata de calmarse, respira profundo varias veces. El negro Turiño, el chofer,
su amigo de otras misiones, un «as en el volante» como le dicen todos los que
han trabajado con él por esas cordilleras de Bolivia, las calles haitianas, o
incluso allá, por Paquistán, cuando lo del terremoto. El negro Turiño que
siempre tiene un papel protagónico en sus narraciones allá en la casa, bajo el
flamboyán, cuando cuenta de su buen humor, de sus chistes, de su habilidad como
chofer, pero también de su terror a las serpientes y a la sangre. El negro Turiño
que no puede ver una jeringuilla con sangre y ahora la ropa toda manchada de
sangre, indicándole con un gesto de la cabeza que no, que no le duele nada, que
él está entero, que ayude a los demás. Pero al menor movimiento el rostro se le
descompone y se le escapa un quejido, mientras se lleva la mano hacia un lado
del abdomen. —¡Está bien, negro, trata de no moverte mucho! Echo un vistazo a
los otros y estoy contigo, otra vez, ¿okey?
A Silvia sólo contará en
detalle esta conversación, el resto dirá que se le ha extraviado, como los
instantes exactos del accidente. Ella comprenderá y lo abrazará en silencio,
sin hacerle notar que ya sabe todo, que los directivos del hospital le habrán
contado lo sucedido esta tarde, de la muerte de otros miembros de la Brigada
Médica Cubana que viajaban en aquella camioneta, incluido el Jefe de Misión; de
los otros que, «gracias al rápido accionar de su esposo, lograron salvarse». Él
se dejará abrazar y regresará a este momento en el que se mueve de un lado a
otro, inspeccionado los cuerpos de los otros médicos que lo acompañaban,
descubriendo con dolor que nada podía hacer por este o aquel; y la alegría de
descubrir que uno aún respira, apenas, pero respira. Y se deja caer a su lado y
le encuentra la herida por donde brota la sangre y logra detener la hemorragia,
con restos de su propia bata, hasta que encuentre los bolsos con medicamento que
están en la camioneta. Entre los brazos de Silvia todavía se preguntará cómo
pudo llegar a la camioneta, a pesar del martirio de su pierna herida; o cómo
pudo ayudar al negro Turiño a salir de la cabina y, luego de acostarlo a un
costado del auto, regresar con el maletín de primeros auxilios, a ayudar al
otro colega. Ahora tampoco lo sabe, pero lo importante es que lo hizo, que
sobre su pierna sana sostiene la cabeza del otro médico que respira ahora con
mayor facilidad, que si mira hacia su izquierda puede ver al negro Turiño,
quejoso, pero vivo.
Siente que le ruedan por las
mejillas unas lágrimas, las primeras que se permite en mucho tiempo. Pero sabe
qué no son lágrimas de dolor, de ese dolor intenso que le llega desde las
entrañas de su pierna; o del saberse rodeado de los cuerpos inertes de quienes,
hasta unos minutos atrás, compartían con el sueños y alegrías. Para esas
lágrimas ya habrá tiempo. Llora por el sonido de las sirenas que se acercan,
porque adivina la ayuda, porque sabe que el negro Turiño, el médico a quien
sostiene la cabeza y él, estarán a salvo, y que, meses después, esto será una
anécdota más, de esas que gusta de contar en el patio de la casa, en su sillón
preferido, bajo la sombra del flamboyán, con Silvita sentada sobre sus piernas,
escuchándole contar de las peripecias del negro Turiño al timón, de su miedo a
las serpientes y a la sangre; de todas las caminatas que él y sus colegas hacen
día a día para llegar hasta comunidades lejanísimas, donde nunca antes habían
visto un médico. Escuchará el ohhh prolongado de Silvita cuando le cuente de
selvas y panteras, y saboreará el ron que Sergio le brinde de la botella nueva
«especial por el regreso», y del beso prolongado que Silvia pondrá en sus
labios, tras recriminarle sonriente «mira que inventas»; mientras la niña va a
buscar el último dibujo que hizo de su papá, «curando a los niños del mundo».
Noel Pérez García -Sorribe-Santiago de Cuba-Cuba)
El hombre que yo amo
De manos muy grandes, para acariciar o gesticular
según su momento. Con la genialidad de pocos, con el mal humor de los que
saben, con el decir honesto y el pensamiento a flor de piel.
Con el ritmo de la experiencia o de una canción
sabida, me abarca, me seduce, me envuelve en su conocimiento, y me lo presta.
De espaldas al egoísmo, con el pecho
puesto en los sentimientos, la mirada ahondando en mis entrañas, alza sus
ojos y me interroga.
-¿Aún me amas?
Juega, como en el tango, con el humo del
cigarrillo, me mira pensativo. Calza sus anteojos escondiéndose quizás de mi
respuesta, porque con ellos puestos, desvía la mirada.
El sol brilla a pleno, y cae perezoso
sobre la mesa que hace de escritorio.
Mis libros, los de él. El cenicero repleto.
El periódico. “Bajo Fondo” endulza los oídos. Mientras tanto, no puedo
dejar de mirarlo, sus anchos hombros ya algo caídos pero fuertes, sus
dedos nerviosos buscando algo, sus bellísimas canas recordándome las
mías, su camisa desabotonada con una mancha de café cerca del pecho y todo él,
en un gesto que todavía me deslumbra, me atrae, me enternece, me enamora.
-¿Te ayudo con las correcciones? Le quito
de las manos los papeles, lo obligo a mirarme. Hay un poco de cansancio en sus
ojos. Se hace el distraído. Con ademán endeble, me aparta de su lado:- Hay
mucho que hacer… Murmura.
Me siento en su falda, le tomo la cara
entre mis manos y lo miro fijamente, quiero meterme en su alma, esperarlo ahí,
descalzarle los huesos, y convertirme en su piel. Una única piel.
Se deja hacer casi desorientado, como si
el apuro de todos los tiempos cayera sobre esa mesa, y el amor rondara sólo por
casualidad. Hasta que arraso con sus barreras masculinas. Su brazo me enlaza el
talle y me besa entendiendo la respuesta, que se viene abalanzando desde mi
sentir.
La vida se ha sentado con nosotros, la
vida sonríe aprovechando el momento.
Ese día. Esa mañana de amor, ese “querida”
que sacude mi sangre, ese “loca, loca mujer mía”, que hace que me sienta la
única en su mundo, aunque haya habido otras. Aunque haya otras. Yo seré la
última.
Al menos, en el día de hoy.
(De
libro: Palabras de Amor. Ed. Letras Nuevas. Edición agosto de 2010)
Norma Aristeguy-Buenos Aires- Mar de
Plata- Argentina
Soneto endemoniado
...
a todas las Celestinas, alcahuetas, que nos pudrieron la vida, que nos odian
hasta dolerles , y que alguna vez ensuciaron nuestras mejillas con sus labios,
y nuestras almas con palabras cariñosas impregnadas de arsenico..
Anciana y putrefacta el
alma tuya,
desde el origen mismo de
su engendro,
si el mal atisbas ,
gritas: ¡ lo emprendo!,
y no hay acción que tu
vil afán excluya.
He de reconocer el daño
cruel,
que contra mi ser has
asestado,
dejando mi nombre ya
infectado,
quebrándolo activando tu troquel.
El molde que utilizas da
buen fruto,
ya no aspiro, destruido,
a estar ni ser,
y en tu lengua me llevas
de usufructo.
Hube de morir, al
consentirte ver
tan cercano a mi tu
llanto bruto…
y el mal en mí, al verlo
florecer.
Paco José González- Sevilla-España
De gris o herrumbre
...y la luna
habito en mi pecho, este domingo
cuando sin querer …
y frente a un escaparate y dos
monedas
me compraste aquellas alas que
pueblan mis futuros…
y pensar
que eso fue
en aquella esquina….
…y hoy en gris…
o calderas ardientes de pasiones
convertida
en pájaros y enredaderas
madreselvas…
nardos…
o jazmines…
sigo ese sendero que aprendió sin
razones
este abecedario…
…y entre mis encajes,
queriendo aparentar felicidad,
vestida de gorriones…
compro el último billete de
vuelta a mis montañas
para esa “perfecta despedida” de
presagios…
pero
sin apariencias
y convencida
volveré en el tiempo de las
flores…
aunque vos
incrédulo ,
lo digas que no creés
aunque yo:
lo escriba…
lo escriba…y lo reescriba...
…Mark Knofler…
me acompaña esta mañana
donde me hace recordar
aquellos
...comienzos y despedidas
cuando aprendimos del amor
y de
amarnos...
…pero esta vez...
el billete dice:
"dejar aquella
geografía"
y desvestirme
en absoluta intemperie…
……para esta vuelta
de avenidas bendecidas….
Ya no se…
si son prosas de madre volando…
desamparada…
de hijos que se van buscando
vidas…
o yo misma
…mujer hambrienta
de abrazos contenidos…
…mujer necesitada
de amores merecidos…
Creo si:
de mujer
MUJER
habitada de tantos textos
e historias reales e inventadas…
de diccionarios…
y contextos…
que hacen a la vida…
de v…
de voluntades
de s…
sosegada
y de f…
de felicidades
Pero hoy prefiero esa A
…que comienzA …contiene
y de vez en cuando...
continúA
pero mÁ me gusta decir que
la historia de la vida...
continuArÁ
todo eso de completA
que vuelA
que dignificA
que AmA
que pArte
pero que…
mAñAnA vuelve
porque soy
pAlomA
y soy sin querer…
aquella mAriposA
y tal vez en cualquier tarde de
verano
una golondrinA
para ser
verAno
…y en las noches
en que se titulan :
soledades…
donde esa lunA
baila boleros en mi pecho
escribe cartas
inconciente en mi AlmA….
seré yo
de transparencias vestida
o desvestida…
de todos mis encajes…
...o quizás desnuda
de eternas intemperies
….como me encanta ¡!!
quien querrá ?habitar …
ese gris y herrumbre
de abrazos
de luna…
de pájaros…
…en definitiva:
YO…
…y quien quiera
que vuelva a ser …
aquella luna…
…………………………o algún pájaro.
Pilar Ferrer- Ushuaia-Tierra de Fuego- Argentina
¿Y ahora?...
A Paquisol Gayo
Retana
Formados en el miedo,
asentados en la
comodidad de lo conocido,
lloramos por temor
al gran
enfrentamiento…
dimensión donde lo
fundamental se desconoce.
Aprendizaje de lo
imperfecto.
Instante supremo.
Aceptación del hecho…
¿Eso es todo?
¿Y ahora ?...
Crisálida del tiempo…
insólito renacer en
la permanencia,
nueva dimensión
donde todo de nuevo
fluye,
donde nada termina…
Rafael Serrano Ruiz- Madrid- España
Un cierto olvido
Falsa interrupción aquella:
evadir las horas en un café
si las manos hierven
y la sangre estremece la espalda.
Sabes que siempre espero.
Soy la amante perfecta.
Hablo el idioma de las aves.
Custodio los dulces frutos del árbol y
muerdo
cada rama de tu vegetación
de esto
no sé
ya perdí el sentido del tiempo.
Tatiana Aguilera-Chile
Muy pocas
veces
Ando por caminos
precipitados
llenos de vocablos;
que casi siempre me llevan a
la nada.
A veces
pocas veces,
aparece esa luz que tiende
puentes
y hace que la palabra tome
sentido.
Que crezcan como crecen las
ramas
del olivo;
fuertes, y tan eternas
como el aleteo de los
sueños.
Muy pocas veces,
se levanta ante mi asombro
y hacen su propio camino;
-emergen de la nada
y se hacen tan bellas-
que sólo podemos admirarlas.
Toni Aznar-
Barcelona-España
Poema de alma inmensa:
Hoy te
escribo un poema,
que se
inscribe en el libro de la vida,
para que
cuando pasan las nubes grises,
él sea luz y
candor.-
Te escribo
un poema,
de pocos
versos,
pero de alma
inmensa,
que vuela
por sobre el horizonte,
y deja
estelas de color en el alma,
pues sabe a
esencias misteriosas,
que se
descuelgan tiernas,
cuando las
gotas de cristal puro,
se aprestan
en el profundo humedal,
que se
guarda en el fondo,
de las
corolas rojas e intensas,
Te escribo
un poema,
sutil y
bañado en sueños,
que se roba
al mar, cielo y horizonte,
que cabalga
en la cresta de las olas,
y se
adormece en la playa delicada,
que te
llevas en el alma,
de mujer
dulce y bonita.-
Víctor Kartsch.- Asunción -Paraguay
Recuerdos
de infancia
“No sé cómo puede vivir, quien no lleve a
flor de alma los recuerdos de su niñez” Unamuno. –Epígrafe- “La arboleda
perdida” de R. Alberti.
Un
espacio enorme en la memoria
jardines
y escaleras la dibujan,
girasoles
y gorriones le dan vida
y
alegran el travieso corretear de mis hermanas.
Recuerdos
de mamá que sube y baja,
entre
flores y afanes peregrinos,
en
el patio, el sol espera al medio día
y
el aire puro, soplado por el viento.
Hielo, escarcha, se mezclan en sordina,
espasmos
atrapados en vigas y dinteles,
esperan
impasibles del Inti milenario
su
cause natural y benigna concurrencia.
De
mañana el frío nos despierta,
la
aurora despereza las montañas
y
el trino de las aves se confunde
con
el rítmico parir de los tejados.
El
silencio se apaga junto al frío
regresa
el ajetreo como ayer, como mañana,
los
pájaros vuelven a besar las flores
y
la casa grande parece una acuarela.
Victoria Gonzáles Badani -La Paz – Bolivia.
La timidez me dominó de nuevo
La timidez me dominó de nuevo,
sentí mi cuerpo entero fenecer
y me quedé agarrado al suelo
pálida el alma, y ante ti mujer…
No tuve arrestos por decirte
nada,
sencillamente mudo, sin saber qué
hacer,
temiendo herirte si me
vislumbrabas
tu imagen fue sentirme renacer.
Cerré mi ojos respirando hondo,
un aura extraña envolvió tu piel
y un remolino de pasión oculta
tensó mi sexo… ¡Que momento
aquél!
Visión paradisíaca tu imagen
que sublimó la idea del placer
y, en mi silencio, te rendí
homenaje
con llanto de respeto y… ¡me
esfumé!
Xavier Coderch Vives-Barcelona España
Lista de autores Marzo
Autor
|
número
|
titulo
|
|
|
|
Ada
Gil
|
64-1
|
Caminos ahuellados
|
Alejandrina
Arias
|
64-2
|
Una
hora con el viento
|
Amanda
Reverón
|
64-3
|
Hora bruja 5
|
Antonio
Monzonís
|
64-4
|
Instrucciones para planchar el alma
|
Beatriz
Ojeda
|
64-5
|
Mi
máscara desnuda
|
Benjamin
A Araujo Mondragón
|
64-6
|
Entre
principio y fin
|
Carmen
Guzmán C
|
64-7
|
Y se
cubre una espera
|
Concha
González
|
64-8
|
Somnium
|
Dalmiro
Durán
|
64-9
|
Hurgando
en los días revueltos
|
Diego
Cazzaniga
|
64-10
|
Oculta
|
Enrique
Palanca Sanchis
|
64-11
|
Las que no afloran
|
Ezequiel
Feito
|
64-12
|
No
escribas mas de mi
|
Granada
Sandoval
|
64-13
|
Espinelas
directas
|
Héctor
Berenguer
|
64-14
|
En el
Pireo
|
Higorca
Gómez
|
64-15
|
Dedicado
a dos poetas
|
Leo
Zelada
|
64-16
|
Underground
blues para Jim Morrison
|
Mané
Castro Videla
|
64-17
|
Tu
presencia
|
María
Gutiérrez
|
64-18
|
Eran
pobres
|
Mavel
Zaves
|
64-19
|
La
otra orilla
|
Noel
Pérez garcía
|
64-20
|
Bajo
el flamboyán
|
Norma
Aristeguy
|
64-21
|
El
hombre que yo amo
|
Paco
José González
|
64-22
|
Soneto
endemoniado
|
Pilar
Ferrer
|
64-23
|
De
gris o herrumbre
|
Rafael
Serrano
|
64-24
|
¿Y
ahora que?
|
Tatiana
Aguilera
|
64-25
|
Un
cierto olvido
|
Toni
Aznar
|
64-26
|
Muy
pocas veces
|
Víctor
Kartsch
|
64-27
|
Poema
de alma inmersa
|
Victoria
González Baldini
|
64-28
|
Recuerdos
de infancia
|
Xavier
Coderch Vives
|
64-29
|
La timidez
me dominó de nuevo
|
|
|
|
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