Artista Plástica Raquel Otaño- Rosario -Argentina
Sonata
Ella
Blonda
cascada que airosa se desploma
Sobre
la tibia seda de la piel
suaves
contornos que la carne aroma
de
cálida fragancia, para él
Él
Bordón
enamorado en la garganta,
Eco
sutil y cálido a la vez
Moreno
junco que grácil se levanta
Sobre
el ágil escorzo de los pies.
Dos
miradas, dos besos, dos caricias
dos
abrazos cargados de pasión,
Y
en el silencio de la noche inicia
Su
apasionado diálogo de amor.
¡Mi
alegría eres tú! ¡Tu vida es mía!
¡
No hay para mí más goce que tu voz!...
Abrió
la noche el camarín del día…
Y
cerró el sueño los ojos de los dos.
Maricruz
Serrano J.- Madrid- España
PARANOIA
Dicen que sólo hay una realidad, ésta
concretamente. En ella arrastramos nuestra apesadumbrada existencia hasta que
algún día, más tarde o más temprano, alguien apaga la luz.
Resulta
duro creerlo, resulta difícil llegar a aceptar que no somos dueños más que de
un montón de células misteriosamente unidas por Dios sabe qué extrañas fuerzas
que impiden que nos desintegremos y nos fundamos con el resto del Universo.
Somos individuos, entes definidos y diferenciados de los demás, aunque muchas
veces nos empeñemos en demostrar lo contrario.
Cada uno de nosotros vive sólo, rodeado de un montón de
extraños hostiles con los que intenta convivir de la mejor forma posible. Suele
resultar complicado, muy complicado. Nadie es dueño del destino de nadie, ni
siquiera del suyo propio. La vida es un imprevisto seguido de otro imprevisto
que provocará un nuevo imprevisto. No se puede controlar lo incontrolable, ni
siquiera se puede intentar. Uno puede llegar a creer que conoce a alguien pero
siempre se demuestra que es mentira, porque nadie conoce a nadie, ni tan sólo a
sí mismo.
La racionalidad es una falacia, un entretenimiento con el que matamos las horas
de hastío. Al final no cuenta para nada, ninguna decisión ha sido nunca tomada
basándose en la razón, siempre han primado otros motivos: Amor, odio,
intuición... Sentimientos al fin y al cabo. Pero, nosotros, los patéticos seres
humanos, seguimos empeñados en demostrar que la inteligencia es el poder
supremo que nos llevará a habitar en un mundo perfecto. ¡Tonterías! Nos
encontramos inmersos en un caso patológico de esquizofrenia colectiva a nivel
mundial. La escala de valores ha sido totalmente vuelta del revés, y lo peor es
que intentamos aparentar que nada pasa, que la normalidad reina por doquier.
En
un planeta como este, es lógico que la generación que ahora llega sea
totalmente autista y carente de cualquier tipo de interés por mejorar el tipo
de vida que llevamos. Se refugian en videojuegos, en programas de televisión de
diseño, en una concepción materialista del sexo y lúdica de la violencia. Están
luchando, a su manera. No se puede cambiar algo que no tiene vuelta atrás, así
que la mejor solución es destruirlo todo y volver a comenzar desde cero. Ellos
lo lograrán, conseguirán convertir el mundo en un lugar totalmente mecanizado
en el que no habrá sitio para la improvisación, conseguirán prostituir
finalmente todo lo que significa estar vivo y serán los alcahuetes de una nueva
religión completamente computerizada.
Supongo que incluso el amor dejará de tener sentido, pues será sustituido por
necesidades más hormonales y que suelen conllevar menos esfuerzo que no el
intentar convivir con alguien. Pero eso estará bien, estará bien porque será lo
más parecido a lo que la humanidad necesita: Un merecido tratamiento de shock.
Entonces, alguien, en algún lugar del mundo, despertará un día y descubrirá,
bajo algún montón de metal, una brizna de hierba que despertará sus más
primitivos instintos. Se revelará en ese momento contra la razón, y acompañado
de otros como él, conseguirá derrocar la dictadura de los chips de silicio e
instaurar un nuevo comienzo. ¿Será el definitivo? Quién sabe. A lo peor el
problema es que todo lo que he dicho es mentira y que la falacia radica en los
sentimientos.
Quizás esa es mi maldición, y la de otros como yo, que los veneramos como si
fueran algo mágico, cuando, quizás no sean más que otra de las múltiples caras
de la racionalidad. En fin, a quién le importa, de todos modos el Universo
nunca notará la falta de 6000 millones de microorganismos que creen ser el
centro de la Creación.
Charo Bustos Cruz © Sevilla-España
Canta Tú
Al Amor
CANTA TÚ AL AMOR,
CORAZÓN HERIDO.
YO TAMBIÉN LE CANTO
CON EL ALMA EN CUEROS.
CANTO A LA TRISTEZA
DEL AMOR PERDIDO.
SIN DESPECHO ALGUNO.
CON DOLOR INMENSO.
CANTO A LA DESDICHA,
A LA DESESPERANZA.
CANTO A LA AÑORANZA.
A MI AMOR VENCIDO.
Nieves M.ª Merino Guerra –Las Palmas de Gran
Canaria-España
La batalla
Miro las luces del techo, los
ojos las siguen en una carrera loca, no pueden parar. Me asusto, tengo que
cerrar los ojos, la cabeza no deja de dar vueltas. Me aferro al sofá, clavo los dedos en él como mi último
asidero mientras intento
reducirme para ocupar la mínima cantidad de espacio posible. Ignoraba que un tal problema comportase semejante
pánico. Puede hacer que se tambaleen los juicios de valor y en consecuencia el
amor propio o la valentía que están ligados a ellos. Poco a poco voy tomando
posesión de mis sentidos. La desagradable sensación ha pasado, pero ahora
siento una desconfianza total sobre mí, mis sentidos y sus respuestas. Pasa un tiempo que se alarga en sí
mismo. Estoy completamente inmóvil. Me animo a mí mismo. Ya ha pasado todo- me digo-. Me siento preocupado
pero bien, hasta podría susurrar una canción, cosa que por supuesto no me
apetece hacer lo más mínimo, así que echándole valor, me decido a abrir los
ojos nuevamente. Siento cierto temor, pero después de un momento comienzo a
abrirlos… Nada, no pasa nada. Voy tomando confianza… Busco de nuevo las luces
del techo con la mirada. Están fijas, quietas, como siempre, como ha de ser y
entonces, intento mirar más allá y de nuevo comienzan a tomar velocidad
siguiendo el camino que transitan mis ojos al desplazarse en la orbita que
forman entre los parpados superior e inferior…!Alto! - me digo- Y de nuevo he
de cerrar los ojos si no quiero caer al abismo de la nada. Tomo conciencia del
suceso, empiezo a analizarlo como un fenómeno que ha de tener una explicación. ¿Hasta
qué punto puedo mantener el control sobre mi mismo? Aparte de sentirme hecho un
asco, si tengo los ojos cerrados la cosa va bien. Si los tengo abiertos, pero
fija la mirada al frente, bien, pero si los muevo lo más mínimo o si hago el
más mínimo movimiento con la cabeza… Entonces parece que todo toma vida propia girando
en mi alrededor como si fuera el centro de una inmensa galaxia. No puedo permanecer impasible ante el
fenómeno y poco a poco, tomando un tiempo que puede parecer eterno, abro y
cierro los ojos. Muevo, con toda la calma del mundo, ligeramente la cabeza en
uno y otro sentido, combino los dos ejercicios en un loco intento de controlar este caos que me invade y
tomar un dominio, al menos
relativo, sobre mi maltrecho organismo. Creo que estoy ganando la batalla. Una
vez leí que cuando una persona quiere alcanzar algo, piensa de manera
espontánea en tres cosa: ¿qué he conseguido hasta el momento? ¿En que posición
me encuentro? ¿Qué debo de hacer?
Si no se pueden contestar estas tres preguntas, sólo
queda el miedo, la falta de confianza en si mismo y el cansancio. Y en
esa situación me encontraba yo. Empiezo
a sentirme enormemente cansado. No me apetece moverme lo más mínimo, claro que
tampoco lo haría por temor a perder de nuevo el sentido estático de las cosas,
así que decido descansar un momento. Cierro los ojos con ese objetivo:
descansar. No sé cuanto tiempo llevo así, he de hacer algo, no puedo pasarme la
vida tumbado sin moverme. Tengo sed, creo que tengo sed. Sobre la mesa, frente
al sofá, hay un vaso con agua. Tendría que beber un poco. El espacio hasta el
vaso, apenas a diez centímetros
del brazo estirado, me parece interminable, y el esfuerzo para su aproximación:
enorme. No me siento capaz de realizar tanto esfuerzo. Me jaleo, intento
insuflarme todo el valor del mundo y … Muy despacio...Analizando detenidamente
lo que va sucediendo, como un bebé en sus primeros pasos, mi brazo, y yo con él, va avanzando
hasta alcanzarlo y acercarlo a mi boca. Siento cómo el agua fresca desciende
por mi garganta. He tomado sólo un buche, pues ignoro qué puede suceder, si es
que sucede algo. El hecho, lo considero como una gran victoria, así que
animado, extiendo nuevamente el brazo hasta alcanzar el móvil. ¡Bip! ¡Bip!
¡Bip! Buenos días. Podría decirle al doctor…
Rafael
Serrano Ruiz- Madrid- España
Sería Tan Bueno
Sería tan bueno que abraces cuando abrazo.
Que beses, cuando beso.
Que ansíes, cuando ansío
Que
vivas, cuando vivo
Sería
sorprendente si una mañana de esas me llamaras sin más.
Porque
sentiste y llueve.
Sería
extraordinario que lloraras si lloro.
Que
beses cuando beso.
Si tu soledad acallara la mía.
Si siguiendo a tus
miedos se alejaran los míos.
Sería todo un
hallazgo si le cedieras al silencio una sola nota.
Que beses cuando
beso.
Que si callo,
prosigas.
Sería increíble
para mí si mi mano interrogante
encontrara la tuya,
acariciadora.
Si tus manos
liberaran las culpas como bemoles.
Si dejaras libre a
tu deseo encauzado en mi cuerpo
Que si callo,
prosigas.
Y sería tan bueno
si un día
te dejases convencer, cuando estoy
convencida,
entonces, sería el
comienzo
Diana Bravi- Rosario-Santa Fe-Argentina
A veces
A veces
La curva del
día
Se hace noche,
Y la gota del
tiempo cicatriza…
Etherline Mikeska - Neuquén - Argentina
CAMBIOS
Cuando
el señor A. se despertó y comprobó que no era su cama, la primera sensación fue
de disgusto. Estaba acostumbrado a su doble colchón de lana debidamente
escardada y éste, por lo visto, era un ordinario colchón de gomaespuma. Además,
bastante delgado. Por un momento se imaginó algún accidente, pérdida de
memoria, cama de hospital... Al tacto pudo ubicar el velador y, comprobando que
no era su velador, prendió la luz. Su inquietud creció algo cuando comprobó que
a su lado yacía, plácidamente dormida, una señora que no era la suya. Esta vez
no sintió disgusto pues no podía evaluar su apariencia. Así que, ligeramente
confundido y prácticamente olvidado del colchón, se levantó con sigilo y rumbeó
hacia donde él pensaba estaba el baño. Mientras lo hacía, dedujo que si ése no
era el colchón ni ésta su esposa tampoco el baño sería el mismo; evidentemente,
no estaba en su casa.
El
baño era amplio, con una hermosa lucarna por la que entraban las primeras luces
del día. Grande, espacioso, a lo antiguo, con una bañera de, por lo menos, cien
años, enlozada y con las patas rematadas en figuras quiméricas; todo como a él
siempre le gustó y nunca pudo tener. Grifos cromados o niquelados con el centro
blanco y las letras C y F en bajorrelieve y pintadas de negro. Un sueño. Antes
de hacer lo suyo disfrutó por un rato de lo que veía; aún dudaba sobre la
realidad que palpaba.
La
señora R. despertó de golpe y se extrañó de que su marido ya se hubiese
levantado. Eran las seis y normalmente lo hacía a las ocho. Escuchó ruidos en
el baño y se despreocupó. Un aroma que emanaba de la almohada le llamó la
atención: no era el de la colonia barata que usaba su esposo. Tal vez ya
decidió reemplazarla -pensó.
Remoloneó
un rato pensando en cuántas cosas cambiaría si pudiese y se levantó. Ya en el
baño se sorprendió de ver un frasco casi sin usar de la colonia que, según su
creencia, su marido había dejado de usar. Pero la fragancia que percibía en el
aire no era de esa colonia y era la misma que sintió en la habitación. Es
demasiado temprano para resolver enigmas baratos -se dijo mientras abría la
ducha.
El
señor A. se lavó la cara rápidamente al sentir ruidos en la habitación. Salió
por el pasillo e intuyó el camino hacia la cocina. Se dijo que, sea lo que
fuere lo que hubiese pasado, no dejaría de desayunar. Puso la pava a calentar y
buscó algo para comer en la heladera. Algo de manteca y unas rodajas de pan de
ayer, la mejor manera de empezar el día. En eso estaba cuando oyó que el agua
corría en la bañera. No pudo dejar de imaginar, aunque sin fundamentos, el
cuerpo desnudo de la desconocida mujer que a pocos pasos se duchaba. Se imaginó
a sí mismo enjabonando una espalda sin rostro, sumergiendo sus manos en una
cabellera anónima...
El
ruido de la pava hirviendo lo sacó del baño y lo trajo de nuevo a la cocina y
su desayuno. Empezó a preparar un té.
El
baño resultó más placentero que otros días. No lograba identificar las razones
pero había sentido el agua más pura, renovada. Una sensualidad hacía tiempo
olvidada se había deslizado entre las gotas tibias y el jabón que la
acariciaba. Sintió un poco de vergüenza pero al momento se dijo: si a mi edad
voy a tener temor de gozar, entonces ¿cuándo? Esa era una de las cosas que
añoraba y sentía que tal vez nunca había tenido: placer. Placer de estar viva,
de gozar con cada sol y cada luna, de dejarse mojar por la lluvia y despeinar
por el viento. Placer de hacer las cosas que le alegraban la vida. Se
sorprendió pensando esto, ya que nunca se había cuestionado su suerte tan
profunda y sinceramente. El lejano silbido de una pava hirviendo hizo que
dejara de secarse el pelo y escuchara atentamente. ¿El sonido venía de su cocina?
Su marido nunca tomaba algo caliente a la mañana ni le preparaba a ella el té
que tanto le gustaba tomar mientras veía nacer el día por la ventana de la
cocina. Empezó a pensar que al fin algunas cosas estaban cambiando y...
Cuando
dejó de escuchar el ruido de la ducha, puso el agua caliente en la tetera y
dejó que descansara el tiempo necesario para que las hojas de té exhalaran el
aroma justo y el color perfecto. No se cuestionó demasiado el preparar las dos
tazas ya que sería descortés tomar el desayuno solo. Aunque no conocía a la
señora, sí tenía conciencia de las reglas de urbanidad y gentileza a la hora de
las comidas. Mientras esperaba, observó con detenimiento a su alrededor. La
cocina compartía la cualidad de amplitud con el baño. Había mucho lugar para
cocinar, para sentarse a comer o charlar tranquilo. Estaba decorada con
simpleza pero con buen gusto; económica y artesanal, ésa era la definición.
¿Sería posible que esto fuera un sueño? ¿Una jugarreta de la mente proyectando
sus deseos simples pero eternos bajo la forma de realidad? ¿Cómo había ido a
parar allí?
Decidida
a pasar una mañana algo más feliz, la señora R. salió del baño bastante más
arreglada que de costumbre: peinada con esmero, algo de rubor, un toquecito en
las puntas de los ojos para alargarlos, lápiz labial un tanto atrevido...
Estaba segura de que una sorpresa la esperaba. La fragancia, el ruido de la
cocina. Mentalmente repasó fechas y no encontró ninguna razón para ser
homenajeada por su marido. Tal vez, simplemente decidió dar un giro a esta vida
chata.
Cuando
entró a la cocina y vio a un perfecto desconocido sentado a la mesa con dos
tazas para té esperando, un plato con tostadas y manteca, la primera sensación
de la señora R. fue de placer. Ese placer tan escondido y buscado en los
pliegues de su vida. Nunca había desayunado con su esposo o tal vez no se
acordaba. Tampoco hubo un día en que no tuvo que prepararse su té y sus
tostadas. Con este sentimiento nuevo y por temor a romper el buen momento, se
limitó a desear buenos días al desconocido y sentarse a desayunar.
El
señor A. se sintió complacido con lo que veía. Comparado con la figura reseca
que contempló durante muchos años al despertar, ésta mujer era una fruta
fresca, una hoja llena de rocío, una delicada porcelana. Correspondió al saludo
levantándose y corriendo la silla para que ella se sentara. Le sirvió el té,
ofreció azúcar y le preparó una tostada antes de servirse. Comió en silencio
contemplando con reserva a la mujer. Su primera impresión no había sido falsa.
Además de delicada era suave, muy suave. No sabía cómo podía calificarla de
suave pero eso era lo que emanaba de ella. Recordó su fantasía mientras ella se
duchaba y sus sentidos lo llevaron lejos, demasiado lejos. Al instante casi, su
conciencia le reprochó su falta de decoro. Al diablo vos y tus prejuicios. Hace
mucho que no siento esto -pensó mientras retomaba el hilo de su ensueño.
Seguía
sin creer lo que le estaba pasando. El desayuno servido, un hombre amable que
le corre la silla... Un sueño no era, una alucinación tampoco. Pese a ello, no
quería casi hablar; tenía miedo de adelantar un desenlace catastrófico. Quería
gozar el momento, disfrutarlo el mayor tiempo posible, después...
Terminaron
el desayuno en silencio, cada uno evaluando la situación y sus probables
consecuencias. El señor A. se ofreció a lavar los trastos pero ella no lo dejó.
Al fin, él le dijo:
-Usted
me perdonará, pero tengo que ir a trabajar. Que tenga buenos días.
-Usted
también. Gracias por el desayuno...
El
señor A. trabajó con ganas ese día. No se acordaba cuándo había sido la última
vez que ello le ocurriera. Tan repetitivo y deprimente le parecía; hacía rato
que había perdido el entusiasmo. No le interesaba nada más que llegar al
viernes para dedicarse al jardín o a caminar por ahí. Pero este día tenía un
ingrediente que lo hacía distinto y prometedor. Hasta le pareció normal
proyectar como algo natural el almuerzo en la casa en la que había dormido y
que no era la suya. Ni siquiera se permitió casi un poco de remordimiento por
la inquietud de su esposa que tal vez lo estaría buscando. ¡Que raro! Ahora que
lo pienso no me ha llamado en toda la mañana. ¡Que placer!
La
señora R. se quedó un rato más en la cocina después de lavar las tazas. La
sensación de plenitud le pareció ominosa. Se acordaba de su padre cuando le
decía que a cada momento feliz le corresponde uno desdichado. Pero ahora era el
turno de estar bien, y lo aprovecharía. Casi sin pensarlo, organizó el almuerzo
aventurando los posibles gustos del señor que había desayunado con ella. Una
brizna de remordimiento la hizo caer en la cuenta de que su marido no había
llamado. Ni siquiera una nota había encontrado. Hasta ahí llegó su
cuestionamiento. No vaya a ser que pensando en cosas feas, éstas ocurran.
El señor
A. llegó puntual al mediodía y, sin tocar timbre, entró a la casa. Un aroma
exquisito lo esperaba. Era una mezcla de asado al horno con unas hebras de
romero, el olor propio de la casa y unas trazas de delicado perfume de mujer.
La señora R. lo esperaba con el almuerzo servido. Ninguno de los dos consideró
esto como una casualidad o algo forzado. Para ellos era lo más natural sentarse
juntos a almorzar. Disfrutaron la comida y por primera vez charlaron largo
rato. Y a medida que la conversación avanzaba descubrieron sus coincidencias. Y
se observaron, y se gustaron. Interminables miradas seguían a largas
confidencias. Pronto, la mesa fue un obstáculo. Sin palabras y sin
explicaciones decidieron probar lo que habían acumulado en sus mentes.
La
espalda de ella era suave.
Él era
tan sensible como ella creía desde el fondo de los tiempos.
Después
de todo, habían despertado en la misma cama ese mismo día.
Cesar Gustavo De Gerónimo
- Balcarce – Argentina
Caprichos
I
Si, está bien.
Reconozco que esa noche tenía el
sueño liviano y me despertaba por el menor ruido. Pero el colmo fue ese sonido
horrible del piano. Si hubieran querido desafinarlo a propósito no hubieran
encontrado mejor manera de hacerlo.
Me levanté, fui hasta la sala y
encontré a mi gata caminando sobre las teclas. Creo que la levanté y la arrojé
a un sillón. Volví a la cama, tomé una pastilla e intenté dormir.
En eso estaba cuando de repente
volví a oír el piano. Alguien estaba tocando con total perfección el Concierto
Italiano de Bach.
Nuevamente estaba la gata sobre las
teclas.
La miro, me mira y sonríe.
II
Estaba esperando mi turno en una
carnicería cuando una señora que estaba justamente delante mío pidió un kilo de
carne. Para milanesas, creo.
El carnicero busca por toda la
heladera. Nada. Se fija en otras más pequeñas. Tampoco.
Finalmente toca un timbre. Del
interior de la carnicería sale un joven empleado a quien la mujer le susurra
algo al oído. El chico parece decir “si” con la cabeza y de inmediato deja
parte de su cuerpo al descubierto.
Mientras el carnicero iba cortando
el exacto kilo de carne ante la mirada indiferente de los clientes, el joven se
vuelve hacia mí, y con su mejor sonrisa, comienza a explicarme las nuevas
reglas del mercado laboral.
III
Paseaban dos señores de venerable
edad por la avenida. Estaban discretamente vestidos y parecían personas muy
respetables.
Caminaron un buen trecho con las
manos en la espalda y sin cruzar palabra, hasta que uno le dijo al otro:
-¡Entre qué gente estamos, doctor!
Recuerdo que, cuando éramos jóvenes, antes de hacer una mala acción lo
pensábamos dos veces. ¡Hoy por hoy, toda la gente tiene una justificación para
cualquier cosa en la punta de la lengua!
- Así es, licenciado – le respondió
su acompañante, mientras ambos comenzaban a meter las manos en los bolsillos de
un tercero que caminaba delante de ellos.
Ezequiel Feito-Buenos
Aires –Argentina
En el insondable bosque
En el insondable
bosque
despiertan
grillos
Inquietos toman los
faroles verdes
de las luciérnagas
para hablarle a las
flores
y escribir por las
noches
una hoja en el Libro
de las Primaveras
Yo les confío hasta
el ultimo
de mis retoños
les señalo
incansables raíces
que tejen en la
tierra telarañas silenciosas
Ellos cantan escondidos
entre las hojas secas
intercambian símbolos
que desconozco
dan el gran concierto
abren efímeras
corolas
en el ombligo de lo eterno
Laura Colagreco - La Plata-
Argentina
EL HOMBRO DERECHO
Mi
madre se sorprendió al conocer la noticia, iba a dar a luz a mellizas. El día
esperado llegó, allí sobre sus brazos estábamos ubicadas las dos, rozando su piel humedecida por la energía que debió prodigar a causa de nuestros nacimientos. Desde
entonces fuimos inseparables, nuestros corazones palpitaban parejos. Cómplices
a todas luces, pasamos los primeros años disfrutando de esa fantástica
realidad.
Marina
y Luciana. Luciana y Marina. Nuestros nombres pronunciados por otras bocas
cruzaban los cuartos, el parque, llegando a nosotras como una fruta madura,
alegrándonos por la gracia que
causábamos con nuestras caritas
similares de ojos pícaros, y por forjar el mutuo cariño que nos teníamos.
Inviolable, invencible.
Una
noche maravillosa, al cumplir los 10 nos llevaron al teatro que tanto
ansiábamos ver por sus funciones
de danzas. Se encendieron las
luces. Las bailarinas entraron al
escenario mágicamente, con sus
frágiles figuras, sus trajes de galas y zapatillas acordonadas, danzando como pájaros libres, armoniosas,
blandamente. Sensualidad y belleza. Arte y pasión. No hacía falta decir nada. A la semana siguiente
comenzábamos las clases en la
Escuela de Danzas. Así aprendimos los primeros pasos que nos transportaban a
ese mundo asombroso. Luego de algunos años salimos a hacer la primera gira. Al
fin teníamos la ropa de luces, las volátiles zapatillas de raso y las tan
codiciadas pinturas que nos realzaba los rostros. Los corazones henchidos, nuestras almas juntas, tal como las
ilusiones que crecían dentro de nosotras con alegría desbordante.
Poco
tardaríamos en comprender que ese don que habíamos recibido no era tal, si no
un infortunio que dio por tierra los sueños de Luciana.
El
teatro iluminado con intensidad, estaba colmado. El murmullo del público nos
llegaba jubiloso. Era la hora ansiada. Sin embargo, esa noche comenzó la trama
oscura de la historia. Ese aserrín, ese polvillo inexplicable sobre el piso del
escenario fue lapidario. En un giro veloz Luciana rodó y cayó de espalda.
Inmóvil, con los ojos cerrados, un gesto de agudo dolor en su cara. Tal vez
sentía solo una bruma helada y sombría, invadida por imágines funestas y de
vacío. Su ambiciosa carrera, puede
decirse, había quedado truncada desde el mismo comienzo. Con una lesión en la
columna su futuro estaba en una silla de ruedas. En tanto yo, flotaba en no se
cuantos pensamientos fantasmales.
Las
heridas que Luciana recibió en la piel mejoraron notablemente. Menos una en su
hombro derecho. Se debía esperar un tiempo que cicatrizara correctamente, según
el médico, esa era más profunda. No fue así, con el tiempo entendí que se trataba de una lesión
muy especial. De cáscara rugosa y oscura. Pegajosa. Pude percibir, a costa de
mi vigilancia, que la llaga cambiaba de color tornándose rojiza. Ella no hablaba del tema. A mi me hubiese encantado concederle su
mejor deseo, sabiendo que tal intención era un sueño imposible. Luego
de un tiempo yo decidí seguir con mi carrera, se lo comenté. Luciana me expurgó
de culpas dándome su apoyo, como si su mente despejada y tranquila pensara en
mi triunfo.
Entre
tanto la herida no cicatrizaba. Permanecía con su piel rugosa y oscura.
Pegajosa. En sus momentos de dolor
encogida en su silla de ruedas, afloraba en la superficie de la llaga una gota
de sangre, atenuándose al rodar.
No dije nada, ella tampoco.
Llegué a ser figura
principal. Luciana me veía partir y retornar de mis viajes, con una triste
sonrisa en su boca. Hablábamos y nos emocionábamos por igual. Eso creía yo. La
herida seguía sangrando, como si estuviese dando una señal, pidiendo
socorro. Comenzó a preocuparme.
Ese día estaba acomodando mi
valija cuando oí un ruido y miré hacia la puerta. Era ella, en su silla de ruedas, con la cara desencajada y
los ojos rojos. Me enderecé, la
miré. Supe de qué se trataba. Me anunciaba sus celos, su bronca, grande y
espesa. Nunca pudo mentirme, lo sabíamos. Con su furia, con la herida abierta,
el hilo de sangre fluía con mayor rapidez, rodaba desde el hombro derecho hacia
el brazo, seguía la línea del posa brazos, luego se deslizaba por la rueda del
sillón hasta el piso. Comprendí porqué sobre la alfombra de su cuarto había una
mancha granate y turbia, provocada por el torbellino de sus emociones.
Dicen que ocurre cuando
alguien sangra por su herida. Esas viejas astillas clavadas brincan, están ahí,
siempre atentas. No cierran, reaparecen con la nostalgia y el dolor. Intenté
abrazarla, me detuvo. La gota, el hilito de sangre emanaba apresurado, grueso,
bermellón.
¡El hombro derecho, Luciana!
¡El hombro derecho! Su cachetada sobre mi rostro me tiró al piso, resonó en
toda la casa. Jadeante se retiró a
su cuarto. Yo quedé tiesa, helada.
Escuché aquellas voces de hace algunos años que nos llamaban con dulzura.
¡Marina, Luciana! Se perdieron en
el aire.
Irma Sambuelli Serrano- Rosario- Argentina
Rojo
Globo rojo. Pelo rojo. Labios rojos. Roja manzana.
Carnes rojas. Ojos rojos. Rojo
pasión. Planeta rojo. Sangre roja. ¡Rojos!
¡Colorados! ¡Comunistas! Rojo punzó.
¡Federales! Rojo ladrillo. Tierra roja.
Pieles rojas.
Gato rojo.
-¡No! , ése es imposible.
- Te aseguro que Clarita tuvo uno, una vez.
Fueron seis. Tres como Clarita, blancos. Dos como
el padre, grises.
Y uno rojo.
Rojo con ojos verdes.
Rojo con cola corta.
Rojo de pelo suave.
-¡Es una monstruosidad de la naturaleza!, dijo la
abuela Berta.
Adoraba las palabras estrepitoso, calamidad,
malformación, anomalía. Decía que el
sonido de esas palabras era parecido a lo
que significaban, y adrede marcaba
fuertemente las consonantes o modulaba
moviendo la quijada de un lado a otro para
que el sonido saliera ondulante,
así: descuuaartizaaado.
Mal presagio. Mal agüero. Mal signo.
-Mal sería que te quedes con ese rojo gato,
sentenció Berta.
-¿O acaso aceptarías un perro verde jade, un toro
amarillo cromo o un potro azul
cobalto?
Siempre aprovechaba para mostrar sus inverosímiles
conocimientos sobre todo.
Acumulados con la paciente y compulsiva compra de
fascículos coleccionables de:
monedas del mundo, dedales holandeses, armas de la I Guerra Mundial y
también de la II, bordado español
y bolillos, origami y pastelería alemana.
Hasta uno de gatos y perros tenía, pero no halló
respuesta.
No la había.
Era simplemente un gato rojo.
Uno que miraba con ojitos de gato de almanaque, pero rojo.
Que hacía “miau” para pedir leche y después de
hundir su trompa en el plato, le
quedaba un manchón rosa entre los bigotes y la
barbilla, porque era rojo.
Cuatro patas color rojo y una lengua roja también.
Demasiado diferente.
Rojo por dentro, rojo por fuera.
Yo hoy estoy sentado acá, como todos a mí
alrededor.
Veo a través de la ventana nacer y morir al día.
Estoy
gris por fuera y también
por dentro.
Pero no soy diferente como aquel rojo gato.
Soy igual .Idéntico a los demás.
Sólo en algo me distingo. Odio el color azul y la siesta.
Recuerdo aquella tarde, a la hora de la siesta.
Recuerdo a Berta inclinada sobre el balde azul.
Sus ojos rojos.
Y el
gato flotando
Roxana D’Auro- La Plata- B Aires- Argentina
UN CUENTO PARA FRANCESCA
La ilusión del escritor y la del lector se
reúnen en un libro, como los regalos
intercambiados en el banco de plaza de este cuento que te dedico con
cariño.
A Marita y a Miguel los separaban muchos, de veras muchísimos años
de edad, pero los unía el mismo interés por las cosas curiosas que la gente
pierde en la calle.
Cuando Marita volvía de la escuela guardaba de la merienda algo en
el bolsillo para su amigo Miguel y corría a buscarlo al banco de siempre, en la
plaza que estaba a la vuelta de su casa.
Don Miguel, como todos le decían, mantenía barrida y prolija toda
esa manzana arbolada y surcada por caminos sinuosos, limpiaba los juegos de los
chicos y revisaba que no quedara un clavo o un alambre suelto que pudiera
lastimarlos. Era un trabajo que no le correspondía hacer, pero lo cumplía desde
hacía tanto que todos los vecinos lo consideraban su deber. Él no se quejaba ni
reclamaba a cambio más que el sonido alegre de las risas, cuando se sentaba a
recuperar el aire en ese banco donde Marita corría cada tarde a encontrarlo.
La cuestión era saludarse con un apretón de manos, como Miguel le
había enseñado, y contarse rápidamente las novedades del día. Cosas de la
escuela, casi siempre las mismas, o de la plaza, también muy parecidas de una
semana a otra.
Miguel le agradecía la media luna o el pedazo de pan aplastado que
Marita le entregaba, saboreaba lentamente y aunque no siempre esos restos de
merienda llegaban hasta él en muy buenas condiciones, invariablemente le decía
que estaba riquísimo y era lo mejor que había comido en mucho tiempo. Marita
sentía como un cosquilleo de felicidad al ver que su regalo era apreciado y por
eso ni una sola tarde, aunque llegara con hambre de la escuela, dejaba de
apartar algo para su amigo. Si volvía de un cumpleaños traía en una servilleta
una porción de la mejor de las tortas para Miguel, aunque fuera la última y
ella se quedara sin probarla. Marita era delgada como alguna niña que he
conocido por ahí, y eso que estaba muy bien alimentada.
Después de darle las gracias Miguel hurgaba, como distraído, en el
bolsillo más hondo de su pantalón y extraía algún objeto oculto en el puño
apretado. Los ojos de Marita se agrandaban de curiosidad. ¿Qué habría
encontrado hoy? ¿Qué había debajo de los dedos que él abría uno tras otro, como
si contara? Una moneda oxidada, un brazo de muñeca, una honda con la goma
cortada, una cadenita que corría por su mano como una serpiente inofensiva, las
perlas pálidas de un collar disperso… Todas brillaban como por un encantamiento
y parecían agrandarse cuando Miguel las dejaba caer sobre su mano pequeñita,
como si le entregara un tesoro para que ella lo guardara, mientras le decía:
-Esto es lo que hoy cayó del cielo. Es un regalo de Dios, como el
sol y la lluvia. Desde ahora es tuyo.
Marita llevaba coleccionadas tapitas con figuras extrañas, dos
autitos sin ruedas, pañuelos suaves como plumas, seis bolitas pesadas de acero, un vidrio redondeado de un
color tan extraño que nadie podía nombrar, docenas de lápices y gomas de borrar
y tantas otras cosas que aún no había aprendido a contar. No sabía que
Miguel encontraba otras que
devolvía a sus dueños, cuando lograba hallarlos, o las dejaba en algún lugar
donde pudieran recuperarlas. Sólo aquellas que nadie reclamaría eran lo que él
llamaba el regalo del cielo, y las guardaba para su amiga.
Muchas veces había pasado que Miguel sacaba el puño del bolsillo,
como siempre, lo abría con la misma demora, pero Marita descubría desencantada
que estaba vacío.
Entonces él se encogía de hombros, levantaba la vista hasta más allá
de la copa de los árboles y decía simplemente:
-Hoy no encontré nada.
Después de un suspiro, continuaba:
-¿Sabés qué? A veces pienso que los lugares vacíos son los que
reserva Dios para recuperar el aire. Si a mí me pasa con solo barrer y mantener
esta placita, lo cansador que debe ser el inmenso trabajo que le dan el mundo y
la gente.
Marita también se encogía de hombros, como dándole la razón, los dos
sonreían, miraban al cielo y disfrutaban del sol o las nubes, o de los trinos
de los pájaros o de las risas de los chicos en los juegos. Ella pensaba
entonces que Miguel estaba equivocado, porque esos debían ser ese día el regalo
de Dios, que nunca descansa. Entonces, como si hubiera escuchado sus
pensamientos, Miguel le despejaba la frente con suavidad y le respondía:
-Muy bien
razonado. Es que no siempre uno debe pensar con la cabeza, ¿no?
Y como ella, sin
decírselo, se preguntaba con qué otra parte puede uno pensar, él le contestaba
apoyando el puño sobre el lado izquierdo del pecho y aprovechaba ese momento de
silencio, de paso, para recuperar el aire.
Esos días,
cuando llegaba a su casa, abría la manito vacía en un hueco que había dejado
entre las cosas que coleccionaba, la volcaba como si igual llevara algo y
sentía que un poco de sol dorado o el algodón de una nube, o un trino alegre se
acomodaban ahí para descansar.
Una tarde muy
gris Marita corrió hasta la plaza con el bolsillo inflado de galletitas. Se
había escurrido después de la merienda para que su mamá no se diera cuenta,
porque si no seguro que no la dejaría salir.
Desde la esquina
vio que el banco estaba vacío. Miró debajo de los árboles, donde Miguel solía
refugiarse, en los juegos, en los senderos. Pero nadie andaba por la plaza esa
tarde, nadie que pudiera perder el regalo, ni tampoco quien pudiera recogerlo para
ella. No oía trinos ni risas, no estaba el cielo, ni siquiera las nubes, sólo una niebla opaca que le
mojaba la cara. Había pasado lo mismo en otros días malos y Marita pensó que
Miguel no tardaría en llegar. Se sentó a esperarlo en el banco húmedo, y así estuvo un largo rato, hasta que
sintió frío, pensó que su mamá la retaría si se demoraba más, y volvió a su
casa.
Miguel no fue
tampoco al otro día, ni al siguiente. Marita oyó que los vecinos comentaban que
era una lástima que el lugar quedara descuidado, porque no iban a designar a
ningún reemplazante del placero. Alguien dijo una palabra que ella no
comprendió del todo pero le recordó la tristeza de esa tarde de llovizna en que
Miguel, por primera vez, había faltado a la cita.
Nadie volvió
desde entonces a arreglar las hamacas o martillar los clavos del tobogán, ni a
recoger los alambres y los vidrios peligrosos. Sólo de vez en cuando una
máquina mantenía el pasto cortado, sin impedir que los senderos se fueran
angostando hasta desaparecer.
Pasó el tiempo y
Marita no volvió al banco de la plaza. A veces la cruzaba sin verla, preocupada
por las tareas de su nueva escuela y por otras cosas que fue encontrando
mientras crecía. Después se alejó del barrio, estuvo mucho tiempo en otra
ciudad, estudió, salió a bailar, se enamoró, se casó y tuvo tres hijos, dos
varones y una niña muy deseada a la que pusieron su nombre.
Cuando su hija
Marita fue creciendo ella, sin darse cuenta, comenzó a recordar cada vez con
más frecuencia a aquel viejo amigo, Miguel, al que nunca había olvidado del
todo. Cerca de su nueva casa no había plazas, era muy poco el cielo que se veía
detrás de los edificios y muy escasos los árboles entre el cemento. La gente se
apuraba por las calles, el tránsito no dejaba un minuto de silencio para oír
risas ni trinos.
Pero una tarde
descubrió que su pequeña Marita, después de merendar, se guardaba unos trozos
de pan en el bolsillo y salía a la puerta. La espió, curiosa, y vio que los
entregaba a uno de los tantos chicos que deambulaban por el barrio pidiendo
monedas. Esa noche, más que en ninguna otra, recordó a Miguel. Buscó en los
muebles aquellas cosas que había coleccionado de niña, sin saber si se habían
extraviado en las mudanzas o por casualidad las encontraría esperándola en
algún rincón. Fue inútil. Aquel vidrio de un color que nadie sabía nombrar,
aquellas bolitas de acero, los pañuelos como plumas… Solo estaban, aunque muy
vivas y reales, apenas en su memoria.
Esa noche, en la
sobremesa de la cena, Marita le contó a su familia sobre Miguel, su apretón de
manos, las gracias que le daba cada tarde, cuántas cosas hacía por esa plaza
que después todos olvidaron. Les
describió los regalos del cielo y les dijo también que estaba agradecida por
todo lo que habían conseguido con gran trabajo, por tantas cosas que llenaban
la casa y más todavía porque estuvieran unidos. Se detuvo un momento, se
acarició la frente y agregó que siempre se debe dejar entre todas las cosas un
hueco, un lugar vacío para que Dios, como Miguel, pueda recobrar el aire. Al
principio no la comprendieron. Entonces ella palpó el bolsillo de su hija
Marita, la abrazó muy fuerte, apoyó la mano sobre su pequeño corazón y le contó
que había visto entregarle su pan a uno de los chicos de la calle, y que ese
vacío que ahora tenía en el bolsillo, el que había dejado su entrega, era un
hermoso lugar donde seguramente Dios estaría descansando de la grave tarea que
le dan el mundo y todos nosotros.
Desde entonces y
dondequiera que vayan, los cinco se cuidan muy bien de llenar por lo menos uno
de los bolsillos, para que al regresar puedan sentirse felices de palparlo
vacío.
La gente sigue
perdiendo y encontrando cosas, pero ahora el placero del mundo tiene cinco
rinconcitos tibios más donde recuperar el aire, en medio de su inmenso trabajo.
Jorge A. Dágata- Balcarce- Argentina
La humedad de las
diosas
El jabalí jadeante oculto en la maleza.
Hieden los miedos. Los músculos se
tensan.
La flecha surca el aire. Atraviesa el cuero y la pelambre
hirsuta.
Artemisa siente una lágrima rodar sobre su
vientre virgen.
La humedad de la diosa llega hasta el río y
acaricia el reflejo de Narciso.
La imagen rota se irisa en círculos de ecos.
Lilí Muñoz Obeid- Neuquén - Argentina
En
esa esfera incierta...
Imagino paisajes, tal vez
personajes, ¿quién se oculta tras su esencia? Rodeada de brillantes lentejuelas
que tornan su lucidez mientras revisten de bruma negra. Aparece siempre vestida
de blanco, su piel rugosa; ¿vislumbra? No, se aleja, y así se empolva de sepia
tersa.
Cuando atina a deslizarse
deviene la aurora, no encuentra razón de escape, sólo quiere estar sola. Las
luces se apagan mientras la brisa define su entorno, pasa hora tras hora
descubriendo la incógnita y presume que cada miembro se escurre en su alcoba.
No entiende que duermen y deviene en deshonra. Aduce que ellos la odian, supone
que nadie reniega bajo su luz, sino tras sus sombras…
Intenta ser libre, pero debe
acaecer tiesa, se muere en silencios, perpetúa sus horas y ya no las cuenta
porque presiente la alondra. Cuando escucha el grito del gallo recurre con
prisa, procura no entristecerse por tantos tiempos de huída.
Se pregunta a cada instante
quién recordará su risa, tantas noches en velas habrán adorado su misa. Todos
la divulgan, nadie piensa en ella como una virgen viña, creen que su misión es
tan pagana que ni Cristo la ayudaría.
Sin más, atiende y resiste,
se muestra quimera y derrumbe, su aura brilla incesante y su tamaño la
engrandece.
Su marido opina de ella que
no es más que un botón de prenda; él la abandona por las noches y de día la
encandila con su “nunca” ausencia, a tal punto procurar que jamás en su vida
crezca.
Su entorno se resiste a
lidiar por ella, pese a su afán de amigos buenos, todos temen romper las
reglas.
Cumple su condena por ser la
más bella, algunos por envidia y otros tantos por sospecha.
Por momentos enloquece, se
deja morir y luego vuelve. Intenta hacerlo y no puede, sabe que como Cristo
debe cumplir su promesa, de nacer cada vez que las aves se callan y duermen al
amparo de ella.
No recuerda su nombre, sufre
pensando en la amnesia, mas en verdad muy pocos la nombran y otros muchos la
desprecian.
No le teme a las sombras ni
los ogros la agreden, y cuando todos apuntan sus miradas, sólo algunos la
mantienen. Nadie intenta besarla, ni mesar sus mejillas; sólo desde lejos la
señalan y la injurian sin palizas.
Alguna vez fue venerada
(episodio que quedó en cenizas), el clásico imperio que fue tan grande en
concepciones aun más míticas. La respetaban por su presencia, agradeciendo sin
par su benevolencia. Dignificaron su apodo, tal cual uno de los tantos dioses
griegos, “Selene” era ella. Mas en tiempos póstumos, la ciencia acabó en
vehemencias. Intentaron violarla un 16 de julio, allá por finales de los años
sesenta. Fecha que repercutió en la tierra y resonó en cada una de sus
células.
Por un don de regaño, su
agravio abrió nuevas brechas y su imagen tan bella se perdió para siempre, en
la mirada excéntrica del viejo poeta…
Adoraré a la “Luna” por cielo y por tierra,
mas si escribo estos versos
es sólo gracias a ella.
Eva Wendel – Rosario Santa Fe-
Argentina
La muchacha de mis cuentos
Las cosas nunca son normales. Cada vez estoy más convencido de ello.
Jamás creí que la muchacha que me quitaba la sensatez, esa que aparecía en
todos mis cuentos, que soñaba en mis viajes oníricos al mundo de mi
inconciente, que esperaba en todas las esquinas, existía realmente.
La encontré precisamente en el lugar donde nada había ido a buscar, donde
nada esperaba hallar. Y ahí estaba, sin registrarme, como si fuera un ente
invisible. Al principio intenté tranquilizarme, disimular… pero nunca pude
hacerlo totalmente. Quise captar su atención, pero no lo conseguí hasta antes
de partir nuevamente. No siempre las cosas son fáciles, lo sabía.
Y así fue. Cuando ya estaba a punto de abandonar aquel lugar, que ahora
se había vuelto más que especial, un rayo atravesó nuestras mentes,
cortocircuitando nuestras almas y llenando de dulce miel nuestros corazones.
Sin duda era ella. Lo supe desde el comienzo. Y la joven mujer de rizos caoba
también sabía que era yo quien la había inventado, quien la había soñado, quien
le había dado vida en aquellas locas historias que hoy descansan junto a ésta
en un viejo cuaderno, sobre la mesa de un pibe que no sabe que hacer con sus
penas.
Las circunstancias marcaron el guión y tuve que partir de todas maneras.
Creyendo que la había perdido, que se olvidaría de mí, que huiría con
personajes atractivos de cuentos más entretenidos o quizás seduciría otros
escritores que le dieran historias más lindas; tocó una tarde de abril la
puerta de mi humilde casa.
Aquello, lo que estaba pasando, no lo había escrito yo, sino ella. Ella
me había inventado de la misma manera. Me había soñado, me había pensado, me
había creado del mismo modo; y utilizando ese mágico lápiz comenzó a escribir
nuestra historia: ésta historia. Fueron las tardes de abril más lindas de mi
vida, más mágicas, más llenas…
Pero tuvo que volverse, como la 2da ley de Newton lo exigía, a aquel
sitio donde esperaba encontrarla cada vez que pase por allí. Y todo lo que eso
implicó: yo de este lado del papel y ella de aquel. Antes de partir me dejó un
disco con la cara de Dios y un beso en el bolsillo del pantalón.
Sigo pensando que las cosas nunca son fáciles
ni normales. Hoy sólo espero volverla a ver.
Fernando García Valls. Cipolletti. Argentina
Love me tender
Sábado en la noche.
Busco el verano en un sueño vacío.
Soy un espejo roto.
Suena la radio.
Nostalgioso programa musical que acompaña
mi corazón herido.
Elvis con su profunda voz,
me arrulla.
Love me tender…
Inevitablemente, me pongo de pie.
Flotando, cierro los ojos.
Me tomas en tus brazos.
Como antes, como siempre.
Tu cálida mano bordea mi cintura.
Acaricio la nuca, aprieto tu espalda.
Siento el calor de tus sentidos.
Tu respiración levemente agitada.
Te acercas más.
En un giro del baile, apoyas tu mejilla en la mía.
Es el paraíso.
Me inunda el aroma a lavanda que usas hace años.
Obstinadamente, esa. No otra.
El mundo desaparece.
Love me tender…
Dos amantes girando al compás.
Me abrazas y tiemblo. Tus labios rozan mi cabello.
Imagino tu voz,
cuando eras capaz de la ternura.
Acaba la música y su magia.
Abro los ojos.
Estoy sola.
Sólo mi loca memoria pudo reunirte con Elvis.
Nada hubiese cambiado si estuvieras aquí.
Sólo el tiempo.
He soñado ya todos los sueños.
Vivo el desembarco de la melancolía
y un aroma a lavanda se queda en mi mejilla.
Ana Unhold- La Plata
Argentina
DON PABLO
En las frías vías del ferrocarril, en el
hermoso Parral
Nació tu Canto General, arrullado por musas
Que inspiraron versos y letanías
En alas de tu versos se soltaron las cadenas
De los que gritaron libertad en tierras lejanas
Adornaste con versos las penas del minero
Llenaste de amor y de pasión las noches
estrelladas
Que con su fulgor daban fuego a tu alma de
trovador
Desde tu cama, cada mañana al abrir los ojos
Lo primero que veían era el mar, tu amado mar
Que se fundió, en las caracolas y mascarones
Que adornan tu refugio en Isla Negra
Viste florecer días hermosos, que el mundo
coronó de laureles
Premiando la belleza de tus palabras hecha
poesía
Pero, un día la patria fue herida, y asolaron
vientos de pena
Y lloraste.., sí, lloraste. En el
silencio de los sin nombre
Que iban cayendo en la anónima fosa
Perdiéndose en la obscuridad de la noche de los
lamentos
Tu vida comenzó a marchitarse, y emprendiste el
vuelo
Y un pueblo sin voz te dio su último adiós
Escoltados de ruidos de sables y el fragor de
metrallas
Un triste adiós para un gran poeta, un señor de
la palabra.
Juana
Castillo Meneses - La Serena - Chile
NIEBLA
Entro al horizonte
oscuro de aventuras,
se apaga el sol junto al camino
temblorosos los vientos no me guían
extraviada busco huellas en la
bruma.
Las estrellas escondidas en la
noche,
vagan los astros confundidos
y el canto de los grillos
se perdió junto a la aurora.
Emergen caprichosas máscaras
furtivas,
se alejan y acercan insólitas comparsas,
mustios mis sentidos imploran
impacientes
un soplo de luz que busco entre las
sombras.
Victoria Gonzáles Badani-Santiago
LA PROXIMA VEZ
La
próxima vez, bésame y quédate
no
ignores el temblor de mis ansias
en
el aleteo de mi pecho de ausencias,
no
dejes vacío el hueco de mis brazos
porque
el amanecer es opaco
cuando
las flores se marchitan de ausencia,
deslízate
en mis sábanas y encuéntrame
recorre
el calor de mis tormentas y esperas.
La
próxima vez regálame la luz
de
tus manos en el relámpago de las horas,
llévame
hasta el puente sobre el río
para
caminar con las manos tomadas,
donde
la niebla nos esconda de las miradas.
Que
no te vea ella, que no me vea el
escondidos
de todos, solos tu y yo,
soltemos
las amarras del que llaman pecado
que
no debe ser pecado este amor de fuego
si
mi corazón estrena un niño para esperarte,
si
la pasión estrena caricias para quemarnos
en
el ardor que libera las almas.
Mi
piel se renueva a tu contacto,
recórreme,
quédate
en el hueco de mis brazos amantes,
en
el espacio justo que ocupa tu cuerpo en mi lecho,
deslízate
en mis sábanas, en una sola brasa,
y
luego, en la paz, con los dedos entrelazados,
retengamos
espacio y tiempo, como una luz,
que
no se desvanece en los almanaques.
Cuando
regreses a mi almohada, quédate,
al
menos un tiempo, para el regreso que no tiene regreso
quédate,
que mi sangre se vuelva adolescente
y
me recorra, y este temblor me renueve
y
su caudal encienda pasiones dormidas .
Demórate,
has mis labios frescos
en
el recorrido de mi piel sin pasado
en
el aura de luz de mis ojos cerrados
deslízate
en mis sábanas y quédate.
Regálame
la noche, toda, entera, regálame la noche.
Nelda
Lugrin - Concordia - Entre Ríos - Argentina
PÁJAROS DE PAPEL
Y sigue siendo imposible abordar este hecho
sin aullar. Sigue siendo inconcebible.
Marguerite
Duras.-
Con
tus ojos silenciados, tu boca humillada, pájaro de papel, te descubrí esta
mañana de otoño en el medio de la plaza. Uno más de la bandada posado sobre un
hilo tendido de un árbol a otro. El viento clandestino te balanceaba en la
cuerda y tu helada caricia me rozó la cara. El sol, ese que una vez encendiste
en mi pecho, se eclipsó de golpe.
Ayer no pude creer tu ausencia. Aún hoy no la creo, pero estás ahí, pájaro de papel, una vez más
multiplicado en parques y edificios, con la sonrisa gris y el pelo irreverente
sin aliento.
La gente va y viene entre los
pájaros de papel y aquel cielo azul, el mismo cielo pese a todo. Algunos,
muchos, pasean su indiferencia cómplice, como antes. Los chicos los señalan,
otros no los quieren ver, duelen sus alas rotas.
El ruido de la calle aturde:
motores, bocinas. Tu voz no.
Y yo y mi sombra aquí sobre
tus huellas. Más allá, la rústica palmera resiste. Nutrido su verdor por la fuerza
de tu cuerpo tenso y tu jugo que circula mezclado en su savia. Estoy
segura, ella custodia el recuerdo
de aquellos abrazos.
Me
he cuidado muy bien, todo este tiempo, de pisar tus calles, de mirar tu casa.
Ojos ajenos no me vieron nunca desde tu ventana.
No había nada más incierto
que el futuro. Aún así, yo te escribí promesas en la espalda, con la letra
chiquita y prolija de esos años y vos me dibujaste en el pecho un sol
equitativo y justo, puro ardor, puro fuego, pura vida.
No había nada más cobarde que
esa calle de ojos tabicados, nada más siniestro que ese jeep sobre las vías del
tranvía en la noche agazapada.
Pájaro de papel, el viento
gritó para que todos oyeran y te buscó en las celdas, en los pasadizos y
estremeció la calle adoquinada.
Me
cuidé muy bien todo ese tiempo de andar por tus calles, de pasar por tu casa,
de que alguien me señalara desde una ventana. Después te busqué y después supe.
No quise creer. Irracional, sin esperanza te sigo buscando.
Los pájaros de papel retornan
en otoño, sin olvido. Anidan en los parques y en las plazas. Los días que el
sol calienta, equitativo y justo, se balancean con el viento sobre hilos
tendidos de un árbol a otro. El viento, el mismo viento.
Que aúlle hasta la náusea en
las conciencias.
Silvia Rodríguez.-La Plata
Argentina
Equilibrio
Empiezo a saberme
de memoria
el perfil afilado del borde del abismo,
esa roca
que se clava en mi omóplato,
esa breve cornisa
en que apoyo los talones,
la raíz del arbusto
con sus falsas promesas...
y el fondo
oscuro
al que no volveré mientras respire...
hay jaurías de perros
que huyeron de sus amos
y lamen mis pies
tomando
por limosna
los pedazos de carne desprendidos...
me desmorono
desencajo las piezas
que solo él pudo abrazar unidas
y volveré a ser
entrega rota
error en construcción
cientos de hormigas
cientos de voluntades abnegadas...
el abismo me llama
intento no escucharle
mis dedos rozan la espalda de la ausencia
que llena este vacío y le da forma...
quizá no caiga
pero hoy
el equilibrio
es un milagro si no tengo tus alas.
Mayte Sánchez Sempere- Madrid- España
PAISAJE
OTOÑAL
Veintiuno de
Marzo anuncia el calendario,
y sin esperarlo
“Otoño llegó.
los días y las
noches se han hermanado
y Febo sin
fuerza parece llegar.
Las hojas que
antes muy verde lucían,
amarillas y
secas en el suelo están,
el viento
molesto que sopla del Norte,
sin rumbo las
lleva de aquí para allá.
Pero cuando la
tarde parece ya irse
y el viento se
detiene para descansar;
un tapiz de hojas muertas “verde amarillento”
como si fuese
una alfombra me invita a cruzar.
Una sombra que
pasa frente a mi ventana,
me crea intrigas
de quien ha de ser,
de tanto en
tanto un crujido se oye
como si a hojas
secas pisando están.
Me asomo y
observo a una hermosa niña,
con una sonrisa
más que angelical,
romántica ella
rebosa alegría,
y goza en el
alma el paisaje otoñal.
A veces el “Sudeste” se hace presente,
durante semanas
con un temporal,
y la lluvia que
en nostalgia a todo transforma,
recuerdos
lejanos hacen aflorar.
El “Pampero” ya
harto de tanto esperar,
con toda su
fuerza se hacer notar;
ahuyenta a las
nubes y el “disco de Oro”,
de nuevo a la
tierra vuelve a besar.
¿Has visto
entonces..
que no es feo el
“Otoño”
y que a todos
los gustos
el quiere
saciar..?
Estadisticas de Marzo
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Autores
Ana
Unhold
Cesar
Gustavo de Gerónimo
Charo
Bustos Cruz
Diana
Luz Bravi
Eva
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Ezequiel
Feito
Etherline
Mikeska
Fernando
García
Irma
Sambuelli Serrano
Jorge
Dágata
Juana
Elsa Castillo meneses
Laura
Colagreco
Lilí
Muñoz Obeid
Maricruz
Serrano Jimenez
Mayte
Sánchez Sempere
Nelda
del Carmen Lugrin
Nieves
Mª Merino Guerra
Rafael
Serrano Ruiz
Roxana
D´Auro
Sergio
Bravi
Silvia
Rodriguez
Victoria
G. Badani
Grafismo
Raquel Otaño
Un agradecido saludo a Espacio del poeta por publicar uno de mis minicuentos.
ResponderEliminarMi especial aplauso a las poetas argentinas Etherline Mikeska, Diana Bravi y Ana Unhold, a quienes conozco.