Revista N.º 8 - ESPACIO
DEL POETA
REVISTA
LITERARIA DE HABLA HISPANA
Julio 2011
Autora
Plástica
Cristina Del Ama Payaso.- Óleo
2009
El
viento
I
Como al
descuido,
por la vereda
camina el viento
bajo la siesta.
Lleva en sus
manos
las hojas secas
que ha robado
sin que lo vean.
En su bolsillo
lleno de tierra,
canción aguda
su flauta lleva.
Cuando la toca
lejana suena
como si el canto
no fuera de
ella.
Sólo una nota
como una queja
suena en sus
labios
furiosa y
tierna.
II
Camina el viento
por la vereda,
le trae a un
niño
que enfermo
vela,
nana de nubes
para que duerma
y un dulce beso
de agüita
fresca.
Vuelve a su casa
cantando apenas
con sus
bolsillos
llenos de
tierra.
Gorra de nubes,
hojas y arena.
Presa en su
flauta
la muerte
lleva
Por Ezequiel Feito-Buenos Aires- Argentina
EL SEMBRADIO DE LAVANDAS
Desde la ruta, camino a Cruz del Eje, podía verse el sembradío de
lavandas. Se movían vivaces en la brisa mañanera que atravesaba el
plantío de la llanura.
El verdoso plateado de las hojas se definían en flores azuladas, y se
extendían densas, formando una
gran nube luminosa y aromática .
Impetuoso, ese hondo perfume que se desprendía licencioso, se apoderó de
mi cuerpo y mis sentidos.
Sin vacilar comencé a caminar con prisa por el sendero que llevaba a la plantación, aligerando el paso
entre las flores que excitaban mi respiración. Cada golpe de mis zapatos sobre
el pedregullo del atajo, retumbaban en el sembrado y en el ostensible vaho del
aire. Sobre un costado del amplio cultivo estaba enclavaba la casona, con sus
tejas rojas y amplios ventanales. Las sierras de tierra negra y los árboles
frondosos protegían el lugar con sigilo, formando un brazalete ingenioso.
Henchidos, estaban mis
pulmones y mi corazón. Sobre mi piel corría un sudor oloroso y abundante que
cubría mi rostro y mi cuello, como en bautismo celestial, por ese aroma del
perfume de lavandas. Caminaba, tal vez, con una ignorada cuota de
deslumbramiento.
Un joven dorado por el sol,
salió a mi encuentro. Vestía una fresquísima camisola traslúcida, sombrero de
paja con ala ancha y alpargatas blancas y suaves. De sus manos brotaba tierra
húmeda y olor a lavanda. Me dejé llevar, me consagré al ensueño y a la fantasía
de ingresar a un paraíso placentero.
El joven afectuosamente abrió la amplia puerta de rejas, que daba a uno
de los salones de la casona. Ingresé con regocijo. Había allí flores azules,
tubos de ensayo, esencias y alcohol apilados sobre la mesada de trabajo. En
frascos de fino vidrio y agraciadas formas se encerraba la colonia de lavanda,
que artesanalmente producía.
Me invitó a reconocerla. Coloqué algunas gruesas gotas en mi cuello, mis
orejas y mis brazos. Empapé mis cabellos hasta que la loción se deslizó por
todo mi cuerpo, mojó mis zapatos y formó un charco sobre el piso, fragante y
agudo. Mi respiración se agitaba y mi cabeza giraba extrañamente.
Había gallos que deambulaban
por el lugar, cruzaron el salón. Tenían patas finas y plateadas, plumas
verdosas y cresta azul. Guirnaldas de lavandas alrededor de su cuello.
Traían otro aroma. Olor a tierra, a agua del arroyo, a sol de la mañana.
Se escurrieron veloces, como relámpagos del recinto. Los busqué con mi mirada
, un trueno seco y azul me agazapó
contra la pared. Me sentía afiebrada e inestable.
-¿Señora? ¿Señora?-, una voz me sobresaltó.-Beba esto, va a
recomponerse-. Sin dudas, alguien me había atendido de mi descompensación.
Por los postigos abiertos ingresaba un aire nuevo desde las sierras
verdes. El excesivo olor a loción, me había fatigado en el sopor del medio día.
Al fin pude sentirme firme.
Me puse de pie, tomé un frasco de colonia y lo guardé aferrándolo en lo más
profundo de mi bolso.
Anhelante partí, apresuré el paso, estaba sola y no volví la vista. Tomé
el sendero de pedregullo esta vez hacia la ruta , luego me dirigí a casa,
oculté el frasco de colonia en algún rincón, y me dejé caer sobre el diván.
Han pasado años desde que me ocurrió este hecho. En el presente lo
recuerdo con cierta inquietud y nostalgia .El frasco en el placard evapora su
aroma lentamente .Para calmar mi añoranza, cultivo en un macetón una planta de
lavanda. Cuando da sus flores y brinda su perfume, junto a ellos, como en
sueños, advierto con nitidez la figura del joven dorado por el sol y los gallos
con guirnaldas en su fino cuello.
Irma Sambuelli Serrano.-Rosario.-Santa Fe.-Argentina
MADRE
Artesana de vientos coloridos
tejedora de sueños e ilusiones
eres maestra y aprendiz de lo difícil
que en suerte te tocó por los caminos.
Viviste tu muerte prematura,
renaciste mirando tres estrellas,
hecha cántaro de aromas milenarios
y nidal de pájaros soñadores.
Alfarera de almas,
de cánticos y versos Lorquianos
que nos diste a beber de tus entrañas
como savia y cimiente necesaria.
Abono, semilla y surco eres,
germinas al riego de tus propios años
y brotas incansable, fértil, generosa,
como la bendita tierra en que naciste.
Vuelas con alas concebidas
en tierras y mares ya lejanos
que son tuyos de ahora y para siempre,
como el tiempo que transcurre por tu espalda.
Victoria
Gonzáles-Santiago.- Chile
Rectificación
ante una publicación anterior incompleta nª3
Olvido
El olvido llega
lentamente. Uno se cree abandonado, pero llega. El olvido llega como llegan las
tardes cuando empieza a llover. La lluvia llega y el alma se expande, cuanto
más se expande el alma el olvido encuentra más espacio vacío y se prodiga. Espaciosa se hace el alma, mojada y
fría, pero espaciosa. Como la lluvia,
empieza con un golpeteo que es música de tanto golpear y uno se sacude y
se le eriza la piel. Y llega el sabor dulce del agua que se abre paso. El
golpeteo es música escondida en el hueco de las caracolas que adornan livianas
las bibliotecas. La música eriza la piel y uno desearía detenerla para detener
el tiempo del olvido y gozar. Pero sigue impasible, unas veces lenta,
otras empujada por un viento del
sur, pero impasible. Y el agua se abre paso, como las lágrimas cuando resbalan. Uno siente que lento se derrama el
olvido, pero implacable. Ancho el
tiempo del olvido, real tiempo cierto. Uno mira los charcos sudorosos, las
arboledas escanciadas, saciadas, y se le eriza la piel y se siente cada vez más
cerca del olvido. Y el olvido llega, hace un cauce profundo en el centro del
alma. Lo hace de a poco, tan lento que
hasta las palabras sobran y sorprenden. Las palabras se hacen líquidas de lluvia y de olvido. El
cauce va vestido de olvido, y cuando llega al alma le regala el vestido. Es lluvia el vestido que viste el
cauce rumboso. Y allí lo deja y sigue desnudo, va en busca de otra alma. Y a
uno se le eriza la piel. Tiempo lluvia. El cauce ya está hecho y se siente otra
vez cantar, se siente otra vez la
niñez en el alma jugar en los
charcos, caminar bajo la lluvia.
Inútil tratar
del volver, es el manso regazo, es un ramo de veintidós calas desnudas sólo
para uno, es la tersura del interior de un cuenco, la suavidad del pétalo.
Y si miramos
abajo vemos transcurrir un río muy quedo. Bajo los pies pasan peces de colores
repartidos, algas brillantes, anémonas inquietas. Y ya no es posible regresar.
Ahora que tengo que olvidarte
Me acuclillo en las raíces secas
del ombú de la placita.
Las ramas suben,
protestan,
y yo ahora,
cuando el olvido llega
no quiero seguirlas a lo alto
amanezco hacia abajo, hacia mi
suelo.
Ahora yo debo
olvidarte
Olvidarte del sur de las mañanas
Del latir del locutorio frío,
del pulso húmedo
de mi sudor atado a tu destino.
Ojala llueva tanto
en las raíces…
y el olvido fiel
encauce
al borde de mi cama.
Ahora que tengo que olvidarte
Ahora.
Diana Luz Bravi.- Rosario.- Argentina
TESTIMONIOS (1982)
Nadie volvió a
sonreír
con
su sonrisa de niño.
Nadie
volvió a mirar
de
una sola vez al fondo de las cosas.
Después
de la palabra
todo
quedó detrás de las palabras.
Cada
hoja, cada otoño, cada hecho
fue
ampliándose y ampliándose y creciendo:
el
pequeño corazón de cada cosa
dio
su savia indivisible a la gran bruma de las cosas.
Perdimos,
por lo grande, lo pequeño.
O
tal vez fue al revés.
No
lo sabemos.
Yo
no sé cómo pasan
tus
ojos por la bruma
mirada
luminosa,
mirada
ciega.
Las
palabras, los signos caprichosos,
las
jaulas
de
las cosas
crecen
entre sonrisas apagadas
y
nos van encerrando en el silencio.
Ocurre
a veces que yo tengo un cielo
y
unas sierras, azules...
y
un oro perfumado de retamas
hablando
entre mis dedos.
Ocurre
a veces, en el paso frágil
de
los caminos,
que
nos cruzamos, ojos por la bruma,
palabras
como redes
vacías.
Yo
no sé si los versos son badajos
y
las almas campanas.
Ocurre
a veces que se van trepando
por
los cauces remotos de esta vida,
este
intento,
de
las venas al puño
cosas
que quedan
apretadas,
doliendo.
Cuando
no caben ya, de dolorosas,
abro
la mano sobre un verso
para
que no golpee
mi
silencio.
Salgo
al camino antes que amanezca
a
buscar al
Hombre:
esa
palabra,
ese
hueso aún humeante
abrumado
en la ruina de sus propios golpes,
que
grita como un eco
sus
redes
al
vacío,
a
los hombres,
al
grito repartido
en
millones y millones de ecos.
Con
mi linterna voy, como un avaro
hurgando
en su jardín,
por
mi tesoro:
el
corazón pequeño,
indivisible,
el
centro germinal de cada
Hombre
que
quiere amanecer sobre el silencio.
Soy
la ruina, la bruma, la campana,
la
mueca de mis risas extraviadas.
Soy
mis ojos también:
detrás
de ellos
suelo
encontrarme a veces,
mirada
luminosa,
mirada
ciega,
con
mi propio silencio
que
golpea.
Mi
verso es un milagro: apenas eso.
¿No
creerás? Un verso es el milagro
y
badajo y campana,
milagreros.
He
visto sobre el campo
una
mañana clara
de
una lámpara triste
la
pupila cuadrada.
Balada,
sueño, balada,
mientras
dormía
una
lámpara triste
me
parpadeaba.
He
visto subir al cielo
una
columna blanca.
Balada,
será mi sueño
como
una serpiente blanca
subiendo
al cielo.
He
visto andar sobre el campo
una
estela por la escarcha
y
un sudor –no era rocío-
que
en los surcos germinaba
sobre
el frío.
Balada,
estaba muy sola
esa
mañana clara,
lastimándose
las manos
contra
la escarcha.
Balada,
tuvo en un tiempo
mujer,
jardín, gallinero
y
unas risas abiertas sobre el campo
contra
el silencio,
balada,
y
hoy tiene sueño.
Una
noche de sábado en el pueblo
balada,
sueño, balada,
el
vino le hizo sombra
y
fueron dos
y
fueron tres,
y
una casita tibia
para
empezar a ver
el
día.
Balada,
ya se apagó
la
lucecita cuadrada
y
de punta a punta al surco
una
estela en la escarcha
es
el número uno
con
la cabeza gacha
y
el humo
de
su mirada
que
no ve nada.
Balada,
no amanecía
y
era una mañana
Jorge Dágata.-Barcarce- Argentina
“ La Niña sin Sueños “
La
niña lloraba. Sangraba por dentro.
El
corazón roto por el desamor.
No
hay esperanza. Se le va el aliento.
El
joven que amaba, tiene nuevo amor.
Engañada
y triste, muere sin consuelo.
La
niña ha crecido con tanto dolor.
En
ése vacío que siente por dentro
Suena,
desgarrado, su grito de amor.
El
joven le miente, tortura y engaña.
Ése
a quien amaba le rompió la vida.
Y
en su despedida: burla cruel, con saña,
La
mujer que nace, pierde su sonrisa.
En
la suave brisa que baña la tarde
Sus
rosales blancos tiñen de dolor
Pétalos
de sangre, corazón herido.
Dura
pesadilla de muerte y horror.
Nieves
Mª Merino Guerra Las Palmas de Gran Canaria- España
Espacio Infinito
Áurea
andarina portadora de amaneceres
al
iluminar tu mundo,
en
tu espacio
do quiera que estés
en ti me llevas
De lejos un suspiro llega.
El mío
por no poderte tener
Dos
soles, dos mundos.
Espacio infinito en un mismo tiempo
separan cuerpos, manos y abrazos
Puede
que hubiera un destino
No aquí.
No en este tiempo
No
es estos mundos
Lo
que pudo ser,
nunca será
Habrá
que dejar de soñar
Y
vivir la realidad
Rafael Serrano Ruiz-Madrid-España
Disparo
Fantasmas
desentrañan
la noticia
Bloquea:
el papel
Es la espera
la que
desarticula
Y enmudece
Huye
la respiración
Agusanan
esos
pensamientos
Rodando el carretel
las hebras
se pulverizan
Ana Romano.-Buenos Aires- Argentina
Delirios
Quizás cante delirios
O delire a orillas
De la noche
Y las ranas se asusten
E interpongan
Sus preludios
A la hora del juicio.
Etherline Mikeska.
Neuquén. Argentina
EL DESFILE
El pueblo de Roca Dura nunca se
caracterizó por la abundancia. Perdido en la inmensidad de la provincia y fuera
del camino de los grandes negocios, estaba condenado al estancamiento. Como el
índice de crecimiento de la población era casi nulo, los votos que aportaba a
los cargos de diputado y senador eran los mismos de hacía cincuenta años, por
lo que los grandes partidos políticos desconocían prolijamente cuantos reclamos
recibían del intendente. Sea quien fuera el gobernador de turno, Roca Dura era
sólo un nombre en la lista de poblaciones del interior del país. En tales
circunstancias no era raro que las autoridades del pueblo hayan decidido, hacía
ya mucho tiempo, que se las habrían de arreglar solos.
Llegaba el mes del aniversario de la
creación de Roca Dura y había que festejarlo. Muchos aseguraban que una
acendrada vocación cívica y patriótica había movido a los antepasados a
gestionar los límites del pueblo ante las autoridades nacionales. Éstas,
necesitadas de población blanca para cuidar las fronteras interiores y de
incrementar el cobro de impuestos, accedieron rápidamente a otorgar el status
necesario a Roca Dura. Algunos desconfiados juran que la verdadera razón
residió en la avaricia, y que los vecinos fundadores sólo lo hicieron para
regularizar mediante la ley el reparto de tierras que habían “convenido” de
noche y a la fuerza.
Aunque había algunas dudas acerca de
la fecha exacta y de los motivos de la fundación, todos los vecinos coincidían
en que la gesta debía ser recordada con orgullo. Ya sabemos cuáles son las
posibilidades de festejo cuando la casa es chica aunque el corazón sea grande.
Para organizar los festejos el
intendente convocó a su gabinete y a conocidos vecinos de los que siempre colaboran
en las distintas instituciones. Las ideas fueron surgiendo al ritmo de una
ronda de mate: un asado popular fue descartado pues el único asador del pueblo
era de don Ricardo, reconocido militante de la oposición y acérrimo enemigo del
intendente; del concurso literario ni hablar pues ni para jurado tenían; un
espectáculo gauchesco con doma y canto fue la ponencia que casi estuvo por
aprobarse hasta que se dieron cuenta de que a la guitarra del intendente (la
única del pueblo) le faltaban dos cuerdas y el caballo de don Santiago (el
lechero de Roca Dura) se había mancado (al respecto todos coincidieron que
podrían reemplazar el asado por una picada de mortadela). Ya terminaba la
desanimada reunión cuando una proposición recibió una cálida recepción: un desfile.
Algunos objetaron la falta de recursos, pero el intendente los paró en seco:
para el aniversario algo hay que hacer y el desfile se hace.
El intendente no era ignorante de la
ausencia de algunas cosas importantes en el desfile, pero haciendo algunas
consultas aquí y allá y comprometiendo la ayuda de ciertas personas claves
llegó con cierta tranquilidad al día tan esperado.
Fue una mañana fría aquella. El
intendente se levantó temprano, revisó mentalmente los detalles, envió a su
secretario a verificar algunos detalles y luego se dirigió al edificio de la
municipalidad. Hizo las cosas que tenía que hacer y luego volvió a su casa.
A las nueve y media salió con su
señora hacia la plaza principal donde se iniciarían los festejos. Los esperaba
una multitud ansiosa por ver algo distinto. Izaron la única bandera del pueblo,
cantaron el himno y luego el intendente y las demás autoridades se dirigieron
al palco para presidir el desfile.
La gente los siguió entusiasmada
para presenciar algo que nunca en su vida habían visto en persona. Todos
rumoreaban con imaginación sobre las características del desfile: que los
soldados de tal regimiento, que las delegaciones de pueblos vecinos, que
los aviones de la base aérea, que esto o lo otro, en fin, “un desfile magnífico
como Roca Dura se merece”.
Faltando unos minutos para las diez
de la mañana, el intendente abrió el espectáculo con un discurso y a
continuación el locutor anunció el inicio del desfile con el paso de una
escuadra de aviones. Todo el mundo miró al cielo con expectación pero por los
parlantes recibieron instrucciones de mirar hacia la calle.
Durante un instante, que al jefe de
la comuna le pareció el anuncio de un desastre, los asistentes miraron
incrédulos y silenciosos el paso de un remedo de avión de guerra. Hay que
reconocer que era bastante parecido, aunque no lo era exactamente en todos los
sentidos. Es que de alguna manera hay que solucionar las carencias y la mejor
que encontró el intendente fue mandar a construir una aeronave enteramente de
cartón. Hasta tuvo que pedir a las poblaciones vecinas algo de material
sobrante.
En fin, el avión fue construido y
ahora estaba pasando frente al palco sostenido por un equipo de voluntarios
vestidos al tono. Detrás, venía el resto de la escuadra. Como no se había
conseguido suficiente cartón, los restantes aparatos eran representados por
jóvenes que, con los brazos extendidos a manera de alas, corrían de un lado al
otro de la calle haciendo “el avioncito” y emitiendo un “¡brrrrrrr! con la boca
para que la representación fuese completa.
El intendente observaba con el
aliento contenido. La multitud derivaba entre el aplauso y el abucheo. El único
sonido provenía de las bocas de los “avioncitos”. Por fin una estruendosa
aclamación rompió el hielo, el intendente y sus funcionarios respiraron y el
desfile tomó toda su fuerza.
Lo que pasó después fue debidamente
cubierto por las crónicas y las charlas en el bar del pueblo o en la cancha de
bochas de la Sociedad Italiana. Todas coincidían en la grandiosidad del
festejo. Innumerables fotos reflejaron la jornada y en cada casa había una o
dos.
El diario del pueblo, Eventualidades
de Roca Dura (que en realidad no salía diariamente sino cuando había tinta),
dedicó buena parte de su edición a cubrir el magno evento. Ya que no contaba
entre su personal con un fotógrafo, un profesor de matemáticas con veleidades
de dibujante y amigo del director supo retratar la jornada con el fasto que
esta se merecía. Gracias a su acertado lápiz, el avión de cartón se transformó en
un moderno caza bombardero y los muchachos que lo acompañaban en una
disciplinada formación de rutilantes y rugientes Sea Harrier. Al haber
disponible una sola bandera, ésta era utilizada por el abanderado
correspondiente quien, llegado al extremo del recorrido, volvía corriendo por
una calle lateral para pasarle la posta al siguiente. Esta situación se
transformó, al amparo del dibujante del diario, en un mar de banderas que
cubrían todo el largo de las cuatro cuadras del espectáculo.
En el bar “El patito feo” también se
comentó larga y detalladamente lo ocurrido aquella magna jornada. El desfile de
los concejales con su presidente a la cabeza fue motivo hasta de una agria
discusión. Como no habían quedado policías en la comisaría (que desfilaban
también), obligaron a los presos a desfilar junto a los ediles. A su paso, la
multitud aplaudía y los concejales devolvían el saludo sin comprender que el
aplauso era para los reclusos. Para completar, los pocos policías que
intervinieron en el desfile lo hicieron acompañados de la División Gatos
Barcinos. (El comisario había decidido que, a falta de perros decentes, por lo
menos los gatos mantenían libre de lauchas a la comisaría y tenían derecho al
reconocimiento). La misma lógica se utilizó para la suelta de palomas: como
tampoco había suficientes, se recolectaron varias decenas de gorriones que
ayudaron con su vuelo errático y su singular trino a cerrar el espectáculo de
una manera original. Alguien en el bar explicó la decisión de utilizar
gorriones en vez de palomas: por un lado, no había palomas entrenadas y por el
otro servía de reconocimiento a los servicios prestados por esas bochincheras y
aparentemente ordinarias aves. Ante la pregunta de cuál era el servicio que
prestaban los gorriones, se contestó que los chicos utilizaban buena parte de
su tiempo libre en cazarlos con las hondas y así no tenían tiempo de andar en
cosas raras.
Otro de los comentarios favorables
fue dedicado a la presencia del embajador de un país que nadie podría
identificar. En realidad no era posible reconocer su procedencia pues no era
embajador; ya que ni el gobernador, ni el presidente podían asistir “por
compromisos asumidos con anterioridad”, fue contratado el portero de un hotel
muy importante de la capital para cubrir ese papel y darle algo de lujo al
palco de invitados. De ahí que fuera confundido con un embajador por algunos o
con un militar de alto rango según otros. Como nadie en Roca Dura había visto a
ninguno de los dos en su vida, el efecto fue logrado ampliamente.
El paso de la reina y sus princesas
no escapó al análisis de los parroquianos. Al no haber, como en otros pueblos,
reina de la primavera o de la vendimia, hubo que salir del paso de alguna
manera (cualquier desfile que se precie de tal no puede prescindir de su presencia).
Y la mejor manera (y la más expeditiva) fue la coronación de la Reina del
Cumpleaños del Intendente, una semana antes. La elección fue unánime, recayendo
el cetro en una sobrina del mandatario y en dos hijas de sendos funcionarios
los cargos de primera y segunda princesas. (Dicen algunos que ese día el
Intendente se lamentó de no haber tenido hijas) Su paso por el palco se realizó
en una bicicleta adaptada al efecto; un carrito decorado con flores de papel
crepé llevaba a las niñas que saludaban sin cesar al público, mientras la
bicicleta era conducida por el ordenanza de la Municipalidad debidamente
engalanado con un viejo traje del intendente. Lamentablemente, el traje le
quedaba grande y a la mitad del recorrido un extremo del pantalón se enganchó
con la cadena y tuvo que detenerse. Como no encontrara forma de destrabar
la ropa, terminó el desfile empujando con la pierna libre lo que retrasó un
poco al resto, pero esto no opacó las demostraciones de cariño que los
asistentes demostraron por las jóvenes.
La sencilla imaginación fue
agregando capas a la historia. Cada día que pasaba, el desfile se convertía en
algo más importante. Además aparecían personajes que en realidad no habían
participado. El único desfile de Roca Dura fue el motivo de conversación y
debate durante años y fue gestando una épica que quedó en los anales para
orgullo de sus habitantes y posteriores generaciones.
Dicen que la Historia la escriben
los que vencen y los perdedores se contentan con las Leyendas. Lo vivido
aquella jornada fue una realidad grandiosa para todos los que lo vieron,
incluso para los que aún no habían nacido.
Nadie podrá convencer de lo
contrario a un solo habitante de Roca Dura
César Gustavo de Gerónimo.-
Barcalce-Argentina
El Sabor De Tus Besos
¿Dime a
qué saben tus besos?
¿A
hierbabuena y romero?
¿A dulce
miel de mil flores?
La
textura de tus labios con el sabor de tu aliento,
que
exhala ese amor profundo, que anhelo cuando te has ido;
enredada
en tu recuerdo, elevada en tu suspiro.
¿Dime a
que saben tus besos?
¿A fruta
de la pasión?
¿A
crepúsculo de olvido?
Leve roce
de un encuentro de tus labios con los míos;
roce leve
de tu boca con dos gotas de rocío.
Suave
néctar de elixir que me eleva al infinito.
¿Dime a
que saben tus besos?
¿Sabor a
olor de azahar?
¿A
madreselva y claveles?
Al alba
junto a tu cuerpo en contacto con el mío,
terciopelo
de tu piel; la calidez de un suspiro,
la suave
brisa que envuelve la pasión junto al delirio.
¿Dime a
qué saben tus besos?
¿Manzana
del paraíso?
¿Mezcla
de azmicle con menta?
Tu boca
junto a mi boca detiene el tiempo a tu lado,
saboreando
y sintiendo la caricia de tu abrazo;
para decirte
en silencio cuánto te extraño y te amo.
Nº VII
Desde que me
levanté
estoy mirando la
alfombra.
Hasta ayer /
perdida la brújula
la costura del
alma
era amenazada
por viento / de
escarchadas
agujas.
Arriadas las
cuitas / desinfladas/
la transparencia
de tu voz
ahuyentó
los nubarrones.
Y la alfombra escondedora
/ hoy
parece más
liviana /
más clara
más vívida:
mis ratones /
descansan.
Belkys Larcher de Tejeda.-Coronda –Santa Fe -
Argentina
(De "Navegando los
miedos"2011 )
A TU RECUERDO
Sereno y despojado
subiste al tren
a la hora indubitable
de volver al origen
Misterio circular del tiempo
amalgama de amor
memoria de tu sangre
latió la vida
Tu mirada esencial
por ojos pequeños heredada
el gesto generoso de tus manos
el eco de tu voz
en mis palabras
están aquí
presentes
cada día
Silvia Rodríguez.-La Plata.- Argentina
TATUAJE
"Yo, por mi parte,
sigo con el tatuaje
de su nombre en la sangre,
en los labios,
en el naufragio fértil de
mis versos".
Batania
indeleble
la tinta de su nombre
tatúa las arterias
de mis versos
indeleble
dolor, herida,
músculo palpitante
habita el reverso
de mis días
indeleble
su huella
en cada escama
de esta piel anaconda
que un día fue su abrigo
indeleble
destino dibujado,
taladran
mi vientre
las lanzas del olvido
indeleble,
paciente,
consagrado,
su nombre en mi palabra
y mi piel
que quiere ser su abismo
Mayte
Sánchez Sempere.- Madrid.- España
PLACER
Amaneció
lloviendo perezosamente;
los hijos duermen.
Momento
ideal para soltar amarras.
La
casa está en silencio,
el único ruido que se escucha
es el de las gotas de lluvia en el techo
del patio.
El
viento silba enojado en las ventanas.
Son
esos instantes breves,
apreciados
en que la sangre descansa,
los latidos se aquietan,
se agudizan los sentidos.
Y
la “birome” se escapa de los dedos
en un intento inútil de traducir con
palabras
el mundo que bulle
en el fondo de todo
-alma,
corazón, entrañas-.
De
lo más recóndito de uno mismo
surge el ente rebelde
fuerte, despeinado, adolescente
que vuela por los ojos
por la piel.
Y
escribo.
Egle Edith Fratonni Romano.-Rosario-Santa
Fe- Argentina
En Remolino hacia lo eterno
Quisiera ser aura
suave y de alada
ternura,
para acariciar la
tenue línea de tu
frente.
Quisiera ser
viento
o tornado,
para llevarte
en remolino hacia
lo eterno.
Y, allí, en lo
infinito
colmarte de besos
y caricias,
para hacerte
tocar el cielo
con la pasión de
mis labios.
Si fuera melodía,
quisiera ser un
vals para
danzar contigo
los pasos
del baile
enamorado.
Si fuera un
ruiseñor
te cantaría
tenues melodías
en tu oído con mi
aliento
de fuego
enardecido.
Si fuera esa
mujer que amas,
tendría tu
corazón
palpitando al
unísono
con el mío para
cantar al mundo lo mucho
que mi amor vive
del tuyo…
Nos perderíamos
en los eternos confines
del deseo, la
ternura y el amor infinito,
para encontrarnos
al fin allí,
donde nadie más
que tú y yo
Pernoctaríamos
ebrios de sentimientos.
Charo
Bustos Cruz-Sevilla- España
LA CUEVA DEL PIRATA
Cerca
de la bahía de Quintero, (Chile) hay un lugar cargado de magia y mitos, oquedad
natural formada por las bravías olas y fuerte viento. Es la Cueva del Pirata.
Hoy los lugareños recuerdan un
hecho del siglo XVI, transmitido de generación a generación.
Cuentan
que en aquella época, las costas chilenas eran paso obligado de barcos
mercantes, que transportaban a España, oro, plata y piedras preciosas, en
monedas acuñadas en esos metales, a la vez que traían a las colonias diferentes
especias, todo lo cual era muy codiciado por los corsarios y piratas,
sindicados como “el terror de los mares del Sur”.
Dice
la leyenda que tras capturar un rico botín, un barco huyó hacia el Norte,
siendo sorprendido por un fuerte temporal. Desorientada la tripulación, azotada
por el incesante viento, fuerte marejada y, a un tris de zozobrar, divisaron
dicha oquedad, a la que pusieron el nombre por el que es conocido hasta
nuestros días, “la cueva del pirata”. Allí consiguieron refugio, no con poco
esfuerzo, para luego desembarcar y enterrar su valioso botín, con la idea,
obviamente, de volver a buscarlo en mejores condiciones climáticas. Se dice que
no regresaron y que el tesoro estaría enterrado en algún lugar de la cueva.
La leyenda advierte asimismo,
que éste estaría maldito, porque de los muchos que se aventuraron a buscarlo,
nunca más se supo y de otros, cuyo interés era por curiosidad, se trastornaron
o no volvieron a ser los mismos. Es el caso de Pedro, un pescador, que luego de
comentar que iría al lugar al día siguiente, no dio señales de vida durante más
de una semana, al cabo de la cual, lo vieron pasar una mañana, con aspecto fantasmal,
la mirada perdida, y notoriamente más delgado. No parecía conocer a nadie. Al pasar del tiempo,
esporádicamente lo vieron en algún almacén, siempre en la misma actitud, para
luego ignorar de su vida y actividades.
Pasaron los años, en el
pueblo no se volvió a tocar el tema, salvo uno de sus compadres con los que se
divertía jugando a las cartas, quien lo seguía recordando con nostalgia. Era un día de invierno, recuerda
Faustino, levantando la vista al cielo, como si quisiera ver a su amigo entre
las nubes, de esos lluviosos y fríos que hielan la sangre –decía- corrió la
noticia de que el Pedro estaba agonizando y que quería “confesar para morir en
paz”. Cuando llegamos, ya estaba muy mal el compadre, apenas tenía un hilo de
voz, pero su relato fue claro y escalofriante hasta su último suspiro.
Éste,
confirmaría el temor de los lugareños para no acercarse al lugar al caer la
noche, especialmente en los días de tormenta. En la confesión habría asegurado
haber visto rondar la bahía a los
fantasmas, que oyó sus voces, ruido de metales y aseguró que reconoció a su capitán, por una notoria cojera. Que lo vio tan
cerca que distinguió la enorme cicatriz de su cara, producto de la flecha de un
indio y que éste se paró a un par de metros de él; un escalofrío le recorrió el cuerpo y no recuerda nada más. Una mañana lo despertó una
ola a la orilla de la mar. Habían pasado 10 días.
Según la leyenda, uno de los piratas efectivamente quedó muy
mal herido y que salvó de una
muerte segura, gracias al coraje de sus hombres que lo rescataron. Por eso, su
“fantasma está siempre acompañado”.
Victoria Gonzáles
Badani-Santiago - Chile
EL POBRE LÁZARO Y EL RICO EPULÓN
LÁZARO
Lázaro estaba acurrucado,
como de costumbre, en un rincón bajo el pórtico de la vetusta iglesia que
amenazaba derrumbarse encima de él en cualquier momento, cosa en la que él no
creía después de tantos años pasando muchas horas en el mismo sitio. La verdad
es que Lázaro creía en muy pocas cosas, salvo una que reverenciaba, que era su
amor incorruptible por el vino que vendían en la taberna del tío Nicasio,
tabernero extremeño, experto en el peor vino de pitarra que pudiera pensarse,
pero Lázaro no podía permitirse otro mejor, con los escasos dineros que recogía
de la caridad de las beatas que iban al rosario o a misa. De todas formas,
Lázaro no estaba tan alcoholizado como por ejemplo el Faldones, llamado así por
los extraños pantalones que llevaba que no se sabía bien lo que eran. Lázaro
aún comía algo, fundamentalmente los trozos de pan duro que le daban en algunas
casas, que el roía con fruición, y guardaba con esmero en los bolsillos sin
fondo del pantalón, mientras que el Faldones hacía muchos años que no comía
nada, solo bebía su ración diaria de vino de pitarra y caía en un sopor del que
solo salía a veces para hablar algo con Lázaro, que curiosamente no tenía
ningún apodo. Eso le daba una cierta dignidad, acrecentada por su curiosa
manera de hablar, que evidenciaba que había tenido tiempos mejores, aunque hace
mucho tiempo olvidados. Era fácil oír a Lázaro entablar con alguna beata un
curioso diálogo, como uno que se hizo famoso con Doña Palmira, que jamás le
perdonó y que, sin querer, al comentarlo, extendió la fama de Lázaro al menos
hasta la siguiente bocacalle.
Doña
Palmira, que salía de Misa, llena de buenas intenciones y rebosando caridad,
pues así conseguiría un magnífico sitio en el cielo, decidió, al ver a Lázaro
acurrucado extendiendo una mano, hacer un acto de caridad y dar una limosna,
cosa extraordinaria donde las haya. Dicho y hecho, le lanzó una moneda de 10
cts., y le dijo con voz de recomendación caritativa: “Tenga usted, buen hombre,
pero no se lo gaste en vino”, a lo que Lázaro respondió con voz aguardentosa:
“Descuide, caritativa dama de acrisolada virtud. Estos 10 cts. los invertiré en
Bonos del Estado al 3% y con los réditos adquiriré un palacete en la
Castellana”, volviendo a continuación a su posición habitual sin darle mas
importancia al incidente y calculando cuando le quedaba para abandonar su
posición de trabajo y marchar a la taberna del tío Nicasio a roer un mendrugo
de hacía cuatro días, con su vino ganado, si no con el sudor de su frente, con
el duro trabajo de extender un brazo de vez en cuando para solicitar la
caridad.
Lázaro
no era ni feliz ni desgraciado, eso era lo que tenía y no sabía de nada mas ni
le importaba tampoco. Pasaba la vida a través de él, sin otro objetivo, pero,
el destino es como es, y no estaba dispuesto a que la vida de Lázaro fuese ni
pobre -era mísera-, ni honrada -nadie lo sabía pues no tenía oportunidades de
no serlo- y, aconteció que, un día, a la salida de la taberna del tío Nicasio,
entre tambaleo y tambaleo, perdió pié y cayó al suelo, con bastante suerte,
pues no se rompió nada, aunque estaba realmente bastante acostumbrado pues los
efectos del cochambroso vino eran fuertes y tropezaba en el mismo escalón un
día si y otro también. Pero esta vez hubo algo diferente, pegado a su nariz
había un papel con letras y dibujos que pensó inmediatamente podía servirle
para limpiarse los mocos u otra cosa, en su momento y, por lo tanto, con gran
satisfacción, lo guardó en el bolsillo junto con un mendrugo con restos de
cáscara de plátano que había encontrado y que en sus momentos de erudición
habría llamado: “Tosta de pan curtido a la banana madura”.
No
volvió a acordarse Lázaro del dichoso papel, hasta el día siguiente, donde, al
ir hacia la taberna, se encontró con
cierto tumulto a la altura de una tienda en la que él no había reparado
nunca. No hizo mucho caso, pero en la taberna le informaron de que lo que había
pasado es que esa tienda era una lotería y había caído un premio de 233
Millones de Euros. A Lázaro, le daba igual porque para el todo lo que pasase de
un euro ya era “mucho” y no le importaba mas, aunque en algunos momentos creía
recordar que había aprendido algo que llamaban la tabla del siete, pero ya no
se acordaba de esas cosas. La excitación sobre todo venía de que no había
aparecido el ganador y todos estaban corriendo a mirar por si eran ellos,
aunque todo eran decepciones. Lázaro, ajeno a aquel guirigay se tomaba
calmosamente su vino, mientras meditaba a donde tenía que ir a recoger los
mendrugos sobrantes, para roerlos en su rincón favorito del pórtico.
Sin
embargo, el tío Nicasio apareció excitado con sus papelicos, por si acaso eran
los suyos, pero enseguida vio que no era el afortunado y todos empezaron con
aquello de lo importante es la salud y cosas parecidas. Lázaro, que todavía iba
medio sobrio y que era mendigo pero no idiota, comprendió enseguida que el
también tenía un papelico de esos y, a lo mejor, era él la persona que
buscaban, pero, el sexto sentido que le había ayudado a llegar a edad madura
sin mayores problemas, actuó inmediatamente y le aconsejó cautela. Si el papelico
valía “mucho”, fuese lo que fuese, las probabilidades de ser asesinado en el
acto eran muchas y mejor salir arreando a meditar lo que había que hacer.
Lo
primero fue esperar con calma haciendo vida normal hasta que el tema se
olvidase y pudiese actuar con mucho cuidado pero más fácilmente. Lo segundo,
aprender un poco como funcionaba aquello que llamaban Euromillón y luego ya
vería.
Aprender lo que era aquello
no fue difícil, el propio tío Nicasio cuando la rellenaba se lo explicó. El
premio estaba en que los números que decían en la tienda fuesen los mismos que
había en el boleto. Lázaro, sin mucha esperanza, apuntó los números mil veces
repetidos en la tienda y luego a una hora intempestiva, en su rincón habitual,
comprobó, estupefacto, que coincidían todos los números.
LA
METAMORFOSIS
El ansiado papelico era suyo. ¿Y ahora
qué?. ¿A quien podría acudir si cualquiera de sus amigos era capaz de asesinar
a su madre por 1 euro? ¿Qué no harían por 100 o mas?. Por ahí no podía esperar
ayuda. Y claro, si vas a la tienda con el papelico, ya está liada igual. La
respuesta se la dio sin querer el Tío Nicasio, que se lo había planteado muchas
veces. Mira Lázaro - le dijo- Lo tengo bien estudiado, por si acaso. Lo primero
es firmar el boleto y sacar copias, sin que se entere el de la máquina de
fotocopias. Lo segundo es ir con el boleto a un banco lejano, que no te
conozcan, con la fotocopia y, sin darles el original, citarles en la lotería,
ellos te dirán donde. Si no quieren ir, peor para ellos, no hacen falta. Allí,
con el DNI, ya es coser y cantar, les das el boleto, te dan la pasta y te
desvaneces.
No
le parecía demasiado difícil a Lázaro, salvo por la ropa, igual tenía que
lavarse, había que quitarse el olor a vino y parecer un sujeto respetable. Un
DNI válido era fácil de obtener. El dinero tampoco era problema, estaba el
Leblanc que le iba a resolver todo. El Leblanc era un tipo elegante que Lázaro
había conocido en alguna de sus estancias en alguna cárcel y que se dedicaba a
usurero y timador. Lázaro pensó que lo mejor era pedirle dinero prestado al
Leblanc justificándolo con que lo necesitaba porque le habían ofrecido entrar
como gancho en una banda de trileros amigos y necesitaba ropa decente. Mucho
regateó el Leblanc, pero como el motivo le parecía altamente loable, le dio 300
€ y le explicó: “te los presto por ser tu al 5 por 100, Es decir, al cabo de
tres meses, me das 5 euros por cada euro, total mil quinientos, o sea que a
trabajar, que hay mucho tajo”.
Lo
primero fue ir a otro de sus contactos carcelarios para pedirle un DNI bueno,
de un muerto que no había sido dado de baja y no tenía ninguna familia. Un buen
DNI que le costó un primer plazo de 100€ y otros 100 a los tres meses
Con
el dinero restante, Lázaro, se fue al compraventa y después de mucho regatear,
compró un equipo entero por 100€, y fue a ponérselo no sin antes darse un baño
cosa que le sentó muy mal y creyó morir, pero no había otro remedio.
Una
vez acicalado convenientemente, se fue a un banco por el centro de la ciudad,
no sin antes firmar el boleto con su nuevo nombre, Epulón García y con algo
que se parecía a la firma del DNI,
que había ensayado convenientemente. Según se acercaba al banco, pensaba que
estaba realmente preparado para cualquiera de los timos habituales. Eso le
animaba y le daba confianza en el futuro.
Sin
tomar vino y con la preparación mental que usaba cuando hacía de bueno en el
tocomocho, entró resueltamente en el banco. Nadie le hizo caso y él se puso a
una cola. Al final había una persona que le preguntó que quería y él pensó,
este es un colega, no voy a
exagerar. “Mire usted, pues es el caso que tengo una primitiva premiada y
desearía cobrarla a través de este su banco”. Las orejas del cajero se afilaron
y pensando que habría algo y que este hombre, de clase media e inocente, podría
ser presa fácil, decidió mandárselo al apoderado, por si acaso. El apoderado,
mas desconfiado, comenzó a interrogarle hábilmente. El valor de la primitiva,
Lázaro-Epulón no sabía, pero parecía mucho, la había firmado, tenía allí una
copia. ¿Me permite la copia, dijo el apoderado? Con mucho gusto, eficiente
caballero, dijo Lázaro, recordando una vez mas sus tiempos en el tocomocho.
Cuando el apoderado se encontró con un premio de 233 millones de Euros, no daba
crédito a sus ojos. Primero pensó en una estafa, luego en una broma, pero aquel
honesto caballero de clase media, no parecía ser nada mas que lo que
aparentaba. No sabía lo que tenía, pero no era tonto. Mejor hablar con el director.
D.
Samuel, oyó las explicaciones y, por si acaso decidió investigar. Llamó a
Lázaro a su despacho y después de invitarle amablemente a sentarse comenzó a
charlar. Al poco rato, D. Samuel, convencido de la veracidad de Lázaro, babeaba
descaradamente calculando el tiempo que tardaría en quedarse con todo, mientras
que Lázaro pensaba que aquel tío estaba pidiendo a gritos un tocomocho. Ambos
se equivocaban.
Lázaro,
se fue a vivir a una modesta pensión donde no preguntaban nada y al cabo de
unos días, siguiendo las instrucciones de D. Samuel, se presentaron en la
Organización Nacional de Loterías varios representantes del banco y Lázaro con
el resguardo, que resultó bueno después de unas cuantas comprobaciones y, a
renglón seguido, le entregaron a Lázaro un cheque por valor de los 233 millones
de hermosos euros. Allí mismo, Lázaro ingresó el dinero en el banco y a poco se
deshace D. Samuel de tanto babear y babosear de la forma mas abyecta.
A
partir de ese momento D. Samuel dijo a Epulón, “por favor, llámame Sam, ya que
nuestra relación, mas que entre cliente y banquero es de verdaderos amigos”.
Epulón, educado en la vida, le dejó seguir, pero reconoció que necesitaba ayuda
para entender lo que pasaba. Lo primero –dijo Sam- es que empieces a vivir de
acuerdo con tu nuevo estatus de rico. Lo que necesitas es una PA –Personal Assistant- que se ocupe de ti. ¿Y que demonios es
una PA?, inquirió Epulón. Pacientemente mientras calculaba su comisión, Sam le
explicó que era una especie de secretaria que le ayudaría en todo. Por ejemplo:
Tendrás que comprarte una vivienda digna, con muchos cuartos de baño. ¿Y para
que quiero yo muchos cuartos de baño? Ves, para eso vale la PA, ella te
explicará que cuanto más rico es uno tiene que tener más cuartos de baño, si
no, no se es nadie. “Vale, vale, lo que quieras, dijo Epulón, trae la PA. Y así
es como entró en la vida de Epulón, Virginia, conocida en otros lugares como
Perfidia la Taimada, famosa por su
capacidad para limpiar patrimonios de incautos, basándose en su aspecto
angelical con cara de no haber roto nunca un plato, aunque en su haber
figuraban varias vajillas.
“Queridísimo
Epu, dijo Virgi, -haciendo un delicioso mohín, valorado en varios miles de
Euros- vamos a buscar un chalé, ropa, coches, uno deportivo blanco para mi,
muebles y otras cosas necesarias, que, gracias a mis desvelos te van a costar
la mitad de lo normal (el doble pensaba ella). Ya verás que feliz vas a ser. Y
se pusieron a ello con gran dedicación.
Pero
Epulón no era tonto, era otras cosas, pero la vida del hampa, aunque olvidada
paso a mendigo profesional, enseña bastante, y decidió formar un equipo
defensivo, porque al paso que iba entre Sam y Virgi le iban a dejar sin un duro
en cuatro días. El primero que fichó fue el Aristóteles, filósofo de buena
presencia especializado en timos elegantes y hábiles robos al descuido. El
segundo fue D. Eladio “manos largas”, administrador infiel, especializado en
quedarse con las fortunas de los incautos que caían en sus manos. Epulón los
reunió y se reunió con los dos, Les explicó el lío de la Virgi y Sam y como el
había conseguido una fortuna. Estaba dispuesto a llegar con ellos a un acuerdo
amistoso admitiendo unas comisiones y robos razonables, para que, por lo menos,
le llegase el dinero hasta su muerte, porque con el tío del banco sobre todo,
no creía llegar a fin de mes. Una vez acordados los términos, se pusieron
inmediatamente a trabajar. Aconsejaron contratar al Dalilo, matón con varios
crímenes en su cuenta, para que le explicase a Sam, y de paso a la Virgi que había llegado la hora de
dejar tranquilo a Epulón, aunque podrían participar en los diversos proyectos
que Epulón tenía en mente. Mucho lo sintieron Virgi y Sam, pero, a mal tiempo
buena cara, ya vendrán tiempos mejores, etc. Y aceptaron la nueva relación.
Hubo
algún otro problema adicional, y es que no se sabe por qué métodos, el
Faldones, en un momento de lucidez se enteró de que Lázaro y Epulón eran la
misma persona y asesorado por D. Nicasio buscaron la manera de sacarle algún
dinero. Animados por el vino de pitarra llegaron a la conclusión de que lo
mejor era que el Faldones hiciera
como los de la tele y dijera que Epulón era padre suyo, y luego ya verían.
Dicho y hecho, junto con el Leblanc, que decía que era abogado, presentaron una
demanda en el juzgado reclamando 12 millones de Euros por las pensiones no
abonadas. El juicio se vio por fin y el juez pidió que Lázaro se sometiese a la
prueba del ADN, cosa que a Epu no le dio la gana, aunque tampoco sabía que era.
En vista de que no se hizo la prueba, el juez dio la razón al Faldones, aunque,
solo con solo 12 euros de indemnización, pero le dejó la legítima en caso de
muerte. Fue comentado el caso, porque el Faldones era tres años mayor que
Epulón, pero cuando se supo que anteriormente el juez había sido magistrado del
Constitucional todo el mundo entendió la sentencia. No se lo tomó a mal Epu,
aunque se reía de tener un hijo tan mayor y, por supuesto, le prohibió que le
llamara papi, ni en la mayor de las cogorzas monumentales que cogía aquella
especie de sindicato del crimen teórico en que se habían convertido. Hasta Virgi
se tiñó de rubio para ver si se convertía en la chica del gángster.
Así
iba pasando la vida, de cuarto de baño en cuarto de baño procurando no repetir
y planeando a la vez una multinacional del crimen y la extorsión en plan
franquicias, mas que nada para entretenerse y aprovechar la experiencia en el
desvalije de Sam, sobre todo. Pero, a pesar de todo, Epulón no era feliz y
añoraba otras cosas.
EPÍLOGO
Un
buen día de crudo invierno, hubo un gran temporal y el pórtico donde Lázaro
solía pedir, se vino abajo. Al retirar las piedras, descubrieron el cuerpo sin
vida de Lázaro, rodeado de botellas de vino de pitarra, con unos mendrugos
viejos, pero con una sonriente cara de felicidad.
Le
lloraron un poco y enseguida pasaron todos a apuñalarse para llevarse la pasta.
El
Rostro del Placer
La oscuridad me impide ver con claridad. Su silueta, me incita a un deseo abrumador. Me estremezco con el juego de sus dedos en mi pelo. Siento el peso de su cuerpo sobre el mío, su cálido aliento en mi cara... Saboreo sus labios tras un beso lánguido y ocioso, con regusto a whisky.
Sus manos, se trasladan bajo mi falda y apartan la ropa innecesaria. Las caricias insistentes entre mis muslos, consiguen que el placer linde con el dolor. Se detiene. Comienza a rozar mi órgano carnoso.
La oscuridad me impide ver con claridad. Su silueta, me incita a un deseo abrumador. Me estremezco con el juego de sus dedos en mi pelo. Siento el peso de su cuerpo sobre el mío, su cálido aliento en mi cara... Saboreo sus labios tras un beso lánguido y ocioso, con regusto a whisky.
Sus manos, se trasladan bajo mi falda y apartan la ropa innecesaria. Las caricias insistentes entre mis muslos, consiguen que el placer linde con el dolor. Se detiene. Comienza a rozar mi órgano carnoso.
La respiración empieza a ser jadeante
hasta el punto de perder el aliento. Sorbo el labio inferior de mi boca, lo
muerdo. Siento el sabor a la sangre. Los espasmos, recorren mi cuerpo. Un grito
en eco, provoca que el peso de su cuerpo me abandone. Asustada, enciendo la luz.
La ropa de la cama está desordenada. La falda enredada alrededor de mi cadera,
mis manos encajadas entre los muslos, los dedos humedecidos... Miro a mi
alrededor, y consigo, que mis ojos se aneguen de lágrimas, cuando al placer, le
veo el rostro.
©Begoña M. Bermejo-
Guadalajara- España
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