viernes, 1 de noviembre de 2013

         Revista  N.º 36 -  ESPACIO DEL POETA
                           
                             REVISTA LITERARIA DE HABLA HISPANA
                                                                                  
                                                                                   Noviembre 2013
        






                           Autor: José Casanova                              Tertulia










“BELLE ÈPOQUE” Y CASANOVA
A petición de la hija del pintor
Casanova, María José, que solicitó
al autor un poesía dedicada
al numen de su inspiración pictórica.

¿Quién eres?
Soy Casanova el pintor
pintando con mis pinceles,
fundiendo el tiempo en mis manos
sobre un lienzo y mis colores,
soñando...........
y como siempre escuchando
ese tango arrabalero
que va latiendo en mis sienes
con dolores, el amor
que se quiebra sin pesares.

Creando siempre belleza
y elegancia callejera,
en días, con o sin lluvia
pero con brillos de gloria.

¡Ay! Tango del arrabal,
pienso en el mate que tomas,
con boquilla........
con el pelo “engominao”
lluvia de perlas perdidas
y madrugadas sentidas.


Antonio Monzonís Guillén- Valencia- España


EN LA SOLEDAD

En la soledad que llevo dentro,
Para olvidar que ya no estás,
Mejor invento…
Puedo inventarme esa mirada,
Que tanto tuve, que ya no estaba.

En la soledad que me acompaña,
Al recordar que tú me amabas,
Mejor invento…
Volver a amar y ser amada,
Sentir tu piel que me rozaba.

En la soledad que está presente,
El corazón triste visto de negro,
Así… mejor que invente,
Que tú presencia mi cuerpo aclama,
No es paradoja, esto que hoy habla.



 Amalia Rodríguez Pérez – Madrid -España



Capitulación






Se sientan
el tiempo
y la mujer:

sus ojos
se hunden
en el libro.








Ana Romano- Buenos Aires- Argentina







.Psicología de los objetos.



Se estresa el reloj en su viaje incesante por las horas

(horas de un tiempo abstracto
-simulador atrapado-
entre la vida y la muerte).

La puerta de calle es agorafóbica,
y la cerradura una voyeur
de discreto y lascivo ojo metálico.

El televisor tiene verborragia,
vaya a saber a causa de qué temores
que no puede confesar
a causa de su jactanciosa frivolidad.

La ventana finge una dureza que se sabe translúcida,
pero se entrega sin reparos a su deber esclavo.
Las tapas de los libros son
archipiélagos de vida comunitaria,
cuyas esmirriadas hojas cuchichean
pasiones y utopías.

La casa es condescendiente con el clima.
Tanto, que a veces es insoportablemente inhabitable.

El teléfono es un bebé que timbrea su llanto agudo
hasta que lo atienden.

Las cortinas tienen un miedo acérrimo a las confidencias,
y resguardan su cobardía con barrotes
-previsores vástagos que apresan al inocente
en la presunción de un otro amenazante-.

A veces, el trino de un pájaro conmueve los techos,
les roba una sonrisa apretada a las ventanas,  
y sacude el polvo
– esa persistente demostración de lo perecedero-
 para que el tiempo pase sin secuelas.

Entonces, sólo por un momento,
el reloj se aproxima
a una quietud de agujas
que su conciencia de autómata censura.

Las hojas de los árboles se apiadan
de la espalda de losa que cubre la casa
y se la rascan,
o se la acarician,
según sople el viento
–ese exacto ejemplo del capricho-.

Y hasta aquí llegamos.
¿El afuera? Otro día.

(los oídos del viento se llevan las palabras
a un sitio muy parecido a la muerte
–del que nada regresa-
y se sabe que él
es un vengativo e infalible
guardián de sus secretos).




Andrea Matar- Villa María- Argentina





VETE


Vete
licencia tus palabras lisonjeras
que enamoraron demonios.
Tu cadena de espuma
devuelve a los mandatos de la brisa.

No miraré las aguas de tus ojos
turbias mentiras que disparan
granadas seductoras.

Vete
aquí no quedan lazos de ilusiones
ni amores crepitando
en la hoguera del sueño.

Cenizas desangradas yacen silentes.

No subiré a tu carruaje avaro
astuto soplo de conjuros
hilado con narcisos.

Vete
ya no respiran efluvios ardorosos
mis almohadas ansiosas.

No me recuerdes triste
Hoy renací en el cielo del milagro
cuajado de renuevos.


Beatriz Ojeda- Montevideo- Uruguay








                                                        XII
("De sombra y luz")






ESQUIRLAS DE LUZ ACUNAN ESTA FRAGUA INSISTENTE
QUE SIN CANSARSE SOSTIENE
EL TEJADO LAS CALANDRIAS LA BRÚJULA...aSÍ VOY ENHEBRANDO PALOMAS
PARA FLORECER EN TU RISA"





Belkis Larcher de Tejada- Santa Fe- Argentina











En los suspiros del aire






En los suspiros del aire, se esconde mi soledad,
a mis soledades vuelvo y cobijo mi libertad.
Que no hay soledad verdadera si la libertad se pierde
y la soledad elegida...es soledad de verdad.
Que no hay soledad mas completa que la elegida en soledad.
Si estoy sola es porque quiero y nada me condiciona, si vivo
mi libertad.
Prefiero estar sola a las malas compañías, vivir sola he elegido...
usando mi libertad...





Rosario Bustos Cruz- Sevilla- España







Otoño de amor






Me gusta
bucear la oscuridad
de tu mirada de pregunta,
huir en el escarlata
de tus labios
que aprisionan
la agonía de todos
los suspiros.

Me gusta
apoyarme en tu piel
y allí fundir poesías,
como un mantra
que sólo contiene
tu nombre,
recitándola
desde el púlpito
de tu espalda.

Me gusta
saborear el incienso
del amor consumado…
cuando la sábana
desarreglada
se hace cómplice
de nuestro reposo.

Me gusta
esta lluvia que renueva
albores de mi norte,
esta lluvia tenue
que da origen al deseo,
como la enzima
al movimiento,
como el sol al arco iris,
como la nieve que se hace agua
en los brazos del sol
para ofrecerse pura
el ave de los  bosques.

Me gusta
simplemente
hallarte…
que estés…
que estemos…
reviviendo
la mansa eternidad
de amarnos sin prisa
en el gris del otoño






Carlos Alberto Giménez- Ushuaia- Tierra de Fuego- Argentina










                                                    ACASO



Acaso sabes como esta tinturado el amor?
una organza rosa o quizás muchos pétalos color mar...pospongo el rotular
su olor, sabor hasta textura, son como pasitos breves de índice y pulgar inquietos..
es la policroma de la fase en que te encuentres...pasa por tules azules, nubes violáceas..naranja horizonte..y si,..tiene sabor, a miel de panal..a menta florida
a lluvia menuda que no empapa..acaricia, con textura aterciopelada de duraznos en flor...así visualizo el amor,,,en su fase de aletear de mariposas y polifonía irisada!!
Acaso sabes como esta tinturado el amor?
una organza rosa o quizás muchos pétalos color mar...pospongo el rotular
su olor, sabor hasta textura, son como pasitos breves de índice y pulgar inquietos..
es la policroma de la fase en que te encuentres...pasa por tules azules, nubes violáceas..naranja horizonte..y si,..tiene sabor, a miel de panal..a menta florida
a lluvia menuda que no empapa..acaricia, con textura aterciopelada de duraznos en flor...así visualizo el amor,,,en su fase de aletear de mariposas y polifonía irisada!!



Carmen Guzmán  Cedeño- Curmaná- Venezuela








Aquella noche…







Aquella noche de frío invierno,

Sentí como mi alma se cuajaba de pena,

Sembré la tierra con mis ojos,

Ardió mi corazón entre rastrojos

Y cuando al fin la Luna abrazó

Mi llanto, sentí que por las laderas

De las montañas se desprendía

Mi boca echa pedazos.

Nunca más presencié el nacimiento

De una flor, tampoco sentí del sol su calor,

Y al nacer el alba sentí como mi vida

Se hundía entre las ramas del olvido

Y desee nunca más sentir un amanecer,

Quise que las horas de una arena vacía

Me ahogara entre sus olas.

Todo acabó, todo acabó entre las alas

De un diario envejecido,

Que mostraba sus hojas secas… secas…

Aquél olor a amor se perdió

Entre la tinta amarga de negros besos,

Abrazos rotos que se llevo el viento,

Aquél diario escrito con manos

De rosas blancas, se convirtió

En cachitos de nido roto a merced

De una tormenta jaleada de dolor,

Jaleada de dolor…


Conchita Hernández Santos- Madrid- España










DE CATACUMBA



Nada
en el proscenio
de la noche
y  tu luz tenue
no hace foco.

Donde me buscas,
la tela de araña
ya atrapó
el fantasma.

Donde me buscas,
el telón frunció
los aplausos.

Soy mero espectador
de tu juego solitario;
ese que se va
por foro,
donde repetías
mi letra,
como una misa
de catacumba;
la que no dejaste
que rezara en tus labios.

Diego Santiago Cazzaniaga- Rafaela- Santa Fe- Argentina

           





Al sol





Por el cielo infinito que a su figura toma
majestuoso se eleva a la plenitud del día.
Es la sabia simiente que al suelo corona.
Es la torre en que aguardan las horas y días,
y es marítima fragua que en oro se amplía.


Su sayal misterioso de áureos colores
a las sombras disuelve con su luz divina,
y expandiendo su reino, se eleva en los montes
bendiciendo los frutos que la tierra prodiga.


Se aburre en su altura en el crepúsculo bajo,
y con una memoria que eterna es su guía,
siniestra, entre sombras, vuelve a su palacio
su colosal amplitud sedienta de vida.


Ezequiel Feito-Buenos Aires- Argentina
           






"AL ALBA DE OTRO AMOR EN QUE DOS PÁJAROS..."

 (A...)


Ignota y pobre transeúnte,
he descubierto en tu mirada
de diosa terrenal ante mi asombro,
auroras escondidas, tan fulgentes
que anuncian fuego celestial.
En vos...¡para quemarme por los siglos
y, desde las cenizas, resurgir!
¡Ah! Eterna primavera en veinte abriles,
"campos verdeoscuros al viento"
diría Whitman si se hundiera 
entre la tierna hierba
de tu fulgor sonriente,
y vuela hoy Maiakovsky
cantándote su "Amor",
"alzando por el mundo
un amor universal",
y, desde ambos, yo,
tu amante anónimo,
ofrendaré mi fuego a tus luceros,
(a ésas ventanas de tu alma)
y entre colinas tuyas, Venus mía,
marchando iré, entre bosques y centellas,
al dulce umbral de tu corazón rojo:
al alba de otro amor en que dos pájaros
alcen al porvenir su rosa en flor...



Fernando Adrián Zapata- Concordia- Entre Ríos- Argentina








QUIEN FUERA ESTRELLA





Las palabras se desnudan en el silencio, viene el viento y las rompe...
El deseo les alumbra y recompone.

Quiero escuchar un collar de tus palabras
las que nunca pronunciaste, pero es tarde
te alejaste y cae una cascada de silencios
lánguidos a veces ,a veces frenéticos

Lágrimas de tu calavera
que en la noche implorando ruedan
mi beso de dulzura.
Quien fuera estrella desnuda
para aliviar tu noche tan turbia!




Gioconda Esther Imparato- Peñiscola- España

           






EL ILUSIONISTA

Desde hace siglos pasas a mi lado,
y ninguno de los dos sabe muy bien
si la vida es del uno o es la del otro.

¿ Cual es la vida original ?
¿ Y a quién finalmente pertenece ?

Sé que soy el sueño de alguien
y que todo me sucede al mismo tiempo
en otra parte.

En el extremo de uno existe el otro

El universo entero repite siempre
las mismas ilusiones.

Camino
con el convencimiento,
de subir o bajar
la montaña del tiempo.

Me pesa este infinito
con distinta humanidad.

Como si la vida
fuera su imposible reverso
y caminar a casa
mi parte, de un sueño
compartido.

Cuando los dos nos agotemos
en la gran ilusión de haber vivido

Alguien como usted,
leerá estos versos
y estará en este lugar
aun sin saberlo.

Frente a frente,
con el otro, su gemelo.





HECTOR BERENGUER- Argentina
           






POR VOS, ARROYITO..



… Soy gurises que aún diviertes y salpicas y aventuras,
… soy la verde exhuberancia de tu margen y resquicios,
 …soy la gente que, inconsciente, vuelca en vos los desperdicios,
 …soy aquellos que desprecian tu espesor y tus manchuras.

   …Puedo ser también el juez que, indiferente, te condena,
 …puedo ser el arquitecto que diseña tu mortaja,
… puedo ser esos obreros, los verdugos que, sin pena
 te lapiden construyendo ¡oh, belleza! ¡ved la caja!

  … Lindo ser todas las aves que aún te quieren , te visitan,
 ¡no ser la negrura ardiente que corrompe tus entrañas
Ser las piedras que interrumpen tu caudal y que te agitan
Ser  tu canto rumoroso, la transparencia que extrañas,

   la pandorga en limpio vuelo que saluda con la vista
 un poeta alucinado, un pintor, un periodista,
esa lluvia que nos muestra que es posible redimirte
el buen ángel que llamamos y que acude a asistirte.
 
   Ser amor, pasión, dolor y la impotente ternura..
… ¡cómo quisiera y no puedo preservar tanta hermosura!
> ...¡una lámpara, varita, una galera… oh, Natura!
> ¡Pon tu mano, Dios, Señor, y revertí esta desventura!



Hilda  González- Concordia- Entre Ríos –Argentina








NO PODRÁS OLVIDARTE DE MI

Porque aun en tus ojos tienes,
mi rostro reflejado,
y tus labios guardan en silencio,

el sabor de mis besos pasados.
En tu piel has de llevar por siempre,

el tibio calor que te he dado,
que te será difícil reemplazarlo,

cuando halles en otros brazos,

la promesa de un nuevo amor,
la promesa de un nuevo encanto.
No podrás olvidar de mi,

las apacibles caricias de mis manos,
tampoco el perfume de mi piel,
que en ti se ha devolver nostalgia,

cuando descubras que el olvido es una estrella,

una estrella que nunca se apaga.
Porque aun estoy en tu mente y en tus sueños,

y en tus sueños me buscas sin pausa.

Porque tu cuerpo aun pregunta por mí,
no le mientas, dile, dile que aun me extrañas.


Porque aun en tus ojos tienes,

mi rostro reflejado,

y en tu ser yace el perfume,
el perfume de aquel amor que te he dado.


Porque aun estoy en tus sueños y en ellos,

y en ellos, me buscas sin pausa,

como un vivaz colibrí,

que de en flor en flor se engalana,

te haz de posar en mi recuerdo y en el,

y en el consolaras tus ansias.
Jorge Amado Serrano-Suardi – Santa Fe- Argentina






                                                  EL ORO DE LAS SIERRAS


El Indio Francisco era más pobre que viejo y por cierto que si llevaba vivido tanto como contaba, un siglo ya le quedaba chico. A decir verdad, no parecía que tuviera más de setenta años.
Bastante sordo, solía responder con elocuencia a cosas distintas de las que le preguntaba y en lo mejor de la conversación dormitaba, haciéndole sentir a uno que estaba de más.
Se expresaba en buen castellano, pero no dejaba de intercalar algunas palabras en su lengua como para recordar al interlocutor con quién estaba hablando.
Debajo de un sombrero descolorido de pescador que había encontrado a orillas de un arroyo asomaba el pelo largo, blanco y lustroso. Entre la piel arrugada sin sombra de barba y dos cejas también blancas y abundantes, sus ojos vivaces no perdían detalle de quien se sentaba de tarde en tarde para compartir sus pocos vicios aún permitidos: el mate cimarrón, un cigarro armado con hojas y muy de vez en cuando un poco de aguardiente que yo le deslizaba en una limeta por debajo de la mesa de la pensión, cuando la matrona no nos veía.
-Cachü -me decía entonces, con una voz que parecía resonar hacia adentro.
Era un gran elogio para mí, porque me estaba llamando amigo.
Rociaba el piso con un poco del líquido, sin cuidarse mucho de salvar las alpargatas.
-Püan -aprobaba yo, nombrando la invocación y haciendo alarde de comprender el idioma, que a fuerza de diálogos y libros me había incorporado algunas palabras.
-Püan, no cahuín.
Se reía, también para adentro, rejuvenecido. Me estaba diciendo que sólo tomaría un trago después de su ofrenda a la tierra. Lo imaginaba empinando otro a la noche, rescatando el frasco de entre las frazadas, si lograba sortear la atenta requisa de la matrona. No cahuín, no llegaría a la borrachera.
Más de una vez había insistido en su condición de Ulmen, un jefe o notable entre los suyos, ajeno a los excesos y contenido por las responsabilidades que implicaba el rango.
Y era muy digno de crédito: pasaban unos días hasta la próxima visita y no siempre me devolvía la limeta vacía, lo cual significaba que hacía un uso muy discreto del eluney, mi regalo cómplice.
Siempre dejó en claro su genealogía: su nombre completo era José Francisco Quiñigual, con la cobertura de cristiano y el apellido que lo emparentaba al cacique pampa que tratara con Rosas en época de malones, alianzas, traiciones y refriegas. Mentaba una tatarabuela india, una abuela blanca y una madre mestiza. Pero aseguraba que su línea paterna nunca dejó de ser auca o indio rebelde.
De origen tehuelche hablaba, como sus antepasados, el araucano o mapuche.
Transformaciones del tiempo, pensaba yo, y los dos nos quedábamos un largo rato en silencio, mientras alrededor nuestro se deslizaban los demás pensionistas y los ruidos de la cocina anunciaban la próxima cena, al filo de la noche.
Francisco frecuentaba hasta unos años atrás los galpones de la estación del Ferrocarril del Sud, con un burrito cargado de herramientas de labranza con las que se proveía el sustento.
Ahí lo conocí, ya entrado en años, compartiendo el fogón con peones y estibadores, muy dado a aferrarse a alguna referencia de un lugar o un nombre para empezar a tejer sus historias. No siempre era fácil seguirlo ni quedaba claro a qué época se refería, pero uno no podía menos que descubrir en ellas el sabor de lo auténtico: de un bañado volaban las diucas, aves cantoras, como si atravesaran las cumbreras del galpón, los cardos pampa que ocultaban al jinete parecían arañarnos y hasta nos cansaba trepar con él a una sierra, para dormir en un refugio improvisado después de asar una mulita con leña de curro. La historia se confundía con el relator porque Francisco, mientras tanto, cubría con ceniza unas papas en las brasas y luego dormitaba envuelto en su macuñ, el poncho que todavía conservaba en la pensión, mientras afuera barría los andenes cüruv, el viento.
Pensaba yo que las evocaciones se confundían para él con el presente y más que contarlos, vivía los hechos. Esa era su magia y, tal vez, una compensación que el tiempo le dejaba a cambio de sus transformaciones destructoras.
Recibía una mensualidad exigua, conseguida a lo argentino: la visita al pueblo de un político en campaña, con un discurso indigenista a la moda del momento. Y ahí estaba, con lo poco que para él no lo era tanto, viviendo hacia atrás en compañía de otros pensionistas que rara vez lo comprendían.
Una tarde le llevé una novedad que reavivó su mirada. Giró la cabeza para no perderse una palabra con su oído derecho, que aún le era bastante fiel.
-...Gente de lejos que vino a acampar en la laguna -le comenté, al descuido. Una pareja, un hijo y una hija y un sobrino.
Le transmití el hecho real, inmediato, tal como me lo habían referido unas horas antes. El matrimonio pasaba unos días de descanso en las laderas de la laguna La Brava. Los chicos, de entre diez y doce años, treparon a la sierra y regresaron con un objeto extraño. Era una chapita alargada, cubierta de tierra y moho, que al pulirla brillaba mucho.
-¿Liguen? -me preguntó.
-No, no con el brillo blanco de la plata. Es milla, Francisco, brillo dorado.
-¿Milla? De los ñoi... -de los tontos, quería decirme.
-Lo mismo pensé: un pedazo de mica, o alguna lata vieja.
Le conté cómo lo habían hallado: los chicos llegaron a una grieta, por las que se escurría un hilo de agua. Apenas quedaba un hueco y con esa valentía que da el desconocimiento, el más pequeño se había deslizado adentro. Bajó uno o dos metros por un declive y se topó con una piedra que parecía una cabeza tallada, en medio de un anfiteatro tan amplio como una habitación mediana. Como ésta -lo ilustré, señalando con un ademán el lugar en que hablábamos.
-¿Qué día es hoy, amigo? -fue la pregunta insólita de Francisco.
-Veintitrés de diciembre.
-¿Y cuándo ha sido lo que me cuenta?
-Anteayer.
-Ajá -fue su única conclusión.
Como me seguía escuchando muy atento, continué:
-Detrás de esa piedra o cabeza ya entraba muy poca luz, pero el chico dice que le pareció ver que la galería continuaba, hacia abajo. La hermana y el primo lo llamaban a gritos y ya la cosa no le gustó mucho, así que empezó a trepar hacia la salida. A un costado de la piedra con forma de busto encontró la chapa dorada. Los padres lo llevaron a un entendido, y ¿sabe qué?
-Es oro. Conozco el lugar. Es una mina abandonada hace tanto tiempo que ni usted ni yo, ni sus tatarabuelos ni los míos, habíamos nacido todavía.
La respuesta me sorprendió. Francisco había encendido un cigarro y yo conocía esa actitud de esconder la cabeza entre los hombros, como si rebuscara en sus recuerdos.
-Alguna gente cree que existe una mina y fue abandonada cuando llegaron los españoles. Y tiene su parte de razón. Pero la cosa viene de más lejos, de mucho más lejos. A usted se lo voy a contar ahora.
Hizo un largo silencio y tras una bocanada que sumergió en la niebla del tabaco la pensión y sus huéspedes, prosiguió:
-En ese lugar vivían los serranos, desde que Nguechen creó el mundo. Como nahuel -el jaguar o tigre americano- o huépil -el arco iris- se quedaron ahí. No era gente que iba y venía, como la otra. Eran unas cuantas rucas -casas- al pie de la sierra que baja hasta la laguna. Paredes de piedra, techos de totora. Cazaban el venado, boleaban avestruces y a nadie molestaban ni eran molestados, porque todos sabían que estaban destinados a proteger ese lugar. Sobre la sierra había un rehue -un lugar reservado al machi, o hechicero-, que sólo visitaba el día que decían vuta -el más largo del año-.
-¡El veintiuno de diciembre!
-Usted lo sabe.  Ese día Kenguenquen -el sol- se demora para iluminar la entrada a la mina con un solo rayo y no a cualquier hora. El machi entraba solo a buscar las ofrendas. En primer lugar, un distintivo para el jefe, como signo de respeto. Para su mujer una tobillera y algunos amuletos para los enfermos, si los había. Traía a veces adornos para las muchachas en edad de hacer pareja y después, ni mu -nada para sí mismo-. Muchos días estaba trabajando en secreto, como él conocía, y al volver era recibido con grandes muestras de alegría.
Así anduvieron las cosas hasta que una vez vieron grandes humos del lado del oeste. Algo grave estaba pasando y tiempo después supieron de qué se trataba: los de norte habían invadido y empujaban a la gente del avpun mapu -la frontera, en los Andes-.
Venían a buscar tributo y eso era que querían oro para sus dioses, que decían eran sus lágrimas y les pertenecía.  Hubo guerra y la gente de la laguna se fue a la sierra, a ocultarse por mucho tiempo para salvar la vida. El machi subió una noche a la piedra más alta y estuvo ahí hasta el amanecer, danzando y cantando en una lengua anterior a la de la tribu, que nadie comprendía. La laguna empezó a secarse, hasta que sólo quedó un lolco -un hoyo- de barro.
¡Mire cómo estaría todo de reseco! Las polvaderas eran tremendas, nada se veía para ningún lado. Los animales bajaban a tomar agua y se encimaban unos con otros, pilas de muertos se formaban. Muy mal lo pasó la gente, porque empezaban a enfermarse de sed, se les resecaban la piel y los ojos: de las piedras tampoco brotaba una gota.
Los invasores anduvieron muchos días buscándolos, hasta que encontraron al machi y lo colgaron de los brazos, atado a un palo. Lo castigaban para que confesara dónde estaba la mina, pero él se mantuvo firme.  La piel le arrancaban, con piedras pesadas en los pies lo hacían sufrir, pero respondía siempre en esa lengua que nadie entendía. Una noche, cuando lo habían dejado muy lastimado, oyeron un grito que llegó hasta la sierra. Al otro día se había desatado y lo vieron pegado a la luna, dado vuelta como todavía anda. Su pillañ -la parte del alma que emigra al morir- no pudo alcanzar una estrella como todos los que mueren y se había quedado ahí, caído, para iluminar y guiar a su gente.
Los invasores debieron retirarse. Quemaron los cardales resecos y del humo que había en el cielo, con la ayuda de la luna, se formó tormenta y empezó a llover. Días y noches cayó el agua, hasta que la laguna volvió a crecer.
Bajaron, armaron las rucas donde habían estado y la vida siguió como antes.
Mucho después, cuando vinieron los españoles, la cosa se repitió y ya le contaré cómo fue eso. Pero el machi no vivía entre ellos para entregar el secreto y protegió a la tribu desde hueno -lo alto, el firmamento-. Una noche les aconsejó que se marcharan al tehuel -al sur-, porque él los seguiría cuidando. Así lo hicieron y desde entonces...
Envuelto en su poncho, se había dormido.
Lo dejé y fui a rebuscar en la historia de un loberense una referencia que me dejó pensando:
En el límite entre los partidos de Lobería y Balcarce se explotó en una época oro. La noticia se hizo pública hace medio siglo y la extracción del metal precioso se venía realizando desde cuarenta y tres años antes. Se obtenían sesenta y cinco gramos de oro por cada tonelada de material en bruto, con un cuarenta por ciento de otros metales.
Los yacimientos auríferos estaban ubicados en el campo "La Suiza", de Juan Beristain, en la línea divisoria de ambos partidos.
Para la explotación se hicieron varios pozos cuya profundidad varió de tres a catorce metros. Se había comprado en Brasil una máquina muy costosa, especial para trabajos de esa índole.
Como prueba de la existencia y calidad del mineral, se enviaron al gobierno dos botones y dos chapas confeccionados con el oro extraído de la mina, que fue visitada por técnicos y personajes de la época.
El dueño del campo, al tener conocimiento del hecho, promovió una cuestión a los que la trabajaban, considerándolos intrusos, y los mineros fueron desalojados por un piquete de guardiacárceles.
El pozo más profundo fue cegado luego por quince mil borregos que murieron durante un temporal.
La noticia se refiere a un lugar distinto al del hallazgo de los chicos; sólo demuestra que existe oro en estas sierras.
Supe que los visitantes volvieron muchas veces a la laguna y no pudieron hallar la entrada de la mina, accesible a una hora fija, en el solsticio de verano.
Francisco no quiso hablar mucho más del tema, pero me dio a entender que nunca encontrarían la grieta, por más que la codicia los entusiasmara a perderse años en el intento.
-¿Por qué? -le pregunté una vez.
-Porque el machi sigue ahí, cuidando. No es oro para lo que ellos quieren.
Desde entonces, cuando dormitaba, sonreía desde un sueño que sólo a él estaba reservado.




 Jorge A. Dágata-Balcarce-Argentina











Cuando por las noches me inclino…






Cuando por las noches torno a ver tus ojos,
y ellos...rielan en los míos.
Cuando mis manos se alzan como alas presurosas,
y volando salen a buscarte, entonces sé que te amo.
Y si en el vano intento, sólo el vacío de todos los ámbitos toco;
y mis fugitivas manos, trémulas...solas quedan,
comprendo que te extraño.
Cuando escucho un himno gigante, como si de una miríada de ángeles viniera,
y una nota desprendiérase alegre, fugaz, a la que absorto escucho,
presiento que es tu voz.
¡Ay hembra mía, mujer de piel lacerada por mis besos
y curtida por mis manos!
Tú vientre es la encarnación de la palabra deseo,
y tú mirada, la de la palabra amor.
Pero necesito un paréntesis, me siento fatigado de escribirte tantos versos.
Siento un cansancio de viejas carretas, y una melancolía de lejanas y pálidas estrellas.
¿Sabes?
Yo también necesito amor…
Y a la mañana cuando a tu puerta llegue.
¡Quiero!
Que entre gritos de niños y aleteos de pájaros.
Tú, descifrar pudieras, entre todos ellos...
Mí dulce voz.




José Rodolfo Espasa Muñoz-Benidorm- Alicante- España







A LA FLOR DE LOS CEREZOS






Lograste pintar de primaveras
un canto glorioso de la tarde
que el amor a ti pudo brindarte
y reflejar en tu rostro las quimeras

A todos regalaste tu sonrisa
tus versos, tus palabras y alegría
entonándonos así una elegía
que dejaste al partir sin darte prisa







JUSTO ALDÚ/Julio Stoute. -Panamá







COMO NADIE TE RECUERDA

¡ Ay, ay, tremenda soledad !
infinito , árido y profundo suspiro
Necesito ansiado tu mirar
claridad celeste que no deja
de atormentar.

Traspasando el más allá
de este océano poniente
cuando los ocasos amanecen
un poco más allá estás tú.

Esperando al filo del infinito
en el lugar que ya no es nada,
detrás de la nebulosa de la vida
surge un suspirar que brama
y me abrasa tu mirada.

Tu que me haces sin querer
valiente quijote, en ribera de un río
transformado en mar de tormentos
sentimientos inundados de distancia olvidada.

Olor a mar, visiones de color añil
aromas de macasar, de azul anochecido.
Hoy vacío de ti, donde no queda nada,
ya ni siquiera luz, solo frío rocío
en mi madrugada, tu imagen se cubre
de sombras y sonrisas inacabadas.

Ennegrecida jornada de un día más
que no volverá, de un corazón encadenado
por eslabones de acero, sin luz
mezclado entre sombras.




María José Acuña Belaustegui- Curmaná -Venezuela









ME VISITÒ LA TRISTEZA



Tan solo estaba escribiendo
y me visitó la tristeza
quería escribir sin lágrimas
pero se adueñó la gris y melancólica, tristeza.

Deja de hostigarme
no rondes mi cabeza
no quiero llorar esta noche.

Deja que recuerde los besos,
los que robé de noche en sueños,
los mismos que me llegan en silencio.

Deja que abrace la nube del cielo
allí están los ojos que amo,
los veo cada noche en mis sueños.

Quiero estar callada, sin miedo
volver la vista atrás del tiempo,
soñar que estoy allí con él, que me llevó el viento.

Allí a su puerto
con mi vestido de flores
y mi pelo al viento..

Mari Orquídea Blanca- Aguadulce-Almería- España






POESÍA ...




¿Qué es poesía?
Es amor
¿Qué es amor?
Es poesía.
Es canto de ruiseñor,
son versos en sinfonía,
es tu voz cuando susurra
y se torna melodía.
Es la hierba en su esplendor
que crece fuerte y erguida,
es perfume de una flor
al amanecer del día.

¿Qué es poesía?
Es soñar.
¿Qué es soñar?
Es fantasía.
La ternura de tus ojos,
el perfil de tu mirada,
cuando me hablas en silencio
con tus palabras calladas.
Es el pájaro que vuela,
libre, sin ataduras,
el otoño que despoja
al árbol sus vestiduras.


Marian-Martín Humanes- Villaluenga-Castilla-La Mancha-España






" LIBERTAD “




Surcando cielos
acompañada por su sombra
vuela libre como brisa
alargando sus alas
persiguiendo sueños
en busca de amor
y consuelo
sobre el mar despeinado
de oleajes de la vida
lleva en su plumaje
incertidumbres inciertas
mas allá del tiempo
cantando a la aurora oscura
va volando alta sin cesar
en busca de su torrente
de agua clara
defensora entre cielo y mar
que alberga el sentimiento
de la esperanza de la PAZ



 Monserrat Pardo- N . J. Usa





Lágrimas de amor y de añoranza


Lágrimas de amor y de añoranza
que lavan el alma de pesares.
Endulzan un pasado idealizado
perturbando un presente de alabanza.
.
Dolor que queda, así, aumentado
con perfume a soledad y desengaño.
Silencios de vacíos sin rutina
que mecen en la piel su altar sagrado.
.
Recuerdos que, vívidos, recreas
rogando la presencia deseada.
Temor y amor que quiere darlo todo
ahogando un ahora despreciado.
Remembranzas que hieren, laceran,
cortadas en el aire sin venganzas
en una inútil y estéril espera.
.
Llora...
Llora por tu amor traicionado.
Saca de tu pecho la amargura.
Agradécele a la vida y olvídala.
No quieras a tu lado a quien no quiera.
El amor se da y se recibe
pero nunca , nunca, se mendiga.



Nieves M ª Merino GuerraNimar-Gran Canaria - España
             




Hoy mi alma se anega de tristeza y brumas


Hoy mi alma se anega 
de tristezas y brumas,
los cristales se empañan,
a través yo vislumbro
la calle, tan solitaria,
tan húmeda,  mis pupilas
se anegan de llanto,
y tus recuerdos flotan
al aire, con momentos
imborrables, cadencia
de tu voz que acompaña
el amor  en soledades.
Cuánto anhelo que llegue
ese día, que se mezan
los trigales,  con olas
interminables, con su
aroma y su frescor,
y espigas y amapolas,
y nuestros cuerpos se fundan
como preciosos metales.


Pastora Hedurgo -Málaga- España


 

UNA BODA MUY PECULIAR








Cuando Pedro entró en su portal. Observó que llevaba tiempo sin mirar el buzón, parecía que iba a reventar de un momento a otro, con cuidado, extrajo el montón de cartas y propaganda.
Al llegar a casa fue examinando minuciosamente la correspondencia hasta encontrar un sobre de forma rectangular, la procedencia le era conocida, se trataba de su fiel amigo Julián, se quedó extrañado cuando vio que le invitaban a la boda. Pedro consultó su agenda de teléfonos y le llamó, Julián le pedía que fuera el padrino de su boda y él aceptó encantado.
Un día antes de la boda, tomó un tren que le llevaría al pueblo dónde iba a celebrarse el evento. Compartió el vagón con una familia numerosa compuesta por un matrimonio y cinco niños a cual más diablillo. Durante las ocho horas que tardaron en llegar; los chavales no pararon de jugar con la pelota y la madre no hacía más que disculparse—, ya se sabe lo que son los niños en los viajes. El balón iba de un lado a otro sin parar, y la portería la sufrían los viajeros. Pedro estaba hasta el gorro de los críos y de la dichosa mamá. Al principio no le daba importancia a recibir balonazos, pero al final iba contando los kilómetros, suspirando por llegar rápidamente a su destino.
A la mañana siguiente tomó el autobús de línea que le dejaría en el pueblo, dónde se celebraría el evento. Tan pequeño era el pueblo que solo tenía: medio centenar de vecinos, treinta casas, la iglesia, un hotel, el restaurante y tres vacas.
En la puerta del hotel habían colocado un cartel luminoso que decía: “El Confort”. Tenía un pequeño mostrador y detrás un empleado delgadito e inquieto que no paraba de dar vueltas. Llevaba una chaqueta enorme que parecía que se la habían prestado porque tenía dos tallas más y apenas se le veían las manos. Después de dar la bienvenida a los clientes, siempre decía—: Si tiene algún problema, dígamelo que para eso estoy.
Pedro tenía reservada una habitación, le extrañó la actitud del conserje porque a cada cliente, le daban la llave de la habitación y una palmatoria con vela. Cuando le tocó su turno también, él recibió lo mismo—. ¡Que originales son en este hotel! —se dijo—, será un obsequio.
Llegó la noche y se produjo el primer apagón y fue entonces cuando comprendió el significado de la palmatoria. Pedro estaba colgando su ropa en el armario sin saber en dónde la ponía. Salió de su habitación con la vela encendida y en el pasillo, la escena le pareció “dantesca”. Apenas se veía. Los huéspedes bajaban los escalones en fila, de uno en uno, con la palmatoria encendida. Era lo más parecido a la procesión del silencio, pero en el mes de julio. Unos a otros se preguntaban qué ocurría con la luz. Cuando vieron al conserje, le exigieron una explicación y éste sin inmutarse, les informó de que en el pueblo se estaba cambiando los tendidos de la luz y los apagones eran habituales, asegurándoles que la luz vendría pronto. Dos horas estuvieron con la palmatoria en la mano, hasta que por fin, se hizo la luz.
Pedro decidió tomar un baño para calmar los nervios, parecía que no había problemas con el agua y cuando se estaba lavando los dientes y fue a enjuagarse la boca. Observó que del grifo, no salía ni una gota, que su boca, era de cemento armado. Tal rigidez sentía, que agarró el frasco de la colonia y se enjuagó como pudo. Su primer pensamiento fue el de asesinar al conserje en cuanto le viese. Faltaban unas horas para que amaneciese y aunque le había prometido a Julián ser el padrino; en cuanto acabase la boda saldría corriendo, de allí.
Se despertó con el sonido de las campanas de la iglesia; Pedro comprobó que ya había agua y que había luz. Por lo que decidió ducharse, y ponerse guapo para la ceremonia. El traje le quedaba perfecto y sin arrugas.
Al pasar por recepción, con sorna le preguntó al conserje—. ¿Qué también están cambiando las tuberías del agua?
—Pues sí—, respondió el conserje.
—¡Oiga! —dijo Pedro—, ¿y por qué no prueban a cerrar el pueblo por vacaciones?
El conserje, ni se molestó en contestar, pero por lo bajini, se le oyó decir:
—Hay que ver los de la capital que poco aguante tienen.
Apenas quedaban veinte minutos para la ceremonia y ya iban llegando todos los invitados a la iglesia. Pedro no paraba de ajustarse la corbata e incluso parecía que era él quien se casaba. A lo lejos vio a su amigo Julián (el novio), pensó en comentarle las peripecias del hotel, pero no era el momento más adecuado. Se saludaron con un fuerte abrazo y Julián divisó a su novia que venía andando con el resto de los invitados—. Mira, ¿a qué es guapa, mi chica? Pedro no dijo ni pío, se limitó a asentir con la cabeza y pensó que era lo más parecido a la Barbie porque tenía tal figurita que el traje era cómo de la primera comunión.
—Te quiero presentar a mi novia Julitiña, la chica, se aupó para dar primero un beso a su novio y luego otro al padrino.
—Bien como ya estamos todos listos; agárrate a mi brazo —dijo el novio a la madrina.
El cura les esperaba a la entrada de la iglesia con gran impaciencia. Las invitadas se miraban unas a otras para ver quién era la más elegante de todas, y los señores no sabían qué hacer con la corbata porque la ponían en contadas ocasiones.
Por fin, los nervios de los contrayentes y los invitados estaban calmados.
El cura preguntó a los novios si venían dispuestos a casarse, dijeron que sí. Uno de los niños que iba de paje; al dar las arras al cura, se le escurrió de las manos. Con tan mala fortuna que fueron rodando por el suelo. El cura y los invitados, se pusieron a buscarlas, y en ese momento, zas, el apagón y la iglesia quedó en penumbra.
Pedro pensaba que aquello era cosa de meigas porque el agua y la luz se iban en los momentos más precisos. Sólo de pensar que se podría aplazar un día más la boda hasta que viniera la luz. Al padrino, se le puso el pelo tan encrespado que parecía a un erizo.
Por fin salieron los contrayentes y como era habitual les echaron el arroz, que dicho sea de paso, servía para hacer una paella que daba para todo el pueblo.
Enfrente a la iglesia estaban aparcadas dos excavadoras, con la pala levantada, llena de cojines y revestidas de tela blanca. Pedro, se quedó tan perplejo que no podía imaginar, lo que le esperaba. La costumbre del pueblo, era que cuando terminaba la boda, tanto los novios como los padrinos, subían en las excavadoras y se les obsequiaba con unas cuantas vueltas por los alrededores hasta que fuera la hora de comer. Detrás de la comitiva, iban los coches de los invitados que hacían sonar fuertemente sus bocinas.
Pedro rehusó subir a la pala, pero hubiera sido la primera vez en la historia de aquel pueblo que un padrino se hubiera negado. Las tradiciones había que cumplirlas y el que no lo hacía, iba derechito al pilón.
Julitiña llevaba mucho tiempo suspirando por sentarse en la pala de la excavadora; vestida de blanco. ¡Qué ilusión más grande tenía, por fin, el día había llegado! Pedro  estaba más mareado que cuando subía de pequeño en la noria que por unas monedas, te ponían el estómago en los pies.
Marieta la madrina, no paraba de saludar alegremente a los paisanos y continuamente pedía que la pala subiera y bajara. Sin embargo para Pedro, además de una gran  tortura, rezaba para que no le viera ningún conocido montado en aquel artefacto.
Terminado el viaje, se procedió a pasar al restaurante, Julián y Julitiña, brindaron con champán al entrar en el comedor.
A Pedro los calamares no le entraban ni a empujones, pues su estómago tenía más marejada que dónde habían sido pescados los cefalópodos rebozados.
Los asistentes seguían gritando—: Vivan los novios”. Solamente el padrino, sufría en silencio en lo que había que hacer para casar a un amigo.
Cuando sirvieron el segundo plato, el camarero se escurrió con el único charco de aceite que había en el suelo, sin poder evitarlo; dio tal traspié, que la bandeja repleta de pescado y salsa fue a parar a la americana del padrino. Y fue tal el baño que recibió, que hubo que prestarle hasta una camisa, el camarero no paraba de pedir disculpas y manifestar que era su primer trabajo.
Pedro no sabía cómo escaparse de allí, esperó a que los novios cortaran la tarta y empezara el baile, Marieta (la madrina), tomó la delantera y le sacó a bailar. Los pasos torpes de ella hacían que se encontrase con los pies de él y como pudo aguantó la pieza de vals. Sin despedirse de nadie salió corriendo.
Una de los invitados, comentó—: Sí, sí, muy guapo el padrino, pero no se ha despedido ni de las solteras y con las ganas que teníamos de bailar.
Si algún día usted se encuentra con Pedro, por favor, no le pregunten por la boda de su amigo Julián porque saldría por pies...





Pilar Serrano Rodríguez- Madrid- España





AMARTE





Quisiera amarte
rozar tu boca
sentir el calor 

de tu piel, tu
cuerpo acariciar
en un abrazo vivificador
que me electrice
la piel, sentir tu
corazón palpitar
entre las sabanas blancas
dejar mi perfume
de lujuria y pasión 

en un abrazo perfecto 

que nos lleve a la eternidad
quisiera amarte
como una loba en celo 

y sentir ese abrazo
maravilloso de los dioses del amor .



             
Silvia López- Argentina






                     ¿Cómo se siente hoy, abuelo?






─ ¿Cómo se siente hoy, abuelo? ─ el dulce acento de la enfermera le abre a Ricardo la puerta de los recuerdos indianos que ha inventado para otros.

─ Jodido ─ contesta, removiéndose incómodo en el sillón tapizado de eskay ─ . Me duele todo ─ . Subrayando sus palabras, el sillón emite varios quejidos agudos, la tapicería, un maullido grave y sus huesos, un crujido de maderas resecas.

─ ¿No escribió nada?─ pregunta la mujer, mirando la pantalla del ordenador portátil.

─ Nada, hoy no ─ se mira las manos: las manchas ya ocupan todo el dorso, las arrugas y los huesos deformados hacen de esas manos, que son las suyas desde siempre, dos extraños instrumentos que no reconoce del todo.

─ Luego a la tarde le traigo un folletito que me dieron en el metro. Ya verá, seguro que le gusta. Es sobre una feria de libros viejos. Tiene unas fotografías muy lindas, seguro que le gusta ─ cantarina la voz de la enfermera, acompañando una coreografía de mantas al aire y almohadas ahuecadas.

─ A mí no me gustan las cosas lindas ─ contesta displicente el viejo, crujiendo de nuevo todo él, todo con él.

─ ¡Ay, bueno! Ya se me enojó el abuelo ─ ríe ella, completando su higiénico recorrido por la habitación.

─ No me enojé… no estoy enojado –rectifica ─, soy así. Vete ya. Y dile a Elzbieta que me prepare otro café.
─ Volando voy, abuelito gruñón –le sonríe, pero al darle la espalda para salir, la sonrisa se transforma en una mueca de asco y hartazgo.

En la cocina, Elzbieta, alta y seca como un árbol de otoño, prepara café para tres.

─ ¿Sigue enfadado? –pregunta, con un acento que a la enfermera le suena a espía rusa de película.

─ No se le puede soportar, al viejo maldito. A ver si ya de una vez me escucha la virgencita y se lo lleva, que aquí, ni vive, ni deja.

─ Nicole, sé lo que tú haces. No está bien, eso.

─ ¿Qué no está bien? No se te entiende cuando hablas, rusa vieja –la enfermera cruza las piernas y enciende un cigarrillo. El humo matiza la mueca en que sus labios se tensan hasta casi convertirse en dos filos rojos.

─ No te hagas tonta. ¿Por qué lees y copias lo que escribe? No está bien.

─ Lo leo porque es lindo, escribe muy bonito.

─ Nicole, eres mentirosa. Tú sólo lees revistas de vidas tontas, no libros –la cocinera se esfuerza por encontrar las palabras en español para echarle en cara a la colombiana todo lo que lleva callando durante meses.

─ ¡Oye, rusa, a mí nadie me llama mentirosa! Métete en tus asuntos y no tendrás problemas, ¿entendiste?

─ El viejo es mis asuntos –sale de la cocina dando un portazo. Desde fuera grita – Conozco otras como tú, conozco mucho.

Elzbieta golpea suavemente la puerta de la habitación:

─ ¿Se puede? Traigo café de señor –empuja la puerta con el pie y caminando estirada como una camarera antigua, se acerca para dejar la taza junto al ordenador – . ¿Necesita algo más?

─ No, gracias… bueno, sí. ¿Puedes quedarte un momento?

─ Sí, señor.

─ Elzbieta, ¿tú recuerdas algo de la guerra?

La mujer lo mira sorprendida.

─ ¿De la suya o de la mía? –acierta a preguntar.

─ De la tuya, de las deportaciones, de la invasión, de los campos… ¿recuerdas algo?

─ Yo era niña cuando vivía en Polonia. Vivía en pueblo pequeño, en campo. No recuerdo. Mi madre me contaba, y mi abuela, pero yo recuerdo sólo nieve y mi padre que se fue y no volvió. Ya soy vieja, no recuerdo casi.

─ ¿Cuántos años tienes, Elzbieta?

─ Casi setenta… soy vieja –la mujer tiene los ojos llenos de nieve y padre.

─ Yo soy más viejo aún… mucho más viejo. Yo no me acuerdo de casi nada –termina la frase en un susurro tan leve que Elzbieta tarda en juntar los sonidos y comprenderlos.

─ Usted escribe recuerdos… –pero no es una afirmación sino una pregunta o quizá, simplemente, incredulidad.

─ Los invento, Elzbieta. Llevo años inventándolos. No hay una sola palabra de verdad en todo eso, ni una.

La anciana polaca sonríe. Los ojos se le iluminan.

─ ¿Todo es mentira? –pregunta sin dejar de sonreír.

─ Todo. Pero nadie puede saberlo… ¿puedo confiar en ti?

─ Sí, señor. Seré como tumba –responde ella, haciendo gesto de cerrarse la boca con una cremallera.

─ Cuéntame algo de tu guerra, lo que te contaron tu madre y tu abuela. Cuéntame, necesito alguna verdad, para variar…

Dos horas después la enfermera los encuentra todavía charlando.

─ A ver, abuelo, que toca asearse para comer. Elzbieta, avísanos cuando esté todo listo. ¿Se siente mejor? Déjeme que le ayude a levantarse.


El viejo se apoya en el brazo de la chica para levantarse. Ella le acaricia la mano y le sonríe.

─ ¿Ya escribió algo? –pregunta mientras empieza con la rutina de aseo diario.

─ No.

─ ¡Ay, viejito! ¿Por qué me quiere tan mal, con lo que yo lo cuido? Ande, vamos despacito al baño. Cuénteme, ¿qué habló con la rusa?

─ Es polaca.

─ ¡Ay, bueno! Qué más dará, si son todos igual. De sangre fría, como los lagartos. No como usted o yo, que tenemos sangre caliente.

─ Yo no.

─ Ah, pero si usted vivió en el Caribe, si que tiene sangre caliente, hombre. A ver, levante el brazo, que no puedo sacarle la camisa así – le quita la camisa y al hacerlo, le pellizca a propósito –. ¡Ay, perdone, fue sin querer! ¿Le hice daño?

─ No.

─ Abuelo, ¿me dejará leer sus memorias?

─ Tú no lees, te vas a aburrir.

─ ¡Ay, no! Con lo que yo le quiero, a mi viejito. No leo otras cosas, pero las suyas sí. Es lindo saber dónde vivió y qué hizo, saber de sus mujeres y sus negocios… tiene usted una vida muy interesante.

Ya aseado y con una camisa limpia, el viejo se queda mirando el ordenador portátil. Allí dentro descansan sus recuerdos indianos de cartón piedra, la novela en que ha convertido su vida. Nicole le observa.

─ ¿Le vino la inspiración justo a la hora de comer? ¿Quiere escribir un rato?

─ No. Quiero comer. Vete a casa, ya me ayudará Elzbieta a acostarme.

─ Hoy se levantó imposible, abuelo –ríe ella – . Ande, seguro que después de la siesta está mejor. Tenga un besito, ya verá como le alegra –y le besa en la mejilla. Él la aparta con el codo.

─ No seas pegajosa, no me gusta que me toquen.

─ ¡Ja, ja, ja! –ríe ella, demasiado – . Se está haciendo viejo de verdad, si no quiere que le toque una hembra. Mañana le voy a dar un masajito que le va a recordar lo que es un hombre, abuelito.

Sentado a la mesa de la cocina, el viejo mira como se mueve Elzbieta. Tiesa, elegante, seria, la mujer trabaja sin dejar de fijarse en si necesita algo. Le rellena el vaso de agua, le retira el plato en cuanto termina, le sirve de inmediato el segundo. Ni una palabra, ni un solo roce. Cada uno en lo suyo: él, comiendo, ella, sirviendo, los dos recordando pasados que nadie más conoce.

─ En tu guerra había malos y buenos, Elzbieta. Ahora todos lo saben, entonces no. Entonces había gente que estaba en el bando de los malos sin saberlo.

─ En todas guerras hay eso. En guerra nadie es bueno todo el tiempo.

─ ¿Y después? Todos creen que yo era de los buenos, que vivía lejos pero luchaba desde allí por los de aquí.

─ ¿También eso es mentira? –pregunta la mujer sentándose frente a él.

─ También. Ya te he dicho, todo es mentira, toda mi vida y todos mis recuerdos. Todas las medallas que me han dado deberían ser de otros; todo el éxito, todo. ¿Qué debería hacer?

─ No entiendo…

─ ¿Debería confesar, escribir ese último capítulo de mis memorias contando la verdad? ¿O debería dejar en paz al personaje, dejarle morir tranquilo? ¿A quién le importa lo que fue y lo que no?

─ A usted le importa.

─ Pero ¿a quién más? No queda nadie, Elzbieta. No tengo a nadie.

Desde la puerta, Nicole, que acaba de volver de la calle, interviene melosa mientras se guarda el teléfono móvil en el bolsillo:

─ Me tiene a mí, viejito.

─ ¡Lárgate! Te he dicho que Elzbieta me ayudaría. Vete ya.

─ ¡Ay, bueno, no se me ponga así! Se me olvidó una cosita en el cuarto… -se lanza escaleras arriba mientras Elzbieta le dedica una severa mirada de advertencia.

El viejo y la cocinera callan, parece una representación teatral que el director ha interrumpido durante unos segundos; los protagonistas quietos, callados, repasando mentalmente sus últimas palabras para no perder el hilo del diálogo. Ricardo se siente, aún más, un personaje que conoce muy bien su papel.

Por fin, Nicole vuelve a bajar. Elzbieta la ve meter algo en el bolso, seguramente el pen-drive en que copia las memorias del viejo. Al atravesar la cocina, Nicole le guiña un ojo a Elzbieta y le sonríe con absoluta maldad:

─ Adiós, rusa; adiós, mi viejito –y sale dando un portazo.

La cocinera se queda mirando a la puerta durante unos instantes.

─ No vuelve –dice.

─ Mejor –contesta el viejo-, estoy harto de ella: tanta sonrisa, tanta miel y tan poca sinceridad.

─ No vuelve y hace algo malo, seguro –insiste preocupada Elzebieta.

─ Es igual –durante unos instantes su mirada se pierde-. Voy a hacerlo, Elzbieta, voy a cerrar las memorias con la verdad. Para cuando se publiquen, ya estaré muerto… –y su sonrisa se llena de amargura y determinación.

* * * * * * * * *
Sentada en el plató de televisión, Nicole repasa mentalmente lo que va a decir. Aprieta con fuerza los papeles en que ha impreso las partes más jugosas de las memorias del viejo. Un técnico de sonido le coloca el micrófono y le advierte que lleve cuidado con las manos para no moverlo. La maquilladora le da un último retoque. Todos ocupan sus puestos, alguien avisa que están a punto de entrar en antena y el estómago de Nicole se encoge.

─ Tal como les hemos anunciado antes de la publicidad, esta noche vamos a desvelar los más oscuros secretos de un famoso escritor –la presentadora, chillona, escotada, vulgar, hace un gesto con la mano hacia Nicole, que ve como se enciende la luz que indica que está en pantalla.

Nicole sonríe triunfante.

─ Nicole Mendoza tiene en su poder un adelanto de lo que serán las memorias del recientemente fallecido Ricardo Díaz Mascaró –continua la presentadora-. Buenas noches, Nicole.

─ Buenas noches –contesta ella. Se siente como el día de su primera comunión, protagonista absoluta.

─ Dígame, ¿es cierto que Ricardo tiene un hijo ilegítimo en Cartagena de Indias?

Y el circo se pone en marcha.

* * * * * * * * *
Sentada frente al televisor, entre las manos un ejemplar de las memorias recién salido de imprenta, Elzbieta piensa en cuántos ejemplares se van a vender después de la jugada de Nicole. Piensa en el testamento de Ricardo, que le cede a ella todos los derechos y en el último capítulo, que desmiente todo lo que Ricardo dijo alguna vez sobre si mismo. Elzbieta mira a la Nicole de la pantalla y sonríe.





Mayte Sánchez Sempere-Madrid- España
   









 ¡El HADO!




¡Hado que en tu infinita presencia
tejes maldades y virtudes
jugando con los humanos!
¿Acaso vuestro sino es dar
 y arrebatar…
sin tan siquiera insinuar
si estamos listos a renunciar?
¿Es ese nuestro castigo
por el intento de amar?

Y así,
nos permitís acceder al amor
glotones, ansiosos de caricias,
ardores y  pasiones…
creyendo sentir  su llegada
salir, de nuestro  yo profundo
en un dichoso instante…

Y así,
en tal dulce estado de locura,
vemos en la amada su esencia pura,
de su rostro la armonía,
el equilibrio perfecto en su figura…
la belleza de un perfecto amanecer
en su mirada…
 y su energía, como 
catarata rompedora
 y eterna modeladora del instante.

 Y así,
 es sueño ilusionado, corto o largo
dependiendo del capricho del Hado.

Y así,
sufriendo por el perdido amor,
motor de vida,
y una vez curado del dolor
por lo que nos fue arrebatado…
de nuevo, Él,
sin preguntar, sin ser llamado
te engaña, prometiéndote ser más feliz
cuanto más enamorado




Rafael Serrano Ruiz- Madrid- España










                             Lista de Autores Noviembre


Autor
número
titulo
Antonio Monzonís Guillén
36- 1
“Belle Epoque” y Casanova
Amalia Rodríguez Pérez
36-2
En la soledad
Ana Romano
36-3
Capitulación
Andrea Matar
36-4
Psicología de los objetos
Beatriz Ojeda
36-5
Vete
Belkis Larcher de Tejada
36-6
XII De sombras y de luz
Charo Bustos Cruz
36-7
En los suspiros del Aire
Carlos Alberto Giménez
36-8
Otoño de amor
Carmen Guzmán Cedeño
36-9
Acaso
Conchita Hernández
36-10
Aquella noche
Diego Santiago Cazzaniaga
36-11
De catacumba
Ezequiel Feito
36-12
Al sol
Fernando Adrián Zapata
36-13
Al alba de otro amor en que dos pájaros…
Gioconda Esther imperator
36-14
Quien fuera estrella
Héctor Berenguer
36-15
El ilusionista
Hilda González
36-16
Por vos arroyito
Jorge Amado Serrano
36-17
No podrás olvidarte de mi
Jorge . A. D´Agata
36-18
El oro de las sierras
José Rodolfo Espasa Muñoz
36-19
Cuando por las noches me inclino
Justo Aldú
36-20
Ala flor de los cerezos
M José Acuña Belaustegui
36-21
Como nadie te recuerda
Mari Orquídea Blanca
36-22
Me visitó la tristeza
Marian Martín Humanes
36-23
Poesía
Monserrat Pardo
36-24
Libertad
Nieves Merino Guerra
36-25
Lágrimas de amor y de añoranza
Pastora Herdugo
36-26
Hoy mi alma se anega de tristeza y brumas
Pilar Serrano
36-27
Una boda muy peculiar
Silvia López
36-28
Amarte
Mayte Sánchez Sempere
35-29
¿Cómo te sientes hoy abuelo?
Rafael Serrano Ruiz
36-30
El hado















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