lunes, 2 de julio de 2012

Revista N.º 20 - ESPACIO DEL POETA



         Revista  N.º 20 -  ESPACIO DEL POETA
                              REVISTA LITERARIA DE HABLA HISPANA
                                                                                    Julio 2012


  


                                                                                  ALBI








ALGUN  VERANO




Tesoro escondido en el oasis del alma,
salitre encallado en mi piel que te llama.
Fantasma sediento en busca de su habita,
sonora sonrisa, caricia del alba.

Refugio de sueños, paridos en la arena,
capullos de soles florecidos en la gleba,

se tornan de fuego, los pensamientos mundanos,
y en viento pampero recorres ,recorres mis llanos.

Abraza ha mi encanto, mi fuego te clama,

suspiras sulfuros enardecidos en llamas,
emerges en lava cuando tu volcán estalla,
de cenizas me cubres, soy parte de tu cama.

Quizás una tarde de algún perdido verano,
a la sombra de mis besos te quedes enamorado,

guarnecido y apropiado entre la flora mía,

me juraras por siempre amor, hasta el fin de nuestros días.



© JORGE AMADO SERRANO- SUARDI–  SANTA FE– ARGENTINA 















           
Puñetazo

La marca
desmembró la tersura blanquecina
Ahondó
el tajo
El rosado
de rojo se empapó
Frente a la oreja

la curvatura
El hilo envidioso
bordó la costura
Soñó con su cara
Sin ataduras
el recuerdo
Es con el destino
que jugó.



© ANA ROMANO- Buenos Aires- Argentina














      FANTASIA


                                                                             a Rubén Darío
                                                                        el poeta que me inspiró
                                                                        esta alegre poesía.

                 




                                                      Son tus ojos dos diamantes,
son tus labios dos rubís,
son tus mejillas fragantes
hechas de flores de lís

Hermosísima mujer
deslizábase en mis brazos,
para una rosa coger
y deshacerla en pedazos.

Nenúfares de flor blanca
abierta acuática planta,
dulce doncella, dolida
ninfa, dormida crisálida.

Vives en mi fantasía,
y en brebaje malvasía,
embriagarme es mi deseo
de esta mujer que yo quiero.

Ofelia con su locura
amada de Hamlet sólo,
Casandra amada de Apolo
rechazado sin ternura.

Desdémona alma de Otelo
enloquecido por celos
¿O fue Helena de Troya
qué por Paris fue raptada?

¿Qué mujer mis sueños llena
cual luciérnaga dormida,
que mi alma dolorida
es la causa de mi pena?

Venid diosas del Olimpo,
acudid presto a saciarme
que conjurar ya no puedo

y en mi largo despertar,
después de una noche amar,
en vez de hablar, balbuceo
y en el sillón verde espero.




© Antonio Monzonís Guillen-Valencia- España
















Contagioso.








El horizonte está roto: con el poco hambre
que suponen unos céntimos
de cordura, masticamos las prisas
arruinando el bolsillo
en empastes de ambición.

Nos hemos cansado de mirar el rostro del confeso
y agotamos la memoria en etapas escalonadas,
que no ascienden ni tienen fin.

Y ya que no hay ni pa´pipas,
qué viva la decadencia y el estrago
de los indignados…
Total, algo hay que padecer.





© Begoña M. Bermejo-Guadalajara España











El regreso del cazador



Krá, la luna, le ofreció
un hilo de rocío
para izar sin pudores
su chonhkoli de cururo
y obsequiar las lineas
pintadas en las curvas
de su cuerpo territorio.

A veces tentaba
a su hembra naturaleza
la mujer…
quería adornar su pelo
con flores silvestres
o enrojecer los labios
de chaura maduro…
aunque tal vez
al llegar el tiempo
del regreso,
el bravo cazador
abandone su arco
y la tome…
sin preámbulos.

Allí, su piel ofrecía
el aroma rancio
del cuero reciente
de un guanaco macho
que el hombre al llegar
le había tirado encima
privado de cortesía.

Cuando la fogata
serpenteaba sombras
algún calafate
se asomaba
por las hendijas
de sus ojos
y Temaulkel paría
en la dureza
de sus manos
trémulas caricias
que invernaban
de hacía tiempo
en su dote sin precio.

La mujer shelknam
gritaba a los montes
que sus manos de tierra
encallaban caricias
para la espalda engrasada
del patriarca sin palabras,
en la cuenca de su vientre
estallaba la vida
sostenida en un suspiro,
y se sabía mujer,
sofocando el penúltimo grito,
celebrando su propio hain
en el siempre,
en la plenitud
en la muda celebración
del regreso de su cazador.

© Carlos Alberto Giménez-Ushuaia-Tierra de Fuego- Argentina





Que tristeza de gesto




Qué tristeza infinita vivir pendiente de un gesto.
Acechar el llanto en la sombra,
enmudecer gritando silencios.

Y en la carne...el frío de lo interno
Y en el corazón...la duda, el miedo."







            © Charo Bustos cruz-Sevilla-España













El hombre de negro


De regreso de la barbería, aprovecho para caminar, son las 13:00 horas de un día domingo, subo y bajo una pasarela, hago ejercicio también no crean que no, los buses y el humo y las personas abordándolos. Ah transporte público nacional, mientras pasan unos lustradores ofreciendo sus servicios, una venta de llantas, un pinchazo, una farmacia, un centro de entrenamiento de artes marciales, una iglesia -y que hay en cada esquina, ya parecen tiendas de barrio- (católicos y protestantes han gobernado y cogobernado y dividido más al país, ¡cómo si de religiones se tratara!). Una ferretería, la calle y el asfalto parchado, el humo de las camionetas, esto ya lo dije, un nuevo supermercado y sus entradas aún no están habilitadas para uso peatonal sólo para carros y que al final sin necesidad de conocer los planos quedará así: solamente ingreso cómodo para carros; mientras los transeúntes buscan ofertas o donde distraerse y alejarse de la rutina que carcome y conocer el lugar ante la escasez de espacios públicos de recreación, deportes y cultura y la maldita inseguridad nacional y enfrente otro centro comercial que cierra el paso peatonal apoyado por la bien ponderada y bendita publicidad que nos persigue por todos los lugares posibles.
Bueno, dije que es día domingo y veo rostros de seres humanos que ante el abandono de la democracia electorera, convierte a las personas cuya esperanza se ha ido en un hijo migrante, decía, en mendigos o delincuentes, mientras enero, febrero, marzo y el resto de los meses vendrá a saber con qué cosas.
La sombra que el sol proyectó fue de una persona cuya mano derecha extendía pidiendo limosna y en la izquierda llevaba su herramienta de trabajo, una caja de lustre, era un limpiabotas como les dicen en otros países.
Lo vi venir como también a otras cuatro personas que caminaban delante de mí, haciendo diz que ejercicio, como lo evidenciaba la hija adolescente cuya falda color celeste y blusa de igual color con un gran escote en la espalda y su caminar coqueto, moviendo el culo, acompañado por seguro era su señora madre con pants deportivo azul, blusa corinta y visera azul y tenis blancos, detrás de su hija que llamaba la atención de los hombres.
Más allá, pero sin dejar de cuidarlas, el papá y el hermano mayor de la muchacha que se movía pura moto en desfile, sólo que sin bocina, ellos con ropa casual azul y blanco y con sus anteojos contra el sol, lo vieron, miraron, antes que yo y el papá le indica al hijo que le dé una moneda, mientras hurgaba en lo que fue, hacía mucho tiempo, una tenería que sacaba unos olores de tragante y que se quedó en terreno baldío.

Lo había visto en otras ocasiones, sólo que en el Centro Histórico llegar al momento que almorzaba donde doña Orfa, señora que tiene una voz de lora aguda cuando dice: “¡ya tenía días de no venir!, pues claro, dicen con la mirada, ya le conocemos el sabor a lo que cocina, me está engañando como si buscando mujer estuvieran los comensales, luego de hacer cola y cancelar y buscar asiento ante la mayoría de personas empleados públicos y privados y que con sus voces, risas, y a veces gritos, se comunicaban unos a otros, como si estuvieran en una discoteca o estadio o bar o esos conciertos de absurda espera.
Vestía pantalón esta vez de color negro, playera del mismo color, caja de lustre color negro y zapatos seguro número 42 ó 10 medida extranjera o más, y sus rasgos no evidenciaban etnia indígena, sino incluso apariencia de ser extranjero por su estatura y porte, pidiendo, solicitando una limosna por favor.
Recordar puede ser y es en nuestras sociedades un castigo maligno, por la impunidad legalizada que existe como si fuera asaltante, por eso vi hacia el otro de la calle y los árboles llenos de humo, sobrevivientes naturales, un salón de belleza, una clínica dental de un excuate bromista y que fingía que jugaba basquetball sólo porque rebotaba la pelota y me daba jalón al campo donde cada domingo nos reuníamos con otros amigos y por cierto ya no veo desde hace mucho tiempo y sigo caminando, antes del final de la calle un predio de carros y sus rótulos y sus precios de ganga para el que tiene o se endeuda, luego un semáforo detiene a los vehículos y sus marcas y mirar hacia todos lados posibles por si no sale un bendito piloto de moto, bicicleta o camionetero violando el orden y peligrar uno y dudar si sigo en línea recta para acortar el camino o cruzo a la izquierda y entrar en una zona que fue también exclusiva para clase alta donde hubo sitios arqueológicos y los que no pudieron tapar las constructoras los cuidan dicen, pero solo con verlos se da uno cuenta la mentira que es, pero no, sigo de frente, claro sin marchar, sino caminando sin prisa pero sin pausas y disfrutar, tengo derecho de hacer ejercicio y lucir mis zapatos tenis que me regalaron hace dos años y pantaloneta típica que me gusta ponerme como cuando hacía baloncesto y ver un colegio tipo garaje de esos que abundan sin ser supervisados por nadie y otros que los esquivo con la vista y que cada año anuncian cosas que seguro no cumplen, luego una venta de pupusas salvadoreñas y sus viernes y sábado del recuerdo donde hombres y mujeres asisten a gritar y llorar y reír y bailar y gozar mientras recuerdan que alguna vez, fueron más jóvenes que hoy y que se reúnen aunque sea para contarse sobre las dietas que se inventan para adelgazar y poder mover la cintura cuando bailan y gritar Azúcar de la difunta Celia Cruz y esconder su panza ecológica con el pajarito escondido.
Adelante un choque, menos mal que no sufren daños físicos los vendedores de cohetillos instalados casi en las calles y un anuncio publicitario dañado y la bendita policía municipal y la nacional, esta vez sí están presentes, y una niña es abrazada por su hermana mayor, mientras un papá se lleva a sus hijos en su moto y la esposa-vendedora recoge su venta, dando gracias a Dios que no le pasó nada y dudando si el próximo año se coloca en el mismo lugar, aunque no pague derecho de lugar porque la vida hay que ganársela cotidianamente y si no el gasto apenas seguirá alcanzando en este país de la eterna primavera, osan decir los que tienen derecho por herencia colonial a viajar y vacacionar en playas extranjeras, mientras el piloto que chocó espera a no sé quién y sigo caminando, ni modo que me voy a quedar como guanaco a ver.
De lejos parecía el caballero de la triste figura y de cerca el hombre de los dientes llenos de caries y sonrisa de película de terror, que más bien hacía alejar la mano de la conciencia y decirle no tengo dinero ni nada que darte, apenas pude pagar mi almuerzo, claro, mentalmente, porque si no qué dirían los otros pisados que tampoco le dieron nada.
Marco un número y llamar ya no recuerdo a quién y no contesta, dejo mensaje, mientras se acerca este hombre larguirucho, flaco, de caminar rápido, casi saltando como atleta olímpico y mi conciencia en un acto surrealista le dicta a mi mano y saco una paloma, moneda conmemorativa, aunque el quetzal es la moneda nacional, y se la entrego y me sorprendo cuando me dice: feliz año nuevo, en un tono tierno, melancólico pero, claro, esperanzador y que mis dedos sienten al momento de terminar de escribir y pensar si tendré trabajo este año, mientras seguro él sigue caminando hacia otra calle hacia otros transeúntes, sólo que ahora con la caja de lustre en la mano derecha y extendido el brazo izquierdo.



© Daniel Alarcón Osorio-Guatemala













El viejo y su perro



Como todos los martes subo al colectivo que me lleva a la casa de mi hija en el barrio de Parquefield. Siempre tomo el de las 10,30 en la parada de Bs As y San Luis. Lo conduce un tal Juan. Por lo menos así lo nombran algunos pasajeros. Recorre con urgencia las calles de mi Rosario, siempre anda apurado, los tiempos que le imponen cumplir lo sobrepasan, entonces, acelera.

El recorrido es largo, casi cuarenta y cinco minutos de marcha intensa, cuarenta y cinco minutos para observar con atención cada detalle de mi ciudad, sus balcones delatando la personalidad de sus habitantes, las cúpulas donde el arte estalla, el trajinar de la gente. Miro, huelo y tejo historias. Así me entretengo.
           
En estos últimos años, la ciudad se eleva orgullosa, alta y arrogante. Proliferan las grandes torres circundando al soberbio Paraná. Las palabras de Borges vienen a mi recuerdo:

“Que no daría yo por la memoria
de una calle de tierra con tapias bajas
de un jinete llenando el alba
(largo y raído el poncho)
en uno de los días de llanura.”
          
 En mi ciudad ya no hay llanuras, fueron soterradas por bloques densos de cemento y mármol. Sé que no se puede detener el crecimiento, sin embargo añoro al Rosario chato, de veredas hospitalarias, calles empedradas, viajes en tranvías bamboleantes, arrullada por el ronroneo de las ruedas metálicas jadeando sobre las vías aceradas. Me es muy fácil perderme en imágenes de ese tiempo, ellas radicalmente, hacen que olvide a los pasajeros efímeros de esa caja de Pandora en la que se ha convertido el colectivo. De ese vehículo convertido en el escenario de los hombres de la calle, que cantando canciones desentonadas, o tocando en guitarras suplicantes, ansían atesorar el mendrugo diario, apenas migajas para mitigar el hambre de los suyos. Han encontrado un trabajo, venden sus servicios y el público se los agradece, cada uno a su manera. Recuerdo al payaso Paco, hace mucho que no lo veo, él sí sabe arrancar sonrisas, alivianar dolores y acompañar con su magia cándida. Es un buen payaso, porque ilumina bocas de caras opacadas por el dolor, el desgano, la carencia. Yo lo aprecio, a mi me sitúa siempre en algún rincón de mi infancia, donde mi carcajada era fácil. ¿Cuánto tiempo hace que no me río a carcajadas? ¿Cuánto hace que no trepidan, desinhibidas y gratificantes?

Al conductor se lo nota nervioso y apurado, mira a cada rato su reloj, el tiempo lo apremia, entonces transforma al colectivo en una bestia indómita, desbocada. Se convierte en Don Quijote, con su lanza guerrera, “el colectivo”, batallando contra los molinos de viento, “los semáforos”. Él necesita que estén verdes, cuando ellos están irremediablemente rojos. Sabe que no puede conmutarles el color, sin embargo arremete, zigzaguea, elude con imprudencia, en un macabro juego, en el cual nos involucra sin escrúpulos.

De pronto una frenada brusca, hasta esperada. Cada uno queda con su cuerpo desubicado del asiento, el cantor de turno rueda por el piso. Miramos absortos y sorprendidos, como un viejo enclenque y su perro descarnado, casi quedan incrustados en la trompa del colectivo. El anciano inmutable observa sereno el parabrisas y al conductor, su mirada vacía, el perro, a su lado, como ensamblado a él. El viejo no gira, para retroceder hacia la vereda, se desliza arrastrándose para atrás, con pies cansados, con dedos de uñas gorrinas, asomando por un agujero de sus zapatillas rotas. Mi corazón galopa descompasado, no puedo contener la indignación, con voz irritada increpo al conductor: ¡casi los mata!, usted parece estar manejando un arma, no un colectivo. ¡Menos mal que pudo frenar!

Se dio vuelta, buscó mi cara entre los pasajeros, el atisbo de una sonrisa mordiente me cubrió. Lo miré, el atisbo de una sonrisa desafiante lo envolvió. Entonces, con una fusión de cinismo e ironía, lacrados en su rostro malhumorado, bramó: “No frené por el viejo, sólo lo hice por el perro.”



© Ada Gil-Rosario-Argentina












Cuando el sol multiplique...



CUANDO el sol multiplique la luz de aquellas flores,
reflejará también su aureola en tus inmóviles ojos.

Mientras que absorto miro las labores de la araña,

empeñada en ceñir, con su hilo invisible al universo.

Y ahora, por los bosques del cerezo,
buscamos como pájaros ebrios al pabellón de la ternura.

No olvides, que cuando tus labios se cerraron a mis besos,

mi boca quedó revuelta, como una deshecha colmena.

Compañera, viajemos por el mundo y sus escalas:

Chipre, rodeada de un blanco y fúlgido cúmulo de espumas.
Irak, recónditas ruinas y estatuas, ocultas en la arena.

Subamos al tren de las nubes en Tacuara o Polvorilla,

y toquemos al cielo azul con nuestras manos;

hasta detenernos, en la frontera salvaje de un beso errante.




© José Rodolfo Espasa Muñoz-Benidorm-Alicante-España










POESIA

Tú eres lo que tuve, y aún perdura,
salvadora
de tu mano sequé mis lágrimas,
subí a la grácil luna
con halos rumorosos de cánticos sagrados

En la melancolía de un mundo desgarrado,
tus pájaros inquietos,
tus alas de ángel bueno,
mi corazón elevó altivo
a torres de marfil, a estrellas de corales.

Más allá de relámpagos y truenos,
de hastío, de odios, y de muertes,
tu ardiente compañía, heroica, bienhechora,
en remansos de júbilo y aire puro
dejé caerme feliz, firme, segura.

Por ti fui brisa, aroma,
abrazo fraternal, vocablo bello,
no me abandones.
Quedaré indefensa . . .herida
Si se me ocurriera morir
Tú volarás a mi encuentro.
Y volveré a ser, por ti.

© Irma Sambuelli-Rosario-Santa Fe- Argentina










CANTO DE SIRENAS





En el lejano horizonte de la mar embravecida,
diviso desde la playa un gran barco a la deriva;
las olas bajan y suben, se estrellan contra las rocas.
                    Ruge el viento, llora el cielo, y mi alma se lamenta de no estar contigo a solas.
                        Dos gaviotas se refugian, esperando que la tarde sea un poco más amena;
al fondo de entre la niebla, oigo un canto de sirenas.
Desde una gran caracola se escucha bien el lamento;
a dúo con notas tristes en mi corazón las siento.
Lloran a esos marineros, los amores de su vida,
temen que no llegue a puerto el gran barco a la deriva.
Sienten más que los humanos un amor tan fiel e intenso,
y son tan correspondidas, que sólo piden al cielo:
“Vuelve marinero mío, vuelve a tierra, deja el mar,
eso me asegura y siento, que de nuevo en ese barco nunca me vas a dejar”.





© Marga Utiel -Badajoz- España












Joven contemplando el cielo por la ventana

 


Apoyada en el marco de tibia madera,
anhelantes sus ojos, su corazón se escapa
tras la suave canción que un ángel eleva
hacia el piélago ansioso de la eternidad sacra.

Su corazón lo oye, y es uno de tantos
que escuchan la dulce pasión de las cuerdas,
en la noche sombría que parece que llama.
Su pecho se ablanda, en su alma una queja
rebelde se apaga.

El cuerpo inocente, en su lucha callada
recibe al instante la bondad de los siglos
y toda la eternidad en una sola mirada.




            © Ezequiel Feito-Buenos Aires-Argentina






           



                                      CUANDO  LA  VI  VACIA



Sé que dejaba en ella  retazos de emociones.
Muchas horas vividas.
Cuando la vi vacía,
 caminé despacio como una despedida.
Quedaban escondidas mis risas y tus risas
                                                   aquellos sueños nuestros unidos día a día
entre aquellas paredes que siempre fueron mías.
El amor que nos dimos
guardados en rincones de mi casa vacía.
Y cerrando los ojos se abrieron los recuerdos,
envueltos en miradas cubiertas por la vida,
en cofres con secretos que ya nadie abriría.
Los juegos con los niños cuando apenas corrían.
Las voces que no tengo… tantas cosas queridas.
                                                                  que nunca olvidaría.
Y me fui lentamente de la casa vacía,
   dejando que unos ángeles cuidaran los momentos         


            © Susana Hayes –City Bell-Buenos Aires- Argentina                                                                                              





           







Un relato de ciencia ficción

Lo vio cuando estaba tomándose un café; era uno de esos días insoportables, de un calor agobiante, un sábado aburrido como ningún otro, sin tener con quien hablar, con quien salir; lo miró disimuladamente sin que él lo advirtiera; era un tipo fascinante, de una belleza masculina que solo se pueden encontrar en las revistas, en el cine, en las fantasías de una mujer menos en la vida real; unos ojos tan grandes y oscuros que provocaba ahogarse en ellos; su barbilla cuadrada, su perfil griego, sus brazos musculosos. 

Era Apolo en persona. No podía dejar de mirarlo, hipnotizada, hechizada, hasta que sorpresivamente el encontró su mirada. Seguidamente volteó el rostro tratando de esquivarlo, pero era tarde, él lo había advertido y sonrió divertidamente. Marian continuó bebiendo de a pequeños sorbos su café, nerviosa, deseando correr hacia la puerta; al levantar la vista, observó que él venía directo hacia su mesa. Demasiado tarde. Ya estaba allí presentándose, tendiéndole su mano, se sentó a su lado, de repente entendieron que no había mucho de qué hablar, ambos  mirándose desearon lo mismo, se dijeron con los ojos lo mucho que se deseaban, sus miradas se desnudaban, se absorbían, se comían, ambos sabían que necesitaban estar en un solo lugar para decirse sin palabras lo que sentían; de allí salieron juntos, apurados,  a cualquier motel que los cobijara; era loco el asunto pensaba Marian, quería sentirlo, entregarse a él, acariciarse, devorarse... 

Era lo único que tejía  en su mente, un deseo incontrolable, voraz, y de él respiraba el mismo deseo, sus manos lo confirmaban, la apretaban, querían meterse debajo de su ropa,  la misma lujuria los estaba dominando. El tiempo se hacía interminable para caer en esa cama. Después de todo no era tan anormal esa situación, antes había hecho el amor con algunos de sus amigos, solo que este hombre “salido de la nada” despertaba en ella algo insaciable,  lo que ningún otro había logrado. Tenía unas ganas locas de follar.  Del futuro no tenía idea, ¿a quién le importaba eso ahora? Quería llegar a esa habitación y poder apagar esa sed que secaba su cuerpo...

Cerraron la puerta para quedarse aislados del mundo, de la gente, del ruido, de la realidad... él comenzó a desnudarla, a meter sus manos dentro de sus pantys, ella desprendía su bragueta; en milésimas de segundo estaban en la cama sin deshacer, haciéndose el amor, gozando de su piel, de sus sentidos, besándose, lamiéndose, mordiéndose...   la excitación crecía, su lengua acariciaba sus labios vaginales, arrancándole orgasmos pequeños después intensos;  con el sudor de sus cuerpos se unían aún más; el éxtasis total, el placer indefinible, su ardiente apolo lamía sus pezones con suavidad, con ardor, los mordía hasta hacerla gritar; lamía su vientre, volvía a pasar su lengua por su vagina voluptuosamente, la llevaba al límite del placer y todavía más, no podía dominar su mente, ni sus sentidos, cuando la penetró el techo daba vueltas, era un orgasmo exquisito, doloroso, que atravesaba su ser, sus entrañas, le pedía que no terminara, que continuara, que siguieran así como estaban contoneándose lascivamente, era una lucha por darse placer; no era amor aquello, era una lujuria total, incontrolable y extraña a la vez... era el cielo y el infierno...

Cuando abrió los ojos no se acordaba de nada,  se vio desnuda, perdida entre las sábanas húmedas, que tenían olor a sudor, a sexo ¿estaba viviendo un sueño o una realidad? Un vago recuerdo llegó a su memoria, sí, ahora lo recordaba, había estado allí con ese hombre, tan apuesto, ¿qué locura la llevó a terminar con ese desconocido en ese motel? ¿tan loca estaba? Y del fulano no había ni rastros, desapareció en la nada de donde vino... ¿Cómo se llamaba? Sergio, Pablo, Pedro .... qué importancia tenía, no recordaba ni cuando se había quedado dormida, ni lo que habían hablado; -sí seguro que fue un sueño- intentó converse a sí misma. – Un sueño loco, lascivo, peligroso- Quiso correr de allí súbitamente, volver a su apartamento, ducharse, arrancar de su piel ese “sueño” que todavía la acariciaba... que todavía le arrancaba deseos de más... Quizá no volvería a verlo, no supo si lamentarlo o darle gracias al Cielo.

Hacía un mes y medio que no le llegaba la regla, Marian no quería pensar en eso, seguramente sería un retraso, un simple retraso, algunas veces le había pasado.  Pero algo la inquietaba, ¿y si lo fuera? ¿qué haría? ¿cómo lo afrontaría?; es verdad que no tenía padres, pero tenía amigas, conocidos, su trabajo; el aborto era una opción... Primero debería estar seguro, cruzó a la farmacia que estaba a dos cuadras y pidió la prueba de embarazo.

Le temblaban las manos, rezaba porque fuera negativo, porque todo volviera a su normalidad, se encerró en el baño como si alguien la persiguiera y procedió a hacerse la prueba. Regresó a la cocina inmediatamente para esperar a que saliera el resultado, se preparó un café, se refregaba las manos, apretaba su vientre, se mordía los labios, que saliera negativo, y sino qué? Al rato entró a ver que color marcaba el aparatito, si rojo o azul... tragó su saliva como si hubiera tragado veneno, era positivo... maldición... maldición... esto no podía estar pasando, un ser en su vientre, un ser concebido en una noche de locura, de éxtasis, con un perfecto desconocido, impresionantemente bello, pero un perfecto desconocido... No tenía otra opción, pediría cita con el doctor al día siguiente, y que fuera lo que Dios quisiera. Desechó el aborto, en el fondo de su alma sentía una ilusión, una nueva vida empezaría a crecer dentro de ella, un hermoso bebé, quizá sería parecido a ese extraño que la penetró, que la poseyó, porque más que hacerle el amor, la poseyó como un animal sediento de su cuerpo, de su piel, de su sangre... ese bebé sería el recuerdo de esa locura de una noche extraña.

-Sí Marian, efectivamente, estás esperando un bebé. Te felicito. A partir de ahora tu vida cambiará, deberás alimentarte bien y cuidarte para que tu niño crezca fuerte y sano. Ya puedes darle la noticia a tu esposo y a tu familia.

La nueva madre le explicó que sería madre soltera; salió del consultorio, entre alegre e inquieta; a partir de ahora no sería la misma, tenía un motivo para salir adelante, muchos sueños comenzaron a anidarse en su loca cabeza. Su primer impulso fue pasar por una tienda de bebés para comprar una ropita y algún juguetito.

Y pasaron un poco más de cuatro meses, su barriga no había crecido demasiado; su embarazo no lo estaba llevando bien, según las experiencias que le contaban sus amigas madres, con el de ella no tenía mucho en común. No tenía náuseas, ni calambres, ni antojos; una noche sintió como si le clavaran dentro mil cuchillos, era un dolor inexplicable, que la hizo retorcerse de dolor, se paró como pudo y llamó al médico pero no estaba en ese momento. Después no lo volvió a sentir, no se lo contó a nadie, quizá no todos los embarazos eran iguales. Quería ver ya a su bebé, quería que terminara el tiempo del embarazo, tenerlo con ella y amamantarlo. En todas las consultas que había  ido a su médico, el ginecólogo le preguntaba si se alimentaba bien, si no tomaba alcohol o drogas, si seguía los cuidados que él le había ordenado. 

-Vamos a hacerte una ecografía para ver cómo está tu bebé. Porque ya deberías haber aumentado de peso, más bien te veo más delgada, tu vientre debería estar un poquito más abultado .

Marian se acostó en la camilla mientras el médico la preparó para auscultar su vientre. En la pantalla se observaba movimiento, se sentían los latidos.

-Allí está tu primogénito. Parece muy intranquilo. Se mueve mucho, es raro. Su corazón late muy aprisa. Extraño...

-¿Está todo bien doctor? – quiso saber Marian

-Si está bien creo, solo que quisiera hacer más pruebas, para estar seguro. El doctor no quiso preocuparla más; algo no marchaba bien en esa pantalla, el feto se movía como si quisiera salir de allí.... – Vuelve en dos semanas para hacerte otros exámenes 

Había pasado una semana desde que fue al consultorio; una noche mientras se preparaba una ensalada, sintió repentinamente ese “dolor” horrible, ése dolor que quería “comerla” por dentro, que la partía en dos, vio que salía un líquido acuoso corría por sus piernas, un líquido verduzco...maloliente; no puede ser... ¿será que lo perderé? Pero su vientre también se movía, el bebé pateaba, sentía que quería atravesarla, salir de adentro como fuera e incluso le pareció ver uno de sus piecitos dibujarse en su piel...  Llamó al doctor Montt gritando, llorando, sin poder controlar esa tortura que mordía sus entrañas.

-Trata de llegar como puedas a la clínica, estaré allá en unos segundos para revisarte-

–Doctor creo que el niño quiere nacer-

 -¡Marian por Dios, nada de eso, posiblemente sea una amenaza de aborto, ven enseguida!-

El taxi la dejó a la entrada de la clínica; la estaban esperando unas enfermeras con la camilla, la acostaron, mientras que el doctor Montt estaba preparando en el quirófano por si todo terminara en el aborto. Ya sabía él que había algo anormal allí, no era un embarazo común.  Pobre chica, tantas ilusiones que se había hecho, pero más adelante tendría oportunidad de concebir, cuando superara su depresión. Nunca pudo arrancarle el nombre del padre de su criatura. Lo hubiera necesitado ahora, y él hubiera querido también hablar con él, para poder tener indicios de los genes de ese ser que iba a vivir o a morir.

La trajeron mientras la chica se retorcía como una fiera, sus movimientos eran serpenteantes; gritaba desesperadamente pidiendo auxilio; examinó su vientre, ¿le pareció estar loco o la piel se movía? Como si quisiera salir hacia afuera el abdomen aumentaba de tamaño, arrancando a Marian gritos espeluznantes .

-¡¡¡Doctor ayúdeme por favooor!!! No  lo soporto,  ¡¡¡me está matando!!!  ¡¡¡sáquemelooo!!!  ¡¡¡por favooor ayúdemeeee!!! –

-¡Preparen todo, vamos a practicar el aborto! - - Lo siento Marian, pero eres tú o ese bebé, lo siento, tengo que sacártelo-

Abrió las piernas de su paciente, para iniciar lo inevitable, pero repentinamente al mismo tiempo Marian comenzó a pujar de una forma incontrolable, inconsciente.

-¡¡¡Que estás haciendo, quédate quieta!!!! , ¡¡¡no te muevas, no pujes!!!

-¡¡Doctor no soy yo, el bebé quiere salir de mí!!!!  ¡¡¡Aaaayyyyy!!! ¡¡¡Ayúdenmeee!!!!

-¡¡¡Es imposible, ¿que dices? ¡¡¡no hay ningún bebé que nazca a los cuatro meses!!!

Pero Marian continuaba pujando, esa criatura o lo que tuviera allí dentro, quería salir a la luz sin ayuda de nadie. La madre continuaba gritando como si la estuvieran apuñalando, tuvieron que amarrarla con unas correas para que no se arañara, ni se arrancara el pelo,  su cuerpo se movía como una serpiente. De repente de su vagina abierta algo comenzó a asomarse...

Despertó después de muchas horas en su habitación, con la misma sensación que tuvo cuando se despertó aquella vez en el motel, aquella noche cuando su extraño le hizo el amor, sintió que un placer infinito y delicioso penetraba su cuerpo; ahora al despertar, recordó como si todo el suplicio de este mundo hubiera despedazado sus entrañas, sus órganos; se sentía débil, sin fuerzas, agotada, se preguntaba que habría pasado, ¿lo habría perdido? Palpó su abdomen, ya no sentía nada, pero un tormento más fuerte que el de su embarazo creció en su alma, ¿habría sobrevivido?  no quería perderlo, era lo único que le importaba en esta vida.

A las pocas horas entró el Dr. Montt.

-¿Cómo te encuentras Marian? ¿No sientes dolores?, esperaremos un poco para que puedas tomar algo. Tienes que descansar ahora, necesitas mucho descanso. Le diré a la enfermera para que te aplique otro sedante.

-Doctor, ¿qué pasó? ¿Perdí al bebé? Por favor dígame, no recuerdo nada.

Por los ojos del galeno se cruzó una sombra que Marian advirtió. Algo no estaba bien.

-Hija mía es mejor que olvides todo esto... Piensa en tu recuperación para que puedas volver a casa.

-Doctor, ¿qué sucede? No me oculte nada. Creo que no está siendo sincero.

-Ya hablaremos Marian, cuando estés mejor, te lo prometo.

- No, nada de eso; quiero hablar ahora, ¿que pasó con mi niño?

- Es muy difícil explicarte, el niño nació pero...

-¡Quiero verlo! Por favor doc, quiero verlo!!! Lléveme donde está. ¡Mi niño, mi niño!

- Creo que no deberías hacerlo, créeme mujer, no lo entenderías.

- Se lo estoy  pidiendo, se lo ruego, se lo ordeno. –Marian sintió que se descontrolaba-   ¡Quiero ver a mi hijo!

- Como tú quieras, pero quiero advertirte que correrán de tu responsabilidad las consecuencias de lo que veas.

Marian sin hacerle caso, se levantó lentamente, agarrándose aún el dolorido vientre,  apoyándose del médico, que la llevó a un cuarto que no era la sala de recién nacidos; seguidamente escuchó un  fuerte sonido, que no era llanto, pero si solo tiene cuatro meses, ¿ qué sonido puede producir?; ¿qué tamaño tendría?, de repente el miedo la paralizó. ¿Qué había parido? En el cuarto, dentro de una cuna envuelto en una cobija de algodón algo se movía inquietamente; la joven no se atrevió a avanzar, miró al médico y volvió a mirar la cuna. Al acercarse, fue destapando cuidadosamente la manta y al mirar lo que había dentro lanzó un grito, un aullido inhumano que llenó todo la habitación, todo el edificio.

-¡¡¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!! ¡¡¡¡Noooooooooooooooooooooooooo!!!!

Dentro de la manta se movía el ser más horroroso, inhumano, inmundo, que nadie pueda haber visto jamás. De un tamaño ni muy pequeño ni muy grande, con unos ojos que no eran de este mundo, sin párpados, sin pupilas, de un color profundamente negro, eran impenetrables... unos ojos vidriosos, malignos, aterradores; su piel verduzca, gelatinosa, pegajosa, movía eso que parecía ser una boca, que abría para asomar unos como diminutos dientecitos, como queriendo morder lo que fuera; la chica retrocedió aterrorizada, no quiso mirar más, no podía creer lo que había visto. No quiso saber como era el resto de su cuerpo. Esa cosa no era de ella, no era cierto, le habían mentido. Se abrazaba así misma. Lloraba desconsolada.

- Marian, lo lamento querida, por eso no quería que lo vieras. Esto no tiene explicación alguna. No se qué es lo que concebiste;  no es tu culpa; no te preocupes, no está sola. Lo único que puedo asegurarte es que jamás había visto algo así en toda mi carrera de profesional;  me gustaría que habláramos más sobre esto, sobre  el “padre” de ese “niño”, o sobre tus anteriores relaciones; por ahora solo en ti está la decisión, si deseas que lo sacrifiquemos. Lamentablemente en esas condiciones nadie aceptaría adoptarlo, ni siquiera una institución pública. Esto tampoco puedo callarlo por mucho tiempo. Cuando este caso salga a la luz, vendrán los medios de comunicación. Y tampoco sé como será su desarrollo, seguramente llegará a ser objeto de investigaciones, un animalito de laboratorio.  Únicamente tú puedes darnos la autorización para que siga viviendo o no.  Si decides eliminarlo, nadie te culpará, no puedo asegurarte cómo será el futuro de tu “niño”...

Salió al pasillo sin querer oír más, queriendo olvidar lo que había visto, lo que ella había “parido”, recordó cómo lo había engendrado, con quién lo había concebido. ¿Quién había sido realmente ese extraño? ¿De dónde había salido? Un escalofrío hizo la hizo temblar. ¿Era del infierno? ¿Era de otro planeta? Nunca pudo notar en él en esa noche algo raro, era o parecía totalmente un ser humano. Tal vez nunca lo sabría. Solo sabía que allí en envuelto en esa manta, pateaba la criatura más espantosa, producto de una noche de sexo y lujuria, un engendro que aullaba para ser alimentado, amamantado, amado... un pequeño ser abominable, como salido del averno, que creció y salió de sus entrañas de una forma científicamente inexplicable.

Lo cierto es que esa  criatura era su hijo. Le pedían que diera autorización para eliminarlo, para matarlo.  Volvió a entrar al cuarto, mientras nadie la veía, quería verlo nuevamente, aún se movía tapado en su sabanita; allí gemía ruidosamente, como llamándola, abría su pequeña garganta donde parecía albergar una cueva oscura, sus ojos al verla, creyó  observar que en su boca se dibujaba una sonrisita cruel, perversa, ¿lasciva?  estiró sus manitos, de dedos extraños, como diminutas garras, ella se sentía reconocida, el engendro sabía que era su madre, quería prenderse de ella y alimentarse de su leche, estiraba sus manitos buscando sus pechos, reclamándolos furioso.  

Marian, cerró los ojos, era su decisión, esa cosita era monstruosa, era demoníaca, era asquerosa, pero era su hijito; no podía matarlo; era de ella, de su sangre, de sus entrañas; lo tomó entre sus brazos y la criatura abominable calló, dejó de gemir. Se arrimaba a ella, buscaba inquietamente sobre su blusa abriendo su boquita insaciable de hambre. Lo envolvió dentro de la cobija y comenzó a caminar despacio, avanzando por el pasillo hasta la salida. Tomó un taxi que la llevaría a un destino lejos de allí, muy lejos, donde nadie la reconociera, sólo ella y su pequeño engendro....


© María José Acuña-Curmaná- Venezuela













TRES MILAGROS

La abuela cierra las manos en dos flores pequeñas a punto de abrirse, un pellizco al aire, las puntas de los dedos juntas. Las niñas sonríen y acercan los labios. Cada una, un beso.

La abuela mete los dedos en el hueco de la harina lleno de leche tibia. Entre sus dedos, se disuelve la levadura. Después los mueve despacio, rozando apenas las paredes del volcán.

Las niñas se empinan para mirar. Con las pestañas rozando la madera y los deditos salpicados de blanco, contemplan el horizonte del milagro.

Los dedos de la abuela giran expertos, pegajosos, rápidos. La masa aparece y come harina. El volcán desaparece. Las niñas se asombran y quieren tocar la bola amarillenta que rueda sobre la mesa. Las manos de la abuela golpean y estiran y aprietan. Con las pestañas salpicadas de blanco las niñas esperan.

La abuela tapa la masa con un retal deshilachado. Espera.

En el segundo volcán se pierden dos huevos de dos yemas. Con las pestañas salpicadas de espera las niñas sonríen. Los dedos de la abuela rompen las cuatro yemas y las llenan de azúcar y ajonjolí. Giran deprisa, pegajosos y suaves; de nuevo golpean, estiran, aprietan. Las palmas amasan, los dedos voltean, la harina salpica mesa, pestañas, espera, sonrisas.

La abuela destapa la masa. Primer milagro.

Sobre la madera, dos bolas de masa: la grande y la chica. Sobre la mesa, los deditos de las niñas esperan. Las dos masas se unen, la abuela suda y un mechón gris se le pega a la frente. Golpea, estira, aprieta. La abuela mira a las niñas y sonríe. Ahora hay tres bolas de masa sobre la madera.

Con las pestañas salpicadas de sonrisas, las niñas golpean, estiran, aprietan, dividen la masa, la retuercen. Sobre la madera, seis trenzas.

La abuela las tapa con un retal deshilachado. Espera.

La abuela destapa las trenzas. Segundo milagro.

Los deditos salpican azúcar y ajonjolí sobre las trenzas brillantes, pintadas de amarillo yema.

La abuela mete las trenzas en el horno. Tercer milagro.

Las niñas sonríen y comen trenzas doradas y dulces y guardan el secreto del milagro: un beso en las puntas de los dedos.

© Mayte Sánchez Sempere- Madrid- España










UNIDAD






Si sabes la palabra enséñamela
te prometo que mi corazón la guardará.
Si sabes el gesto enséñamelo
te prometo que mi ser lo aprenderá.
Si tus pasos conocen el camino muéstramelo
te aseguro que mis pies lo recorrerán.
Si tú conoces la acción para encontrarnos revélamela
que yo te prometo que mi cuerpo lo asimilará.
Cuando tus palabras y tu gesto me enseñen
cuando tus pasos y tus acciones me revelen
los universos de tus anhelos escondidos
yo te prometo que aunados en el camino
no existirá ya fuerza que pueda vencernos.




© Nelda Lugrin-Concordia- Entre Ríos- Argentina















MUJERES DE FUEGO






Volcán de lava que arrasa
Vomitando sus entrañas
Siendo infierno de cizañas,
De locuras y maldades.

En Génesis se convierte
Cuando la lucha se aplaca.
Fundiéndose con la mar:
Renacer de la Esperanza.

Resurgen entre cenizas,
En arco iris que atrapan
Esperanzas y utopías,
Jardín de Edén:
Fuego y agua

Por AMOR.

Fuego en el alma.
En las venas.
Ardor de pasiones.
Rocío, lluvia,
Agua
De mil manantiales,
Ríos, lagos, fuentes…

Por AMAR.

Cataratas salvajes
De nieves heladas
Que abrigan las cumbres
Y queman, abrasan
Escarchas de fuego.

“Amazonas” valientes
De asfaltos,
De selvas, campiñas.
Guerreras innatas
Que sufren y callan,
Llorando en silencio
Los golpes.
Ajadas.

Por AMOR…

Pariéndoles hijos
Al Tiempo.
Solas. Fuertes



© Nieves M.ª Merino Guerra- Gran Canaria-España







           






Distancia cero








Pretendía distraerse del dolor contándose sus propios cuentos.  A su alrededor todo se seguía transformando. De pronto sucedió, no era su imaginación. ¡Estaba casi junto a él! El maremoto o lo que fuera no había sino servido para acercarlos. El calor crecía. Fermentaban las brumas y los nuevos soles. Efervescían las crecientes. Las distancias antes tan temidas se había diluido. ¡Podía sentirla! ¡Percibía la cercanía de su olor!
Dino quiso dormir. era una urgencia. No era posible que el cataclismo durase para siempre. Al despertar su amada y él engendrarían la eternidad en los confines.  

     
                                                 

© Lilí Muñoz –Neuquén-Argentina








VIAJE DE REGRESO








Un suave murmullo llega
lejano a mis oídos.
Su canto primitivo alfombra
mis sentidos.
Las hojas que el viento trae
a mi destino son como aleteo
de mil coloridas mariposas
bordando mis memorias,
recuerdos lejanos de momentos
soñados, de cuerpos entrelazados,
de tantos besos añorados.
Sentada a la sombra de mis
tristezas acaricio las hojas del
otoño que avivan sensaciones
largo tiempo enterradas en
las sombras del pasado.
Cierro los ojos y escucho el
trinar de los pájaros que anidan
en las ramas desnudas de los
árboles del otoño.
Su melodía me arrulla y vuelo
con ella alto, muy alto, a los
cielos infinitos donde el sol
no quema, sólo calienta mi
corazón que hasta ahora estaba
frío y desolado.
Siento nuevamente sus latidos,
la sangre vuelve a golpear en
su recorrido.
Cual catarata de aguas claras
arrastra con todos mis pesares
y trae nueva vida a mis sentidos.
Sigo la marcha de mis sueños, en
la alfombra de hojas secas y el canto
de las aves. Me hundo en ellos y me
pierdo en un largo viaje de regreso.

© Beatriz Susana Arias- Rosario- Argentina- 25 Junio 2012 -












Te Espero



Te espero
tendido  en el lecho
soñando tu imagen;
anhelada  presencia.
Mas…
tú no llegas

Te espero
tendido en el lecho
midiendo el paso del tiempo
que presto  te acerque.

Tendido en el lecho
te espero
sabiéndote lejos.
Soledad profunda,
depresión consciente

Qué dura  la espera
buscando encontrarte
tendido en mi lecho
abrazado a tu cuerpo
calmando mi mente

© Rafael Serrano Ruiz  23-8-2011










                                       Lista de Autores julio


Autor
titulo
Jorge Amado Serrano
ALGUN VERANO
Ana Romano
PUÑETAZO
A. Monzonís Guillen
FANTASÍA
Begoña M Bermejo
CONTAGIOSO
Carlos Alberto Giménez
EL REPOSO DEL CAZADOR
Charo Bustos Cruz
QUE TRISTEZA DE GESTO
Daniel Alarcón Osorio
EL HOMBRE DE NEGRO
Ada Gil
EL VIEJO Y SU PERRO
Ezequiel Feito
JOVEN CONTEMPLANDO EL CIELO POR LA VENTANA
Irma Sambuelli
POESIA
José Rodolfo Espasa
CUANDO EL SOL MULTIPLIQUE
Marga Utiel
CANTO DE SIRENAS
Susana Hayes
CUANDO LA VI VACIA
M.º José Acuña
UN RELATO DE FICCIÓN
Mayte Sánchez Sempere
TRES MILAGROS
Nelda del Carmen Lugrin
 UNIDAD
M.ª Nieves Merino Guerra
MUJER DE FUEGO
Beatriz Susana Arias
VIAJE DE REPOSO
Lilí Muñoz
DISTANCIA CERO
Rafael Serrano Ruiz
TE ESPERO